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Cada tres o cuatro años, Luis Landero (Alburquerque, 1948) regala al mundo una obra maestra, una visión tierna, ácida y penetrante de la sociedad contemporánea. Lo suyo no es contar por contar, es lírica de combate. Sanz Villanueva comparó su prosa con la del Thomas Mann de La montaña mágica por el modo certero en que aúna pensamiento y narración. Ahora, a sus 66 años, este Premio Nacional de Literatura, Premio de la Crítica, Premio Extremadura de Creación, Premio de narrativa Arzobispo Juan de San Clemente, Medalla de Extremadura 2005, se asoma al balcón de su memoria y nos entrega una nueva maravilla literaria. El balcón en invierno, un libro, según sus propias palabras, «escrito desde el corazón, en el que el ‘yo’ tiene un aire discreto porque he intentado que mi yo no se note demasiado». –A su última novela usted la llama «deshilvanada y verdadera historia de recuerdos» pero, ¿no es esa, en mayor o menor medida, la constante de toda su literatura? –No, El balcón en invierno es una novela de hechos verídicos, donde no interviene la ficción, y las otras, aunque inspiradas en experiencias obsesivas, se abren siempre hacia la invención, la fantasía… En El balcón no he tenido que inventar nada. En las otras novelas, el motor de arranque está siempre en mi pasado, pero a partir de ahí, los añadidos imaginarios lo son casi todo. Pero, de cualquier forma, quizá tienes razón, son formas distintas de contar una misma cosa: las más profundas experiencias de la vida. Es como la vigilia y el sueño: lo que vives de día aparece deformado en los sueños, pero a veces los sueños cuentan la vida con más hondura y verdad que la vigilia.

Fuente: HOY

El presidente de la diputación, Valentín Cortés, inaugiró el pasado jueves la exposición 'Wô', con la que José María Pagador, columnista de este diario, conmemora 45 años de periodismo. Se puede visitar hasta el 30 de septiembre.

Fuente:  El Periódico Extremadura.

La ampliación pendiente del centro de artes visuales Helga de Alvear ya tiene los primeros números sobre la mesa. Una inversión de 10 millones de euros hasta 2017 permitirá afrontar la segunda fase de las obras, un paso decisivo para que la colección de la prestigiosa galerista alemana pueda ser visitada al completo por los cacereños y los turistas que pasan por la ciudad. Los datos iniciales los aportó ayer el presidente extremeño, José Antonio Monago, tras la firma de un convenio que hará posible el proyecto y en el que también participan la Fundación Helga de Alvear y la Universidad de Extremadura. Se construirá un edificio de nueva planta que se situará en la fachada posterior del centro actual, con acceso por la Plaza Marrón. Además de ganar espacio expositivo dispondrá de auditorio, centro de documentación y un área de servicios educativos.
Maqueta inicial del centro de artes visuales. Cinco millones de euros en tres años. Ese es el compromiso que adquiere la Junta de Extremadura. Al mismo se suma la aportación de otros cinco millones más de la propia Helga de Alvear, según confirmó el presidente Monago, que agradece la colaboración de la Universidad de Extremadura y de la coleccionista al haber facilitado el suelo de su propiedad que hará posible acometer esta ampliación. En su momento, se estimó que el coste de la misma rondaría los 14 millones de euros sobre un espacio total de 7.000 metros cuadrados. En el borrador de presupuestos de la comunidad extremeña de 2014 ya aparece una partida de un millón de euros como «aportación específica del Gobierno de Extremadura como inversión para obra, destinada a financiar el proyecto de ampliación del centro de artes visuales». La iniciativa de la Consejería de Cultura y Helga de Alvear logra que la colección de la galerista «pase a ser propiedad de la Fundación Helga de Alvear y, por tanto, de todos los extremeños», recalca el propio Ejecutivo extremeño. «Muchos espacios culturales de Europa suspirarían por acoger la colección de Helga», remarcó José Antonio Monago en la presentación del proyecto . De hecho, el presidente regional llegó a comparar el impacto que tendrá la consolidación de este espacio cultural para Cáceres con el que tuvo la apertura del Guggenheim para Bilbao. «El centro de artes visuales se ha convertido en una referencia internacional. Va a haber un impulso», incidió Monago antes de subrayar que esta «apuesta» por la capital cacereña la situará en el mapa del arte contemporáneo de una manera significativa. No hubo maquetas, ni planos, ni grandes avances sobre esa segunda fase del centro ubicado en la Casa Grande. Fue un anuncio y poco más. Monago, al menos, admite que la previsión es que la ampliación esté concluida en 2017. Menos concreta fue la consejera de Cultura. Trinidad Nogales no habló de fechas. Se limitó a incidir en que la firma del convenio abre el camino, que ya tenía un programa «muy avanzado».«En su momento se verá el proyecto definitivo», indicó. Vinculada a Cáceres Se sabe que la ampliación dejará nuevas dotaciones culturales para disfrute de los cacereños, entre otras, un auditorio, un centro de documentación y un área educativa. También habrá un itinerario peatonal y, lo más importante, las obras que hasta hoy no han podido exponerse por limitaciones de espacio pasará a formar parte de una de las propuestas culturales más ambiciosas. «La colección quedará vinculada de manera indisoluble a Cáceres», se alegra la alcaldesa, Elena Nevado. Helga de Alvear asume que era «necesario» ampliar la sede de la fundación. En cuatro años, recuerda, se han podido ver «casi un millar de obras de arte, pero solo es la tercera parte». Tan emocionados estaban los protagonistas tras la firma del convenio que el recurso a las comparaciones se multiplicó. El rector de la Universidad de Extremadura, Segundo Píriz, dijo que igual que hubo un antes y después de 1973 en Extremadura, por la creación de la Universidad, habrá un antes y después de la Fundación Helga de Alvear. El presidente Monago fue aún más lejos. Si Soledad Lorenzo ha sido portada en la prensa nacional tras donar 350 obras al Museo Reina Sofía, vino a decir, Helga de Alvear «debería tener 10 portadas más».

