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Acoge hasta el 31 de diciembre en la planta segunda del edificio la muestra 'Ars Scribendi. La cultura escrita en la Antigua Mérida'

'Verba volant, scripta manent'. O lo que es lo mismo, 'las palabras vuelan, lo escrito permanece'. El caso es dejar constancia de todo. A pie juntillas se tomaban este dicho latino los romanos que, a lo largo de la historia, dejaron miles de muestra de la escritura. Ahora el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida ha aprovechado esta afición hecha arte para exponer al público la muestra 'Ars Scribendi. La cultura escrita en la antigua Mérida'. Se puede ver hasta el 31 de diciembre en la sala IX de la planta segunda del museo. La civilización romana, si por algo se caracteriza desde el punto de vista de la historia, es por ser una cultura que escribe mucho y de muy variados temas. No hay cultura que no haya hablado, pero no tantas escribieron hasta entonces, y tantísimo. Para ello utilizaba preferentemente, aunque no en exclusiva, un idioma, el latín, y un alfabeto propio, el latino. Este último aún en uso en gran parte de Europa, así como también está extendido por América y Oceanía. La muestra pretende ofrecer una visión general sobre la cultura escrita en Mérida entre el momento de su fundación y la Antigüedad tardía, pero con especial hincapié en el periodo romano. Para ello, se analizan las personas que se sabe que escribían o enseñaban a hacerlo, los instrumentos y soportes que utilizaban para ello, las lenguas y los signarios en uso y la evolución gráfica de estos últimos. La exposición se centra en el soporte donde mejor se han conservado, el mármol, y se limita a la escritura epigráfica más corriente, en mayúsculas. Ante la relevancia de un tema poco tratado en la Península Ibérica desde el MNAR se expone una pequeña muestra de la importancia en la historia. A la inauguración de la misma, que se celebró ayer, acudieron el director del MNAR, José María Álvarez, los comisarios de la exposición, además de representantes del Consorcio, de la Asociación de Amigos del Museo o de la UNED de Mérida, entre otros. Rafael Sabio, uno de los comisarios de la exposición, explica que en la muestra se pueden ver las figuras de los protagonistas de la escritura, los maestros, alumnos y usuarios constatados por la arqueología. En las vitrinas se observan los instrumentos de escrituras, muy variados y ricos, además de los soportes donde se plasmaban las letras. También se explican las lenguas que se utilizaban al escribir. «Evidentemente estaba el latín. Pero también compartía espacio con el griego o el hebreo, escrito sobre un ánfora», declara. Evolución de los caracteres En una de las paredes de la sala, el visitante puede encontrar la evolución gráfica de la forma en la que se escribían los caracteres de las inscripciones desde el siglo I A.C hasta el siglo VIII. Luis Hidalgo, otro de los comisarios de la muestra, explica esta secuencia de lápidas de mármol. En ellas se recogen ejemplos de los diferentes tipos de escritura a lo largo de este periodo histórico, por lo que se encuentran procedentes de la época romana de Mérida y de la cristiana, es decir, de los años del dominio visigodo. El tercer comisario de la muestra, Javier Alonso, indica que la mayor concentración de instrumentos de escritura de época romana de Hispania está en Mérida. Señala que eran muy utilizados como soportes los papiros, sobre los que se escribía con cálamos, y las tablillas de cera, en las que la escritura se fijaba con estiletes. También confirma que se estudia a nivel internacional quién escribía en aquella época, descubriéndose que no solo lo hacía la clase alta, sino que posiblemente la clase media baja de Mérida también escribía. Como información complementaria a la muestra se ha realizado un catálogo digital que se podrá descargar desde la página web del Ministerio de Cultura y mediante un código QR( que estarán disponibles a partir de la semana que viene). En dicho catálogo, junto a la información de los paneles, se incluyen las fichas correspondientes a las piezas asociadas a cada una de sus respectivas secciones, analizadas individualmente y por conjuntos.

 

Fuente: HOY M. ÁNGELES MORCILLO | MÉRIDA.

