En junio de 1928 Lorca cumplió 30 años y se hallaba inmerso en una profunda crisis, afectiva y estética. Sus relaciones con el escultor Emilio Aladrén se habían roto y el éxito popular del Romancero gitano lo puso en situación incómoda, pues parecía consagrarlo como un poeta salvaje, de escasa cultura y poca educación. Así se condolía el granadino en carta a Jorge Guillén. Otra, muy dura, le enviaba Salvador Dalí, señalándole que la obra respiraba un tradicionalismo caduco, cuando era el Surrealismo la ruta a seguir. (Alberti lo intuye en Sobre los ángeles, compuesto pos las mismas fechas).
Pese todo, Lorca seguía escribiendo, dibujando, impartiendo conferencias, impulsando publicaciones e incluso participando con Buñuel en el rodaje de Un chien andalou…, aunque ya con las luces sugeridas por sus influyentes amistades. Eso sí, él se opone a que puedan calificarlo como surrealista, pues, contra la joven escuela, se sabe bien consciente de sus propios procesos creadores.
Meses más tarde, por sugerencia de Fernando de los Ríos y el aliento de Carlos Morla Lynch, parte con aquél rumbo a Nueva York, a donde llegan el 25 de junio de 1929. Permanecerá allí hasta el 4 de marzo del siguiente año, atendido por Ángel del Río y Federico de Onís, profesores de la Universidad de Columbia, en cuya Residencia lo hospedan, matriculándose en un curso para extranjeros. Serán meses decisivos para su vida y obra: “Conocerá el teatro en lengua inglesa, el barrio de Harlem, el jazz y el blues y el cine sonoro, leerá a Poe, a Whitman y a Eliot y se dicará a escribir el que será uno de sus libros más trascendentales”, resume Hilario Jiménez (pág. 13).
Lo es, sin duda, Poeta en Nueva York, cuyo sujeto lírico se nos muestra conmocionado por cuanto está viendo y viviendo en la gran ciudad, paradigma de desamor y muerte, que lo asfixia, aturde e irrita, haciéndole añorar el campo granadino, alejado de rascacielos, ruidos y multitudes monstruosas. Tras una corta estancia en La Habana (“Son de negros en Cuba”), regresa a la Península, por Cádiz.
Publicación póstuma (1940), tras el alevoso asesinato del autor, el libro no ha hecho sino ganar estima, multiplicándose estudios, ediciones y homenajes al mismo (recordar el de Eduardo Naranjo, con una serie de trece grabados portentosos), hasta componer una bibliografía casi inabarcable.
¿Qué distingue esta nueva edición, que aparece en “Contrapunto de Poesía”, colección dirigida por el extremeño Basilio Rodríguez Cañada y José Ramón Trujillo (Universidad Autónoma de Madrid). En primer lugar, el amplio estudio introductorio de Hilario Jiménez, cuyos anteriores trabajos sobre Lorca son bien conocidos. Profesor y poeta, lo suscribe en Montánchez, de donde es natural. Se ha esforzado por fijar el texto, tras las consultas bibliográficas pertinentes y el análisis de cuantos manuscritos y borradores lorquianos de la obra se conservan. Por último, ha tenido el buen acuerdo de recoger cuanto compone el periplo neoyorquino de Lorca, a saber: “todos los poemas americanos que quedaron fuera del libro final, el guion de cine Viaje a la luna, material inconcluso sobe dos conferencias y un proyecto teatral, una selección significativa de los muchos dibujos que Lorca plasmó en torno al poemario, la conferencia-recital con la que años más tarde revelaba su determinante viaje e incluso notas y apuntes de los primeros editores del libro”, aclara Hilario Jiménez (pág. 64).
Si la suya no es una edición crítica, según él mismo sostiene, tal vez resulte lo más próximo a ese ideal de lo que hoy disponemos. M.P.L.
Federico García Lorca, Poeta en Nueva York. Edición de Hilario Jiménez Gómez. Madrid, Sial/Contrapunto, 2020.