 

Fuente: HOY

Su novela más conocida fue llevada al cine en la magistral película de Víctor Erice Ahora, a la hora de la muerte de Adelaida García Morales, que falleció el lunes en Dos Hermanas (Sevilla) conviene afirmar que no es desdoro que uno pase a la historia de la literatura como la autora, sobre todo, de un solo libro. Lo que sucede es que el caso de Adelaida es un poco sangrante, sobre todo porque fue mujer de obra dilatada y que, no conviene engañarse, adquirió fama y cierta fortuna con «El Sur y Bene». Nacida en Badajoz en 1945, se trasladó a estudiar a Madrid donde se licenció en Filosofía. Mujer del cineasta Víctor Erice, a éste se debe que aquella novelita tenue que Adelaida García Morales publicó en 1985 se convirtiera en obra referente de la España nueva que miraba hacia el psado con cierta hondura arcádica. García Morales, que antes de «El Sur» había ya publicado «Archipiélago», se convirtió en autora de culto con «El Sur» y creo que fue cierto descubrimiento de la intimidad, algo raro en aquellos años lo que hizo que García Morales mejor dicho, «El Sur», se convirtiera en emblemática. García Morales publicó después más de 10 libros, el último, «Una historia perversa», en 2001. Dio igual. A pesar de que su obra evolucionó al igual que el país, «El Sur» había fijado una época, consolidada ya digo, por la película de Erice y la posterior obra de García Morales no llegó nunca a las cotas de culto que había logrado con aquel pequeño texto. Tengo para mí que «El Sur», a pesar de su belleza, es obra propensa de un tiempo determinado, es obra propensa a congelar actitudes y la España posterior sobre todo en la novela escrita por mujeres, abandonó esa temática, si es que alguna vez la tuvo, y ahondó en otras problemáticas, no necesariamente sociales. Sin embargo «El Sur» siempre quedará como una novela que llegó a construir algo muy difícil, creó en cierta manera el imaginario de una niña de la posguerra y por eso mismo se convirtió en novela de culto para una generación. El problema, quizá, estribe y eso es una lección para la literatura, que uno debe ser incluso un poco traidor a su generación porque de no ser así ésta se lo hace pagar con mayores. En cierta ocasión Adelaida García Morales dijo que escribía para la memoria, nunca para publicar. De ahí ese lado fascinante y secreto que sus obras poseen. De ahí también que con la niña de «El Sur» ese secreto se convirtiera en el de toda una generación de mujeres cuyo origen no era el de la clase media urbana. Adelaida, la escritora de «El Sur». Está bien, Es justo.