¿Fue el mestizaje en Perú un producto de la sumisión de las mujeres indias a manos de los conquistadores españoles? No es tan simple. Otra vez los hechos contradicen la leyenda negra de España en América. Y no es porque durante la conquista española del imperio inca no se produjesen hechos sangrientos ni las graves injusticias que se asocian a una campaña como aquella. Claro que hubo violaciones y desafueros, pero no fueron la tónica dominante. Según la investigación de la historiadora Carmen Martín Rubio, que ultima una nueva biografía de Francisco Pizarro que va a dar mucho que hablar, conviene estudiar sin los prejuicios de la leyenda negra los tempranos amores de los primeros españoles en el Nuevo Mundo. ¿Y si la curiosidad y la atracción mutuas entre los exitosos guerreros blancos, venidos de los confines del mundo, y las princesas incas hubieran puesto el ejemplo nada más comenzar la conquista? ¿Fue también una conquista, digamos, galante? Martín Rubio mantiene que no fue solo el producto de la sumisión de las mujeres indias, ni de la violación generalizada y el rapto como esclavas y criadas. No se trata de negar la historia, sino de conocerla mejor. Los españoles hemos asumido, a menudo sin rechistar, sin sentido crítico, esa visión culpable de un hecho que dio nacimiento a un mundo diferente, más de lo que los conquistadores esperaban. «La mayoría de las veces, esta situación fue voluntaria -explica Martín Rubio-, pues losconquistadores despertaron en ellas una gran curiosidad y, sobre todo, el deseo de conocerlos íntimamente».
La momia inca y coreana Como base, la historiadora investiga las numerosas relaciones esporádicas que voluntariamente brotaron durante esos años, «de las cuales comenzaron a surgir los mestizos y las mestizas: es decir una nueva raza, o casta, mezcla de la amerindia y de la europea». Lo más curioso es que el mestizaje ya existía entre los incas: según han demostrado los análisis científicos de la momia Juanita de Arequipa-una joven ofrendada hacia 1450 al apu o monte Ampato-, «su padre procedía de Corea y su madre era natural de Puno, ciudad situada al sur del actual Perú. Este dato revela una realidad de la historia de América poco conocida en España, tristemente: la navegación de los pueblos del Pacífico», añade la historiadora. En el Caribe, por otra parte, los caciques entregaban a sus hijas a los capitanes una vez que establecían la paz con los españoles. De estas uniones surgieron algunas apasionadas historias de amor «como la de Alonso de Ojeda y Guaricha, bautizada Isabel; la de Vasco Núñez de Balboa con Anayansi, hija de cacique de Caretas, y asimismo la relación que Diego de Almagro mantuvo en Panamá con una mujer aborigen, de la que nació su hijo Diego de Almagro el Joven. Y en Perú también, según reivindica Martín Rubio. El gran cronistaGarcilaso de la Vega Inca era hijo de la princesa Isabel Chimpu Ocllo y del capitán Garcilaso de la Vega, pariente del poeta de igual nombre», o los hijos que los hermanos de Francisco Pizarro, Juan y Gonzalo, tuvieron con señoras pertenecientes a la nobleza inca. Las princesas incas estaban rodeadas por el lujo y el misterio en aquellos primeros años de conquista. «Según relata el cronista Pedro Pizarro, las que Atahualpa llevó a Cajamarca cuando fue hecho prisionero eran muy hermosas, tenían los cabellos largos y caídos sobre los hombros; sus túnicas estaban adornadas con piedras preciosas y llevaban los rostros ocultos por máscaras de oro fundido». El Inca escogía a las más bellas del imperio. Su alto rango social «constituía un gran atractivo para los conquistadores, máxime allegalizar sus propiedades la corona española» con el matrimonio mestizo. El propio Francisco Pizarro «no se libró de caer rendido ante los encantos de dos de aquellas princesas, cuando ya era un hombre de edad avanzada y, aunque no se casó con ellas, las tomó por esposas en los últimos años de su vida», agrega la historiadora. Desde luego, cualquiera que fuese su intención, en los albores de la sociedad hispánica en América se promovió el mestizaje desde la cúspide social. No solo era una cuestión simbólica que reflejaba el encuentro de dos mundos, sino también una herramienta de legitimación de un poder que sin duda estaba en plena transformación. Y la legitimación a través del matrimonio, recordemos, era un modelo para hombres que servían a los Reyes Católicos y sus hijos, que la habían practicado logrando que su reino, España, cobrase una nueva dimensión.

