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Entrevista a Santiago Castelo

Acaba de publicar 'La hermana muerta', una conmovedora elegía tras la muerte de su única hermana y de su padre Santiago Castelo Escritor, periodista y presidente de la Real Academia de Extremadura. Ligado durante décadas al periodismo cultural y de opinión, Santiago Castelo asegura que por primera vez no entiende «la política extremeña» aunque está convencido de que lo que ha ocurrido en España el día 22 de mayo es «la consecuencia de un señor llamado José Luis Rodríguez Zapatero y de una política errática».

-¿'La hermana muerta' es una elegía?
-Desde el primer verso hasta el último es una elegía profundamente dolorida, profundamente serena y profundamente esperanzada. Pero es un dolor que estaba ahí y que había que curarlo de alguna manera.

-¿Se lo debía a su hermana o se lo debía a usted mismo?
-Pues no lo sé, la pregunta es muy buena, porque desde luego posiblemente se lo debía a mi hermana pero me lo debía a mí porque con el libro he terminado el terrible duelo, la terrible sensación de orfandad, de soledad, que me produjo la muerte de una persona que era mi hermana pequeña. Los dos únicos hermanos, los dos solteros. Una muerte que te crea un desequilibrio. Yo he pasado los dos peores años de mi vida. Porque a continuación se junta la muerte de mi padre, que son 91 años, pero es terrible, te deja completamente descorazonado.

-Su padre murió poco después de su hermana ¿no?
-Diez meses después.

-¿La poesía siempre es fruto del dolor? ¿La felicidad es poco 'productiva'?
-A nivel popular gusta más la del dolor, la poesía de la soledad, del desamor. Gusta más que la poesía del amor presente, del gozo, la poesía de la vida. No me quejo, soy un poeta vitalista, aunque me he dado cuenta ahora con este libro que a la gente le emociona mucho, le conmueve muchísimo lo que es la pura elegía.

-¿A qué le teme ahora, vitalmente?
-Siempre he dicho que le temía al dolor, a la soledad, a la muerte. He intentado hacerme amigo de la muerte, quizás porque los niños de mi generación en Extremadura estábamos más familiarizados con la muerte que los niños de ciudad. Sabíamos más cosas de la vida y de la muerte. Entre otras razones porque si se moría alguien lo veíamos, estábamos en la cercanía, no se ocultaba la muerte. Y ahora se oculta. A mí ha habido mucha gente que me ha dicho que qué título tan duro, 'La hermana muerta'. Pues muy gráfico, muy seco y muy escueto. Porque le tenemos miedo.

-¿Para qué sirve la literatura?
-Quizás en estos casos como catarsis. A mí, me ha servido de mucho el poder escribir porque esto era como una especie de diario y de pronto en esos meses de orfandad, de duelo, esos versos de Quevedo que abren el libro: «Y no hallé cosas en que poner los ojos/ que no fuese recuerdo de la muerte» son verdad. En el verano de 2009 se muere un chico de Granja y me impresiona extraordinariamente, y hay un poema, que se llama 'Memoria del 2 de agosto'. Cuando recibo la noticia de la muerte de Dani Jarque, el capitán del Español, que estaba hablando por teléfono con su mujer, embarazada, y se presenta la muerte, claro, como era la misma muerte, los ataques al corazón, los infartos fulminantes, eso te deja destrozado, porque la visión de la muerte desde la enfermedad, desde la consunción, lo vas asimilando; lo malo es cuando la muerte se te presenta de la manera más traicionera.

-¿Y para qué sirve la amistad?
-Comprendo que yo soy hombre de amistades, hombre de lealtades enormes. Tengo amigos a derecha e izquierda. Me compensa muchísimo. No me imagino la vida sin los amigos.

-¿Escribirá sus memorias?
-Creo que no. Estoy publicando algunas cosas de recuerdos en el blog de ABC, de cosas vinculadas al periódico, pero creo que cuando se llevan tantos años, tantos años.

-¿vale más su silencio?
-Vale más mi silencio. Y no vale la pena. Porque lo que puede llamar la atención son las miserias, ¿y vale la pena perder los amigos? No.

-¿No siente la necesidad de ajustar cuentas?
-Sinceramente, no. He perdonado y he olvidado. Es lo mejor.

-Sin embargo, un maestro suyo como Pedro de Lorenzo escribió un libro ajustando cuentas.
-Fue una gran equivocación. 'Diario de la mañana. Flora y fauna de ABC', que así se llamaba el título y el subtítulo. Un libro que a mí me costó lágrimas de sangre. Lo digo sinceramente. Porque fue una equivocación enorme, enorme, de Pedro. Dicho por su mujer y por mí, que soy, con Tomás Martín Tamayo, los dos albaceas de Pedro de Lorenzo. Su mujer y yo nos opusimos al libro. Pedro, que vivía por la foto, por la nota, por la conferencia, las cuatro líneas, que era lo que le daba vida, de pronto se cierra la puerta. Eso fue terrible. Yo le traté con un cariño enorme los últimos años de su vida. ¡Pero qué equivocación!

