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La sumisión de las masas

LA SUMISIÓN DE LAS MASAS

Feliciano Correa

La mayor parte de nosotros desaparecerá sin dejar en la memoria colectiva rastro alguno. Seremos aludidos sólo como parte de un tiempo, como pieza de una generación sufridora que cabalgó a la grupa de los siglos XX y XXI, como testigos de una catarsis social y pórtico de un cambio profundo.
Para situarnos diré que al concluir la II Guerra Mundial en 1945, las naciones ganadoras entendieron que los enormes abusos comenzados en el  XIX por la rapiña enriquecedora que se inició en la revolución industrial, debería guardar ciertas formas para evitar la venganza de unas masas que se sintieron pieza y carne barata de empresas mata-obreros y patronos abusivos. A fin de disimular tan mala fama se van a inaugurar maneras distintas de comunicación con las clases obreras, a lo que se llamó neo-capitalismo. El mismo consiste en asumir en los nuevos modelos de relación laboral y de organización cívica, algunas de las reivindicaciones que la nueva izquierda había venido pidiendo desde su nacimiento en el año 1879, cuando Pablo Iglesias presentó su partido de clase obrera, socialista y marxista, pues el empuje del socialismo logró herir de modo significativo el lucro abusón del capital. Pero tras la paz de 1945, la enorme habilidad del poder político amancebado con el poder económico, va a propiciar una clase de abusos más sutiles. Por un lado la subvención encubierta a quienes logran hacer verdad el abrazo de las leyes con el negocio y, por otra parte, el mantenimiento de prebendas que se harán posibles por la mecánica de una precisa  ingeniería financiera. A ello se unirá un vigilancia en la ciudadanía gracias al control que facilitan los sistemas informáticos; una electrónica manejada desde las cúpulas que será capaz de crujir a los autónomos y clases medias, sin apenas conocerse en tal proceder ni la compasión ni la solidaridad.

De tal forma que hemos llegado a asumir, como si narcotizados y aborregados estuviéramos, un atenazamiento sin precedentes. En esta situación el mundo occidental que gobierna engatusando con ciertas cotas de bienestar, logra mantener diferencias sociales de escándalo viendose a los mandamases del cotarro alcanzar sin rubor beneficios de afrenta; mientras cerca de ellos honrados ciudadanos no pueden hacer frente a la renta de sus casas, ni al recibo de la luz, ni tomar todo los días comida caliente.

El viejo súbdito que conocimos en el Antiguo Régimen logró alcanzar la categoría de ciudadano con los mentores del Siglo de las Luces, la Ilustración y la Revolución Francesa; aquellos pensadores creyeron que la cultura podía acabar con la tiranía y la ignorancia. Fue un gran paso sin duda, pero lo que resultaba inimaginable para cualquier profeta de la sociología  era adivinar que el siglo XXI produciría generaciones de consumidores que, como abejas domesticadas, madrugarían cada jornada para ganar lo que luego se les escapa por las rendijas de los impuestos descomunales; todo manejado con deliberación y cálculo para que las obreras de la gran colmena no se escapen y dejen el fruto de su brega en las arcas que sostienen a legiones de zánganos y convidados. Tal desatino es posible porque los mismos recaudares, prestamistas, capitostes bancarios y consejeros de administración, son lo que dictan las leyes para engordar sus bolsas, viéndose como cosa tan normal  la puerta giratoria para pasar del poder ejecutivo o legislativo a otros poderes fácticos, sujetos al slogan y al pasteleo cortesano de “hoy por ti y mañana por mí”. Con tal canje entre mutuos benefactores, los beneficios se consolidan en la liturgia de la brega parlamentaria, aunque luego se exhiban enfrentamientos desde las  distintas bancadas.