Fuente: HOY

Hoy se presentará en la Biblioteca Nacional de España una nueva versión del Canto de la Sibila, la pieza musical de origen medieval que fue prohibida por el Concilio de Trento y más tarde, en 2010 declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Según el material sobre este hallazgo facilitado por la BNE, no se trata de las versiones ya conocidas de Sibila latina, mallorquina, catalana o valenciana, sino otra hasta ahora desconocida, en castellano y vinculada a la Catedral de Toledo. Según afirma José Carlos Gosálvez, director del Dpto de Música y Audiovisuales de la BNE, «el manuscrito recién descubierto del Canto de la Sibila apareció como cuaderno suelto dentro de un cantoral (MPCANT/ 73), probablemente del primer tercio del siglo XVI; incluye textos desconocidos en castellano y una notación musical de un canto muy similar alinterpretado en la Catedral de Toledodurante los siglos XV y XVI, aunque con variantes interesantes». El Canto de la Sibila es una representación dramática de carácter litúrgico muy antigua, que aúna tradiciones paganas y cristianas, y que tuvo mucha difusión en Francia, Italia, Portugal y España; en la Península tuvo especial arraigo a partir de la Baja Edad Media en la zona levantina, desde donde pasó a Castilla (también se cantaba en las catedrales de Burgos, León, Cuenca y Toledo). En la actualidad se canta en lugares como la catedral de Palma y en otras localidades mallorquinas y hasta el siglo XIX también siguió cantándose en la catedral de Toledo, en la que están tratando de recuperar la costumbre en estos últimos años. El Canto de la Sibila consiste en que, antes de empezar la Misa del Gallo, el día de Nochebuena, un niño disfrazado de mujer (representación de la Sibila Eritrea, un personaje de la mitología clásica que vaticinaba el fin del mundo) se coloca empuñando una espada, de forma muy teatral, en las gradas del altar mayor, donde entona en canto gregoriano una serie de estrofas sobre el Juicio Final, intercalándolas con el estribillo ‘Juicio fuerte nos dé Dios’. «En Mallorca, ahora -según Gonsálvez-, también pueden cantarlo niñas o mujeres y es un espectáculo inolvidable. Se conservan algunas versiones en latín, catalán y muy pocas en castellano, ya que en Castilla la costumbre tuvo menos arraigo. Nuestro manuscrito es muy probablemente de origen toledano y tiene el enorme valor de ser fuente única, desconocida hasta ahora, tanto del texto castellano como de la música».
Cantorales, joyas bibliográficas El anuncio se hará en el marco de una nueva exposición de la Biblioteca Nacional, una muestra de los ricos cantorales que conserva, que podrá visitarse desde mañana viernes 19 de septiembre hasta el 18 de enero de 2015. Titulada «Cantorales. Libros de música litúrgica en la BNE», en la muestra se darán a conocer los ejemplares más notables de este tipo de libros, de los que la BNE conserva más de un centenar. La exposición incluye, además, una selección de códices medievales con música y libros impresos de canto llano y polifonía de los siglos XV al XIX. Su catálogo incluye una amplia información sobre los trabajos de datación, catalogación, conservación y restauración realizados sobre estos ejemplares. El cantoral es un tipo de libro musical de gran formato, casi siempre manuscrito y realizado sobre pergamino. Puede contener música polifónica (es decir, la escrita para varias voces superpuestas) o, con mucha mayor frecuencia, el canto llano gregoriano, usado en la liturgia de la Iglesia Católica. Los volúmenes que se conservan en la BNE proceden, en su mayoría, de monasterios y conventos desamortizados en el siglo XIX. Toda la colección está digitalizada y puede consultarse en la Biblioteca Digital Hispánica y también en la aplicación de cantorales de la institución. Entre los libros más antiguos y valiosos, al menos dos (signaturas Mpcant/23 y 35) llevan una decoración muy rica, y fueron realizados durante el reinado de los Reyes Católicos. En otro (signatura Mpcant/73) aparece una versión hasta ahora desconocida del célebre Canto de la Sibila. Para el estudio y catalogación de su colección, la Biblioteca impulsó en 2011 un convenio con la Fundación General de la Universidad de Alcalá de Henares en el que se propuso la participación de tres investigadores que trabajaron bajo coordinación técnica del Departamento de Música de la BNE y la supervisión científica del catedrático de canto gregoriano, Ismael Fernández de la Cuesta. En Cantorales. Libros de música litúrgica se descubre un importante contenido musical, las modalidades de notación, las técnicas y procedimientos de elaboración, su interés iconográfico y los problemas de preservación de este tipo de ejemplares.