-¿Pero escribirá semblanzas de los grandes personajes que ha conocido: Max Aub, Borges.?
-Sí, porque además es fácil. Si te falla la memoria tiras de archivo y ves el artículo por ejemplo que escribí en una revista universitaria y la foto en la que estamos los tres: Max Aub, su mujer y yo. Tendría yo veinte o veintiún años, no tenía más. La amistad con Luis Rosales. Pero eso sí, la memoria dulce. El médico de mi pueblo, que es pariente mío, Felipe Sánchez, dice siempre con mucha gracia: «A ti te gusta cultivar la memoria dulce».

-Mójese opinando. ¿Cree que Ibarra está amortizado políticamente?
-Creo que no, sinceramente no. No nos engañemos, es un gran político. Comprendo que yo con Ibarra, me dices que me moje y me mojo. No tengo inconveniente: somos del mismo año, nos conocemos desde que éramos jovencillos. Cuando Ibarra era un régimen, que la gente le tenía esa especie de veneración, yo hablaba con él y él sabía como pensaba yo y yo como pensaba él. Y nos decíamos las verdades del barquero. Yo no creo que Ibarra esté amortizado, qué va. Otra cosa es que ahora te quiera jubilar todo el mundo, que nos quieren jubilar a los cincuenta y cinco o cincuenta y seis años, pero no que esté amortizado. ¡Ahora es cuando más sabe!

-¿Qué es lo que menos le gusta de la política extremeña?
-Que no la entiendo. En estos momentos no la entiendo. [Risas]. Pero en fin, creo que aquí han pagado justos por pecadores porque, señores, lo cierto es que lo que ha pasado en España el día 22 de mayo es la consecuencia de un señor llamado José Luis Rodríguez Zapatero y de una política errática y de un hombre que les tiene confundidos.

-¿Qué necesita Extremadura de España?
-Iba a decir comprensión, que es lo que he pedido tantas veces. Nosotros hemos sido durante muchísimos años unos desconocidos. Ahora me da miedo tanto conocimiento porque temo que no nos dejen vivir a base de colonialismo. Pero comprender por qué somos como somos, nuestras lealtades. Hemos sido siempre así. Ya lo fuimos en la conquista. Llevamos el nombre de nuestra Virgen, de nuestros pueblos, que trasplantamos a América, pero lo hacíamos por los reyes de Castilla y de León. Hemos sido siempre profundamente españolistas. Entonces lo que pido también es que comprendan un poco a los extremeños, que no venga un idiota de turno nacionalista y nos quiera quitar el AVE por un capricho cuando él se lo ha llevado ya todo.

-¿Se imagina en un cargo político electo?
-No. Yo he tenido ofrecimientos. Me ofrecieron ser gobernador civil en la transición con Fraga de ministro de la Gobernación. Luego, el PSP de Tierno, y yo tuve buena relación con Tierno, se le dio un homenaje a Carmen Conde en Madrid y entonces yo hice el elogio del exilio interior y cómo el exilio interior había sido lo más duro, porque claro, el que se fue lo pasó mal al principio, pero luego se colocaron y estaban estupendamente. Pero el interior estuvo durante todo el exilio aquí dentro y vigilado. Entonces Tierno me oyó y a los pocos días, un chico que estuvo en el PSP, Martín Rodríguez Contreras, de Oliva de la Frontera, fueron a él y por la vía de Tierno me lo pidieron. Yo me desengañé mucho cuando fundamos aquí, en Madrid, el grupo extremeño de AREX y todo aquello se le entrega después a UCD. Es cierto que entonces, con veintitantos años ser gobernador. [y hace un gesto de asombro y de complicidad]. Fue esa época que nombraron gobernadores civiles a una serie de chicos menores de 30 años para que se viera que eran jóvenes y no tenían carga política ninguna; personas como Emilio Contreras o un hijo de Jaime Miralles. Y es verdad, yo estaba en la lista.

-¿Qué provincia era?
-No me ofrecieron la mía, porque si me hubieran ofrecido la mía ¡a lo mejor! [Risas].

-¿Quién cree que va a ser el presidente de la Junta, Fernández Vara o Monago?
-No lo sé. Estamos todos iguales. Por primera vez en muchos años no sé lo que está pasando en Extremadura. Y me gusta tener las claves, porque tengo amigos a un lado y a otro, pero ahora no sé nada.