 

Fuente: JESÚS GARCÍA CALEROCALEROJE / MADRID ABC

¿Quiénes fueron las dos princesas que Francisco Pizarro desposó en Perú? Esta es su historia, según el relato de Carmen Martín Rubio: «La primera fue Quispe Sisa, hija del emperador Huayna Capac y de una poderosa curaca de Huaylas, del territorio de los Lucanas, llamada Contarhucho. No se sabe nada de su vida hasta que en 1533 se trasladó a Cajamarca para acompañar a su medio hermano Atahualpa. El Inca la entregó a Francisco PizarroGonzález, el jefe de los hombres recién llegados de tierras desconocidas y según el diario de Inés Muñoz, cuñada del conquistador, éste aceptó a la joven de muy buen grado; lo cual es comprensible pues tenía entre dieciséis y dieciocho años, era hermosa y muy alegre por lo quePizarro la llamaba “Pispita”, que quiere decir “Alegre” y “Simpática”; fue bautizada con el nombre de Inés y llevó los apellidos de sus progenitores: Guaylas Yupanqui». Como es sabido, dio dos hijos al conquistador: Francisca, nacida en 1534 y Gonzalo en 1535. Según la historiadora, «debió de tener gran ascendencia sobre él debido a que en Cajamarca resolvió graves problemas de abastecimiento y porque su madre, la curaca guerrera de Guaylas, en mayo de 1536 envió un ejército a la recién fundada Ciudad de Los Reyes, después conocida por Lima, que había sido sitiada por el general inca Quiso Yupanqui, y mediante su ayuda se puso fin al asedio». Podría parecer que la unión estaba totalmente consolidada. Sin embargo no fue así. Se ignora qué causas propiciaron la ruptura: «Pudo ser que Inés se enamorara de Francisco de Ampuero, un apuesto joven que había llegado con Hernando Pizarro y que pasó a trabajar como paje del gobernador, o tal vez fue el mismo Francisco quien se enamoró de otra bella princesa llamada Cuxirimay Ocllo». Martín Rubio no tiene datos para ir más allá. Pero en 1536 había dos personas más en medio de la pareja: el paje español y la princesa inca. Inés y Ampuero se casaron finalmente en 1537 o 1538, porque en este último año nació el hijo de ambos: Martín Ampuero Yupanqui. «Para sorpresa de todos, Pizarro, además de bendecir el matrimonio, entregó a los desposados una encomienda -relata la historiadora-. Los que estaban cerca de él creyeron que había aceptado bien la relación de su hasta entonces mujer con el paje, pero en el fondo no debió de ser así pues, cuando la pareja se estableció en su propio domicilio, separó de la princesa a sus hijos, de tres y dos años respectivamente, y los dejó en palacio bajo la tutela de su cuñada Inés Muñoz para que recibieran educación española». Conocer la templanza de Pizarro ante este despecho contradice al cliché del conquistador sanguinario y vengativo. Casi hace que pensemos por comparación en la guerra que desató, por algo parecido, Elena de Troya. Así que, ¿con quién se fue Pizarro? Con la bellísima viuda de Atahualpa.
La viuda de Atahualpa Con una descendiente del noveno Inca Pachacuti, «el reformador del mundo andino. Cuxirimay Ocllo había sido la esposa principal de Atahualapa y estuvo a su lado hasta el 23 de julio de 1533, día en que fue ejecutado. Al decir de los cronistas, la muerte de Atahualpa sumió a Cuxirimay en una enorme tristeza y hasta intentó suicidarsepara acompañarle en la vida de ultratumba, en la que creían los habitantes andinos», nos recuerda Martín Rubio. Es un panorama difícil de imaginar: el mundo en el que había vivido la princesa se desmoronaba. Su única opción era integrarse en la sociedad hispana (lo que suponía bautizarse y recibir instrucción cristiana). En 1536 Francisco Pizarro comenzó a interesarse por ella, y es de suponer que verse cortejada por quien había decretado la muerte de su marido no sería fácil de asumir, por más que el gobernador se hubiera visto obligado a ordenar la ejecución y, al cumplirse, sus ojos hubieran acabado arrasados por las lágrimas, como los de ella. La historiadora confiesa que no se sabe cuándo cambió de opinión, pero poco después se llamaba Angelina, oficialmente llevaba el apellido Yupanqui y estaba adaptada a las formas de vida españolas. Como cuenta Juan de Betanzos, «el marqués la tomó para sí»presumiblemente en 1539, pues a finales de ese año nació su primer hijo y en 1540 el segundo. ¿Por qué la eligió Pizarro cuando ella tenía 16 años y él casi sesenta? Carmen Martín Rubio propone dos hipótesis: «Los públicos escarceos de Inés Guaylas con Ampuero, o tal vez, como escribió en su Diario su cuñada Inés Muñoz, por la atracción que sintió hacia ella». Pero la historiadora no desprecia las razones de Estado: «Reforzar sujerarquía, apenas aceptada por el pueblo vencido, al compartir su vida con una mujer de la más alta estirpe indígena y también el deseo de dejar descendencia entroncada con la rama del gran Pachacuti». Nunca podrá saberse. Pizarro fue asesinado en 1541, antes de legitimar a sus dos hijos con Angelina o expresar alguna de estas intenciones.