En esos graderíos vemos a diario cómo los más pintureros e influyentes cofrades de una clase pudiente y blindada engordan sus fortunas, merced al duro trajinar sacrificado de las clases con menos posibles. Mientras, cerca de ellos, se les aplica la cortedad alimenticia y las medicinas tasadas a los pensionistas, que han de elegir entre usar la tarjeta electrónica en la farmacia o pasarse a comprar la leche para los nietos. Sorprendidos primero pero acostumbrados luego, estamos asistiendo a un sistema de tribus con el logotipo tatuado en el carné, que exhiben sus excesos sin rubor alguno porque, y tienen razón, sus fechorías están dentro de la ley, que prepararon desde el escaño antes de pasar a los butacones mullidos del consejo de administración. En este escenario la moral se ajusta a la legalidad, aunque ésta sea ilegítima, de tal modo que el resultado es practicar una moral pervertida y laxa. Con tal modelo, que haría expulsarlos a palos del templo de la democracia si un nuevo Galileo surgiera entre nosotros, los unos y los otros, los democristianos y los socialdemócratas, se han hermanado en el trinque como cachorros mamones de una misma camada. Vemos como los capitostes deshonestos se reparten millones sin pudor, e incluso quienes han arruinado por sus abusos a las entidades financieras haciendo astillas a los clientes modestos, siguen asidos al cordel del presupuesto público que asume la quiebra. Esos mismos chorizos al salir de la ruina,  reciben cuantiosas indemnizaciones  porque, con la ley de su parte, previamente diseñaron el paraguas con beneficiosas cláusulas, de tal modo que quienes estrujaron hasta ahogar al banco donde fueron colocados por sus amigotes, son increíblemente premiados. Hace unas pocas semanas este mismo diario publicaba un reportaje sobre los comedores sociales, donde una madre narraba que baja las persianas pronto, para que sus hijos se vayan a la cama antes, porque no tiene dinero para darles de cenar. Y esto no sucedía en Biafra o Burkina Faso, sino en un barrio cercano. Todo esto es contemplado con vergüenza verdadera por modestos políticos honestos y ejecutivos decentes, a los que repugnan las fechorías de esos correligionarios que todo lo pueden y casi todo lo tienen.

Los currantes del montón, por muchas proclamas que quieran atontarles sobre el Estado de Derecho como justificación para el aguante, saben que son víctimas de una sanguijuela pegada por decreto a su propia piel. La masa es masa indefensa porque el sistema ha perfeccionado el marketing y una estudiada publicidad hace a los ciudadanos esclavos encadenados al consumo. Los contribuyentes no son sino los modernos galeotes encadenados al servicio de los nuevos emperadores que doran sus carteras y sus rostros desde una cómoda proa de influencias. La mayoría sumisa no se percata de la perversión, porque la sofisticación tecnológica  se ha  puesto en marcha para controlar la conducta de la voluntad social. Aun así, este cuadro tan atroz no parece tener satisfecho a los ordeñadores de la vida de otros, que insaciables con sus sueldos millonarios, se afanan en el saqueo, sabedores de que si no hay reproche penal, en nada quedará el titular de prensa y pronto se olvidará su caso. Así, como en un juego de ruleta de revolver en las sienes, pasan el peligro sabiendo que no corren mayor riesgo porque  el maestro armero desde el Boletín Oficial no ha puesto balas en el cargador. Podemos ver a unos principalísimos negligentes con vehículos blindados y aseados modales tocando la campanilla de Bankia, porque su tranquilidad les dice que luego, tras la alarma en el noticiario, colocarán sus posaderas calentitas en los gruesos almohadones del Banco Santander o en Telefónica y, aquí paz y después… dinero.

La aristocracia bancaria de chanél y caoba vive mullida en connivencia con el aparato político; hay apaño y amaño para hacer todo legal aunque no sea ilegítimo. Mientras, el hambre, el frío, la soledad, el paro y la ancianidad indigente pasan sus últimos aguantes en las colas del desempleo o a la espera de la intervención quirúrgica. ¿Qué hacer ante este cuadro? Lo meditaremos mañana.

