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Unamuno al borde del precipicio

El 29 de septiembre de 1864 nació en Bilbao Miguel de Unamuno. Conmemoramos ahora el 150 aniversario de su nacimiento. Hacemos memoria de su vida y de su obra, porque el deber de memoria es la más alta correspondencia cívica que cabe hacer al pasado. 150 años nos separan de entonces. De un tiempo que hoy se nos presenta lejano y quizá un poco ajeno, pero al que, bien pensadas las cosas, no podemos dejar de reconocer en él la puerta que conduce a lo que hoy somos. La revolución liberal y el fracaso de la I República, la Restauración canovista y el despliegue de una política que iba a ser fuertemente contrastada en su estructura y concepción por el movimiento de los intelectuales, el desastre de Cuba y la crisis de la conciencia nacional, el ascenso del maurismo y la Gran Guerra, la crisis de 1917, la dictadura de Primo de Rivera, la II República, el Alzamiento y la Guerra Civil y el final de una época en la que todos, casi sin excepciones, habían puesto sus esperanzas mejores.
La suya fue una vida volcada en una escritura que quería hacerse acción
Un tiempo convulso, lleno de incidentes y en apariencia adverso a los destinos patrios, pero a la vez magnífico y lleno de esplendor, pues en él la cultura española libró con éxito la batalla de la definitiva conquista de la modernidad. En esa batalla Unamuno estuvo presente de principio a fin y su contribución, ora a favor, ora en contra, fue decisiva en la configuración del campo cultural de nuestra Edad de Plata. La suya fue una vida volcada en la escritura, pero a una escritura que quería hacerse acción e incidir sobre la vida, abandonar la abstracción y los anaqueles de las bibliotecas y hacerse sustancia cotidiana del sentir y del pensar de su tiempo. Escribía no para marcar directivas, sino para remover conciencias. Quizá sea este el signo más distintivo de su personalidad como autor: remover la conciencia lectora, sacar al lector de su inercial pasividad y obligarle a la creación, a completar en la lectura activa la creación del autor. Una poética que entrañaba toda una voluntad ética, y, sobre todo, un compromiso moral con la escritura al que en ningún momento dejó de corresponder con el mejor de sus esfuerzos.
Escribir es «escribirse» En novela, por ejemplo, dio amplia muestra de ello. Sus nivolas son la exigencia de un lector activo, de un lector atento a lo que se dice y a lo que no se dice, a las trampas que el autor le tiende en el curso de la narración. Unamuno, como Azorín, Baroja o Valle, ha roto conscientemente con el canon narrativo del realismo decimonónico y ha dado vida a la pretensión de poder novelar de otra manera: Amor y pedagogía, como Camino de perfección o La voluntad o Sonata de otoño, representa en nuestras letras uno de los pilares sobre los que se levanta la novela del siglo XX. Después vendrá Niebla, su mejor novela, según dicen, en un camino que sigue con Abel Sánchez y La tía Tula y llega hasta San Manuel Bueno, mártir, sin olvidar esa obra maestra, Cómo se hace una novela (quizá la mejor, pues en fondo se trata de la novela de sí mismo).
Su ensayismo refleja que se piensa con todo el cuerpo, con la carne y la sangre
En poesía es imposible no reconocer la importancia de El Cristo de Velázquez, por ejemplo, o, en otro sentido, de Romancero del destierro, singular documento poético, continuación de De Fuerteventura a París, donde queda reflejada su experiencia del exilio. En teatro, a pesar del escaso éxito de sus dramas, tampoco es posible hoy no ver en algunos de ellosla huella de un autor genialque obligaba a sus personajes a representar problemas cuya concienca iba a obligar a la de sus espectadores-lectores. Es el caso, por ejemplo, de El otro y de El hermano Juan. Cultivó Unamuno todos los géneros y en todos dio muestra de su voluntad de trascender los límites impuestos por la tradición. Su poesía es metafísica, como su teatro, y su narrativa suele ser calificada de lírica o de filosófica. Quizá sea esta suerte de no caber en moldes ya definidos otro de sus signos más característicos. Su escritura es siempre una denodada búsqueda de sí: un ser extraviado que se busca en la vida y queda reflejado en el camino agónico que traza la escritura. Porque escribir es escribirse.
Del lado del pueblo anónimo Acaso sea su ensayismo lo que mejor refleja este carácter de búsqueda constante, de búsqueda agónica de un pensamiento que transita al borde del precipicio de la existencia. No otra cosa son Del sentimiento trágico de la vida y La agonía del cristianismo, expresión ambos de un pensamiento que busca al hombre de carne y hueso, que responde a la exigencia de un pensar que es a la vez un sentir, porque no se piensa sólo con las facultades de la inteligencia sino con todo el cuerpo; con la carne y la sangre de un cuerpo que alberga un alma o que es la primera expresión de un alma anhelante de eternidad.
Unamuno nos enseñó que la filosofía española había que buscarla en la literatura
En sus primeros ensayos, recogidos en En torno al casticismo, dio vida a dos conceptos de singular importancia que iban a tener una buena acogida en el desarrollo del pensamiento hispánico del siglo XX: la intrahistoria y la tradición eterna. Con el primero daba la vuelta al protagonismo de la Historia y lo colocaba del lado del pueblo anónimo, de los hombres y mujeres de nombres olvidados que han sido (ellos sí, y no los grandes príncipes y señores) el auténtico motor de nuestro pasado. Y con el segundo llamaba en causa a una suerte de sustancia identitaria capaz de manifestarse como constante bajo el devenir de las apariencias. Quizá no fuera como él pensaba, pero qué duda cabe que la tradición bien entendida y bien cultivada es capaz de donar al presente, sin obligarle, formas de vida y modos de pensar que bien pudieran sernos de ayuda en estos tiempos de crisis. También nos enseñó que la filosofía española había que ir a buscarla entre la literatura, cosa que él mismo hizo con singular empeño. Y si no, vuelvan a leer Vida de Don Quijote y Sancho y agradezcan a Unamuno una obra que incomoda a los poderosos porque reivindica la libertad de sus lectores.

Fuente: ABC

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