-En su caso, ¿regresar a Extremadura es una opción lejana?
-No, en absoluto. Raro es el mes que no voy tres o cuatro veces. Y semanas en las que voy dos veces. Salgo a las siete de la mañana y vuelvo a las cuatro de la tarde, me pego unas palizas de muerte. (Tengo la ventaja de que no conduzco). Pero no me cansa ir a Extremadura. Se me hace cercanísima. De tal manera que voy a Trujillo, a la Academia, como el que va a la oficina.
-¿Por cierto, para qué sirve la Academia?
-Eso se lo ha preguntado muchísima gente. Y también ahora, con los jaleos que ha habido con la Academia de la Historia. Sirve, no digo que para limpiar, fijar, y dar esplendor, que es el lema de la Española, pero sí para ajustar determinadas cosas, reglamentar y trabajar para que, cuando te pidan informes, tengas un equipo que desde la altura, desde la independencia, puedan pronunciarse, porque a veces esos informes molestan al poder político, que a lo mejor quiere hacer una autovía por lo alto de donde hay un castro romano o unas viviendas visigóticas. Y al mismo tiempo, la Academia tiene esa función de reconocer los valores de personas que se merecen ser académicos.
-Dígame tres autores que hayan sido imprescindibles en su vida, en su formación.
-Uno es Manuel Machado, otro Luis Rosales y otro un poeta injustamente olvidado, que a mí me gusta mucho, que es Rafael de León, el autor de tantas coplas. Yo soy un niño que ha nacido al calor de las coplas en un pueblecito de la Baja Extremadura y de verdad, siempre he creído que si yo me paro un día a pensar lo que es un verso fue sentado en el umbral de mi puerta, con siete años, mi madre tenía un taller de costura, estaba la radio puesta y estaba cantando Conchita Piquer 'Candelaria la del puerto'. Y hay una figura que dice: «Voy vestida de cristales con el alma al descubierto/quien se acerque a mis umbrales no dirá que no le advierto». Y entonces es la primera vez, un niño de pantaloncito corto, con siete años, sentado al sol en el umbral de la puerta, que me paro a pensar: «Si tienes el alma vestida de cristales se te ve todo, pero no llevas el cuerpo al descubierto». Es decir, un verso de una copla popular.

-¿Conserva el recorte de su primer artículo publicado?
-Sí, publicado en HOY. Lo tengo guardadito en un tomo. Tengo dos. Un cuento de navidad sobre un niño tontito que había en mi calle, dos casas más abajo de la mía, que murió, se llamaba Marcelo y luego, un artículo muy valiente del se-ñor Cas-te-lo [y ríe mientras subraya cada sílaba de su apellido] sobre un poeta de Granja de Torrehermosa que murió exiliado en México, Ventura Villarrubia, que ya tiene calle en el pueblo. Otra necrológica. Reconozco, como decía González Ruano, que a mí los muertos desde el principio se me han dado muy bien.

-¿Nunca se ha sentido próximo a un grupo poético?
-Vamos a ver, en mis comienzos, con vinculación a la tierra, con los tres grandes poetas de entonces mantuve una relación estrechísima, con Pacheco, con Delgado Valhondo y con Lencero. Yo de quien estaba más cercano y conservo cartas (una la tengo enmarcada en mi casa) es de Jesús Delgado Valhondo. Mi estética es muy cercana a la de Delgado Valhondo: el temor a la muerte, la melancolía de desaparecer, el paisaje. No es por ejemplo la poesía a veces un poco fuera de tono de Pacheco o de Lancero, con aquella poesía de una cierta carga social. Porque yo curiosamente que tenía todos los ingredientes para haber sido un poeta social, quizás por carácter, en lugar de ser estridente, haber levantado el puño y tal, pues no, mire usted, todo eso lo matizo por la melancolía, por la saudade de la desaparición, de la lejanía, De tal manera que ese poeta que tiene absolutamente toda la carne del exilio, que se tiene que venir con su familia, con 16 años, levantar la casa, venirte a un piso pequeño en el barrio del Pilar, empezar todos de nuevo, esa cosa terrible, esa emigración última de mediados de los sesenta, pues para uno sin embargo, la memoria de Extremadura no ha sido nunca una memoria agria, es una memoria dulce, de recordarlo todo con melancolía, con suavidad. Hombre, también he tenido la suerte y hay que decirlo porque si no este libro tampoco se entendería en su justa medida, de que he sido un hombre de fe y, bueno, cuando te pasan estos casos con lo que son las muertes, la fe ayuda, es un amparo.

 

FUENTE: Juan Domingo Fernández | HOY

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