Natural de Salvaleón (1951), Juana Vázquez reside en Madrid desde su juventud. Doctorada en Filología española por la Complutense, se licenció también en Periodismo. Catedrática de enseñanza secundaria, fue profesora de la Universidad Autónoma y de la de Alcalá de Henares. Su firma ha resultado habitual en periódicos y revistas nacionales (El País, El Mundo, ABC, Cuadernos del Sur, Barcarola, Cuadernos Hispanoamericanos, Ínsula, Revista de libros).
Aparte de numerosos ensayos (sobre la mujer en el Quijote, el dirigente socialista Zugazagoitia, la España del siglo XVIII), tiene publicadas tres novelas (Con olor a naftalina, Tú serás Virginia Woolf, Personajes de invierno) y un buen conjunto de poemarios (Voz de niebla, La espiga y el viento, El incendio de las horas, Tiempo de caramelos, Escombros de los días, Gramática de luna, Yo oscura, Nos+Otros, En el confín del nombre).
Voz de niebla incide, una vez más, en el sesgo intimista que caracteriza la poética de la autora. El análisis del yo lírico, sin desconocer aspectos como la nostalgia, la memoria o la mordida implacable de las horas, se centra principalmente en la lucha por la palabra redentora, la búsqueda del verbo capaz de elevarnos sobre tantas enojosas limitaciones. Y, aunque pueda admitirse una proyección general, de carácter antropológico (mutato nomine, de te fabula narratur, A ti se refiere la fabla, aunque con distinto nombre, podríamos traducir el verso de Horacio en la célebre sátira que el mismo Marx puso en el prólogo a El capital), la autora recaba explícitamente para sí misma su tozuda inquisición por las nieblas interiores, “para poder seguir siendo Juana Vázquez” (pág. 36).
El libro va desarrollándose como un único gran poema, apenas seccionadas por leves asteriscos las composiciones de tan enfático salterio. ¿Dónde localizar “la voz a ti debida”?, se cuestiona una y otra vez en este soliloquio, tenso monólogo interior impregnado de angustias y esperanzas. No se excluye ningún camino posible: desde la memoria de los años infantiles en el pueblo hasta las vivencias en un barrio de la urbe, “mientras los sesenta años de melancolía/se hunden en el abismo de los milenios sin nombre “ (pág. 35). La sistemática eliminación de las comas enumerativas fortalece el ritmo de las evocaciones.
Entre las más sorprendentes dentro de la poética de Juana Vázquez, van acumulándose las dirigidas a una entidad designada como el Único, el Innombrable, el Inaccesible, el Infalible, Claridad Oculta, lo Otro, el Todo o, sencillamente, Él. Resuenan por doquier ecos de la mística, judía, sufí o cristiana (Cantar de los cantares bíblico, Cántico espiritual de San Juan de la Cruz o las rubayaitas de Omar Jayam). Sobresaliente en la construcción de alegorías y metáforas, la escritora extremeña elabora sus versos con un lenguaje de notable carga simbólica. Elementos recurrentes, cargados de significación, resultan las eras (en su doble carga semántica: cronológica y agrícola), las flores y las esquinas. “Me gustan las esquinas de los nombres/pues ellas esconden surtidores de belleza…/También me gustan las esquinas del sueño/pues en ellas puede aparecer lo onírico/cortado a la media luz de los espejos” (pág. 31), escribe, haciéndonos recordar al autor de La esquina y el viento, bellísima entrega de Jesús D. Valhondo.
Si bien con un lenguaje más directo, menos connotativo, sobresale el poema (pp. 73-74) que abre “Ahora es el momento de abrocharme/la cremallera de la vida”, nutrido de las imágenes adolescentes, en la plaza del pueblo, remotas pero aún válidas para quien declara, melancólica: “Sólo anhelo el abrazo de las alacenas/y los besos del pan”.
Ayudan a esconder la cicatriz de la incertidumbre, las heridas que provocan el Conocimiento y la Voz siempre añorados, nunca definitivamente conseguidos. M.P.L.
Juana Vázquez, Voz de niebla. Madrid, Ars Poetica, 2020