 

Fuente: JESÚS GARCÍA CALEROCALEROJE / MADRID ABC

Primero en la jefatura de redacción y posteriormente en la dirección de la prestigiosa revista Cuadernos Hispanoamericanos, el poeta Félix Grande estableció durante muchos años un fluido puente con las naciones de habla castellana situadas al otro lado del Atlántico. Este hecho, quizás no tenido muy en cuenta, originó que una oleada de escritores aterrizaran en nuestro país y que tuvieran su punto de encuentro en el desaparecido Instituto de Cultura Hispánica, sede, en una de sus plantas, de la redacción de Cuadernos. Gracias a Félix, y a esa especie de intercambio de ida y vuelta, conocimos mejor, y a veces de primera mano, a Borges, a Cortázar o al nicaragüense Carlos Martínez Rivas, que nos abrió los ojos a una nueva dimensión de la palabra poética. Una labor callada, no suficientemente reconocida, pero de categórica efectividad, que le debemos al poeta de Mérida, que se crió en Tomelloso y vivió en la madrileña calle Alenza, cerca de Cuatro Caminos, visita obligada a una casa donde se celebraban veladas memorables, bajo la generosidad de las personas que la habitaban: paredes inexistentes, forradas de libros y cuadros, y en la que se percibía el delicioso aroma que salía de la cocina, donde Francisca Aguirre, gran poeta y esposa de Félix, preparaba suculentos manjares para los, casi siempre, hambrientos visitantes: “Esta casa huele a gloria,/ Dios mío, quién guisa aquí:/ aquí guisa una gitana/ que está loquita por mí”. Pero Félix Grande fue sobre todo un escritor de sobrecogedora calidad artística, cuya obra tuvo una notable incidencia en América. Premio Adonais, Nacional de Poesía o Nacional de las Letras Españolas, con La balada del abuelo Palancas obtuvo el Premio Extremadura a la Creación y la Medalla de Oro de Castilla-La Mancha. Autor de Las piedras, Música amenazada, Blanco spirituals, Las rubáiyatas de Horacio Martín, Las calles o Fábula, su último título, Libro de familia, es el recorrido a través de una lírica turbadora por el latido profundo de su misma vida: el destino, la fatalidad y el sueño. Melómano apasionado, degustador junto a Paquita y su hija Lupe de la mejor música, desde Mozart a Stravinsky o desde Miles Davis a Shostakóvich, hizo vivir en sus libros, como personajes de sombras, a Johann Sebastian Bach o a Manuel de Falla. “Me voy despacito con la música”, fueron sus últimas palabras en la madrugada del jueves, 30 de enero. Y con la música se fue el poeta, narrador, articulista, conferenciante y “guitarrista retirado”, como a él le gustaba decir, que escribió sobre el flamenco de forma admirable, cálida y apasionada. A él le adeuda el cante, la guitarra y el baile páginas imprescindibles y bellamente lúcidas. Durante muchos años, mantuvo una entrañable amistad con Paco de Lucía, sobre el que publicó libros, artículos y textos de presentación para numerosos discos. Gracias a Félix, la música de Paco es más cercana; gracias a su penetrante visión es más nuestra y gozamos de ella con más plenitud. Quizá no se pueda escribir sobre flamenco sin ardor, sin emoción, pero Félix, además, lo hacía añadiéndole el elemento compensatorio del minucioso y clarividente análisis. Si quieren ustedes saber de verdad sobre la música que él tanto amó, no dejen de leer Memoria del flamenco. Es el mejor homenaje que le podemos hacer a Félix Grande, ahora ya, para siempre, en el recuerdo.

 

Fuente: JOSÉ MARÍA VELÁZQUEZ-GAZTELU | 30/01/2014

'Nature morte à la nappe à correaux' es un óleo que el artista madrileño pintó en 1915 La obra del pintor español Juan Gris Nature morte à la nappe à correaux se vendió anoche en la sala londinense Christie’s por 34,8 millones de libras (41,4 millones de euros), cifra récord para un cuadro del artista. El óleo, que el madrileño pintó en 1915, partía con un precio estimado de 21,4 millones de euros, pero acabó casi duplicando esa cantidad y superó holgadamente los 20,3 millones de euros que marcó en 2010 en Nueva York la obra Violon et guitare, la más cara de Gris hasta ayer. El español pintó esta naturaleza muerta de tamaño medio (1,16 metros de alto por 89,3 centímetros de ancho) en un momento de profunda creatividad en el que su estilo registró cambios significativos. Nature morte à la nappe à correaux ha formado parte de algunas de las exposiciones más importantes dedicadas al cubismo en todo el mundo. En la misma subasta de arte impresionista en Londres, el cuadro de Pablo Picasso Femme au costume turc dans un fauteuil se vendió por 16,8 millones de libras (19,9 millones de euros). La obra, que retrata a la musa y segunda mujer de Picasso, Jacqueline Roque, se perfilaba como la estrella de la noche en Christie’s, al partir con un precio de 23,8 millones de euros, que finalmente no alcanzó.