Ante semejante red de perversión ¿quién protege a los menos favorecidos cuando el Estado de Bienestar hace aguas? ¿Quién limitará las “condescendencias legales” si son sus propios cacos de cuello blanco los que cuecen con sus manos el voto de la exculpación en el horno de los tribunales politizados? La inconsecuencia moral de los “unos” y de los “otros”, pudre a España. El comisario Joaquín Almunia dice que “es una estupidez bajar los sueldos el 10% como pide el Fondo Monetario Internacional, ¡que se los bajen ellos!”, agrega, mientras que en su casa entran 400.000 euros al año, al tiempo que su hijo pide beca del presupuesto público. Apunta el antiguo ministro de trabajo que en nuestro país han de hacerse más reformas, lo que quiere decir es que ha de aplicarse más palo fiscal a la mayoría social, mientras que el aparato hipertrofiado de políticos, sindicatos, banqueros y empresarios se sostiene apoyado en las espaldas exhaustas de las abejas domesticadas que ya no pueden ser más estrujadas.
Señoras y señores, el sistema capitalista no se enmendó en 1945 y ha vuelto por sus fueros, y lo peor es que debe ser tan apasionante el slogan de “todos queremos más” que ha contagiado incluso a los que se definían como de izquierda y amigos de la justicia distributiva. Con tal panorama el esclavo consumidor que madruga y cotiza siente en sus carnes el desvalimiento cuando recibe la nómina y comprueba cómo, antes de que él vea su sueldo, una serie de empresas y sociedades que cada año aumentan la cuenta de resultados, le han sisado, con la legalidad de su parte por supuesto, su achicada retribución.

¿Qué hacer ante tanta atrocidad? Una mayoría hasta ahora sumisa, está poniendo pies en pared. Los gobernantes la ven venir y ya ninguno querrá estar más de ochos años en el sillón, lo justo para cobrar una buena pensión por vida y escapar de la quema. Burgos, Rodear el Congreso, la Marea Blanca… son muestras de que las diversas formas del complot ambicioso caerá. La sociedad revienta por su base, mientras quieren recauchutarse los pinchazos del sistema  endureciendo las leyes y poniendo cinchas y bridas a la libertad. La tribu abusadora ha de pensar que la era de los faraones votados un día para que luego hagan lo que les plazca, se acaba; y eso lo saben los tenderos, los taxistas, los policías, los médicos de guardia… que piensan que otro mundo más justo es posible; lo sabe hasta el Papa Francisco que va desguazando el vaticano de púrpura y boato.
El final de la sumisión de las masas en occidente se acerca como algo imparable, demostrando que la falsa democracia está agónica. Se anuncia un tiempo donde la participación ciudadana será mayor, donde la transparencia desde abajo hasta la Corona (si sigue) ha de estar al alcance de todos.  Entonces conoceremos cómo se acortan tan separados escalones de renta.

La propuesta vendrá respaldada de la mano de ciertas mentes agudas que den forma a una nueva filosofía de la gobernación con propuestas de valores a estrenar. Si esto no se hace desde la cordura, acaecerá un periodo revolucionario de consecuencias imprevisibles. La sociedad será testigo del desguace de la arquitectura social tal como hoy la conocemos. Si ese trance llega sin remedio, no poco de lo bueno que habíamos alcanzado se destrozará.

El año 1929 aparecía la gran obra de Ortiga y Gasset, “La rebelión de las masas”. Su diagnóstico de aquella realidad era bien distinta de la que hoy podemos hacer de la nuestra. Señalaba el filósofo que “las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos regentar la sociedad”. Aquel mundo de clases ínfimamente asalariadas y aisladas, incultas y sin capacidad de alianzas, nada tiene que ver con la de hoy. Si entonces hacían falta minorías rectoras como gestores únicos de la decisión, hoy vamos hacia un modelo donde una ciudadanía más participativa protagonice también el futuro. Y en esas estamos cuando las redes sociales son una tela de opiniones de decisiva repercusión; de tal modo que una democracia abierta vendrá por las buenas o por esa presión cada vez más fuerte de la calle que quiere pasar de ser un ente estático y marginado a tener un claro papel decisorio. Va a morir la “sumisión de las masa”, de la mayoría silenciosa y amilanada, y va a nacer una nueva “rebelión de las masas”, que frenará la pernada que hoy sufre el contribuyente con el abuso ignominioso de los que viven creyendo que nadie será capaz de asaltar su fortaleza. Artículo publicado en HOY, diario de Extremadura, el día 3 de marzo de 2004. Pág. 24.

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