 

Fuente: ABC

El balcón en invierno venía ya precedido por diversos signos en la narrativa de Luis Landero. La ascendencia campesina, o más bien labriega, del autor ha sido un asunto recurrente en otros títulos, especialmente en Entre líneas, donde mucho de lo que se narra en este libro recibía allí un tratamiento desligado de la ficción, aunque aún sometido a su dominio. Aquí el autor se declara, en las primeras páginas, "reñido con la literatura, saturado de ficción", de modo que este libro se presenta fruto del desengaño de las "reglas disparatadas de este oficio", para poder abrirse a la fuente originaria de la memoria, sin hacer intervenir la inventiva o la imaginación. Un libro, por tanto, que quiere acreditarse por la expresión de la experiencia directa, la afiliación a una familia y a una geografía concretas, y por la retención del tiempo vivido o la época recordada de sus ancestros; un libro que se adscribe, con complacida cordialidad, a la narración autobiográfica, escribir "sobre la vida de todos nosotros", como dirá el narrador a su madre nonagenaria, desmintiendo su reputación de mentiroso con la afirmación de que "esta vez no hay mentiras. Es un libro donde todo lo que se dice es verdad". Esta declaración se hace muy avanzado el libro; y, aunque tal vez innecesaria a esas alturas, tiene la propiedad de sanción de la persona que más claramente podría certificar su sinceridad. Porque éste es el libro de un escritor que, debatiéndose con el proyecto de una nueva novela, descubre al releer lo escrito "la insinceridad de lo que se escribe con oficio más que con devoción", y, empachado de literatura, "¡Oh, no, Dios mío, otra novela no, otra vez no!", deja a un lado las "expectativas bien urdidas" y "la música verbal que acaba siendo canto de sirenas" para preguntarse "¿dónde está en verdad la vida?", y responder al interrogante con la rememoración de una crónica familiar. La pugna entre literatura y verdad, entre el uso de los trucos retóricos de la ficción y lo que el autor llama la vida "ahí fuera, en el bicherío de la calle”, constituye la deriva que lo lleva a descreer, incluso a impugnar la ficción, como un tardío prosélito que se redime al hallar un sentido "en el oscuro y errático devenir de los años". Ese sentido, en El balcón en invierno, se pliega a la derrota de la ficción, al constatar que ya “nadie lee novelas, o al menos novelas literarias”, ya que hay otras “ofertas de ocio más fáciles, baratas e instantáneas”; y aunque no llega a afirmar que la novela vaya a desaparecer, ve su destino muy incierto, pues "cada vez habrá menos lectores". A esta quejumbre, por lo demás previsora, no cabe objetar otra predicción, pero sorprende la complicidad del autor con el espíritu del comercio. No sólo los lectores y los editores están liquidando la literatura; también el escritor, si renuncia a la obra literaria. Claro que Luis Landero no deserta del todo, sólo de la ficción, como se ha dicho, y para no quedar desasistido recurre a la socorrida oposición, muy imprecisa, entre la mentira de la ficción y la verdad de la vida. Y esa verdad consiste, para el autor de Juegos de la edad tardía, en la nostalgia del pasado, al que hace desfilar de nuevo, avivado por una memoria que no se molesta en registrar un brillo más alto que el notarial. La devoción marca aquí el tono, y la admiración por una época y unas costumbres (el mundo campesino, la vivencia del campo) que ya no volverán (“Todo, todo se perderá”) cede a una melancolía que no alcanza el pathos de la elegía, acaso porque la constatación de lo perdido no basta para recuperarlo. Se atienden hechos, comportamientos, retratos de figuras familiares; se evocan los orígenes, lo que ha constituido su persona a lo largo del tiempo, sin reparar en la conciencia moral del narrador, o más bien a su progreso, que es el tema eludido del libro, aplicado el autor a un ejercicio de conciliación afectiva sin duda válida para él, pero de limitada convicción. No obstante, El balcón en invierno es una obra de ineludible lectura, y en cierto modo modélica respecto a la confusión reinante sobre el estatuto del escritor y su infeliz lugar en el entramado de la industria del entretenimiento. Pues no deja de ser un espectáculo apreciar la desgana, o tal vez el recelo, que la literatura produce actualmente en un escritor que había hecho de los “misterios de la ficción” un instrumento de conocimiento de la realidad. A cambio, y sirviéndose desde luego de una prosa bien atemperada (aquí con su habitual tendencia paródica anestesiada para evitar los tramos que podrían llevarle a la caricatura), el escritor nos ofrece un álbum de conmovedoras fotografías, un inventario del desván de su memoria, toda esa panoplia vehemente de indudable efecto emocional que ni al lector más prevenido dejará indiferente.

 

Fuente: El País

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