Fuente: EFE Londres 5 FEB 2014 - 01:17 CET12

Me entero de la muerte de Félix Grande por Andrés Sorel que como director de la Asociación Colegial de Escritores nos ruega que molestemos lo menos posible a la familia y nos anuncia que, probablemente será enterrado en Tomelloso. Sabíamos de primera mano de la enfermedad fulminante de Félix Grande porque era ahora nuestro Presidente de la Asociación, cargo que le gustaba porque Félix fue siempre hombre de combate, poeta que quería ser de gesto público aunque cuando escribía lo hacía desde la más absoluta privacidad. Aunque sabíamos de su enfermedad, una pancreatitis, el dolor y la sorpresa, a razón de esa sorpresa ante lo inevitable habla bien a las claras de que el hombre lo es gracias a la esperanza, están ahí porque Félix fue siempre un compañero de profesión, un hombre quecreía en el colectivo de escritores y que luchó desde los puestos que ocupó en la Asociación para que los escritores tuvieran por lo menos, la dignidad otorgada a cualquier autónomo.
Nieto de un cabrero, nace en Mérida Félix nació en Mérida por avatares relacionados con la Guerra Civil, pero su lugar, su paisaje fue siempre Tomelloso, vivió en esta ciudad manchega desde los dos hasta los veinte años, porque conformó el imaginario de la infancia y juventud, que es cuando se configuran destinos futuros y recursos a la memoria. No en vano su poesía reunida se títula Biografia y su último libro de poemas, Libro de familia. Nieto de cabrero, Félix conoció de primera mano el goce de ciertas sensaciones ligadas al campo pero también los dramas y la sordidez y la opacidad de la miseria y la represión ciega y brutal.
Dejó la guitarra de flamenco para dedicarse a la literatura
Esa quiebra, ese cruce de sensaciones fue en cierto modo el motor de su rebeldía, también aquel que le hizo cambiar una pasión por otra cuando dejó la guitarra de flamenco para dedicarse la literatura. La guitarra se convirtió en objeto de estudio, entonces, y Félix Grande se convirtió en uno de losflamencólogos más importantes de nuestro país, pasión en la que dejó impronta de cátedra y que le llevó a discusiones graciosas con otros poetas de raigambre andaluza de los de toda la vida, como José Manuel Caballero Bonald.
Ganó el premio Adonais en 1964 con «Las piedras»
Félix Grande, lo dijo siempre, fue deudor de los ejemplos de César Vallejo y de Antonio Machado, pero su poesía es un tanto inclasificable ya que, poeta tardio en publicaciones, editó su poemario, «Las piedras», Premio Adonais, en 1964, cuando se abrían camino los novísimos y los poetas del cincuenta habían casi ya cumplido su misión. Félix siempre se movió a su manera y ese primer libro, publicado entre dos formas de entender la poesía, nos habla bien a las claras de que su adscripción fue más bien la del pájaro solitario aunque en su faceta pública fuese hombre proclive a la amistad y la solidaridad.
Su mejor libro «Las rubaiyatas de Horacio Martín», por el que recibió el Premio Nacional de Poesía, ha sido sin duda su gran libro. Aquí muestra como la deuda con Vallejo, con Machado y con Pessoa puede dar lugar a una poesía inspirada pero de corte radicalmente personal. Pero Félix, aparte de poeta, fue hombre de variadas actividades, lo que probablemente hizo que su obra no se agrandase demasiado, luego publicó, después de muchos años, «La cabellera de la Shoah» y «Libro de familia», y así conviene destacar su labor entre 1983 y 1996, comodirector de «Cuadernos Hispanoamericanos», después de haber trabajado durante muchos años junto a Luís Rosales, uno de sus grandes amigos y referentes. Era sentencioso, porque era manchego, nieto de cabreros y hombre de memoria de campo, era un excelente amigo, era hombre cercano. Ahora recordamos a Félix pero también a Paca Aguirre, su viuda, poeta, ya a Guadalupe, su hija, poeta.«Libro de familia». No pudo titularlo mejor.

 

Fuente: JUAN ÁNGEL JURISTO / MADRID

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