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LA SUMISIÓN DE LAS MASAS

Feliciano Correa

La mayor parte de nosotros desaparecerá sin dejar en la memoria colectiva rastro alguno. Seremos aludidos sólo como parte de un tiempo, como pieza de una generación sufridora que cabalgó a la grupa de los siglos XX y XXI, como testigos de una catarsis social y pórtico de un cambio profundo.
Para situarnos diré que al concluir la II Guerra Mundial en 1945, las naciones ganadoras entendieron que los enormes abusos comenzados en el  XIX por la rapiña enriquecedora que se inició en la revolución industrial, debería guardar ciertas formas para evitar la venganza de unas masas que se sintieron pieza y carne barata de empresas mata-obreros y patronos abusivos. A fin de disimular tan mala fama se van a inaugurar maneras distintas de comunicación con las clases obreras, a lo que se llamó neo-capitalismo. El mismo consiste en asumir en los nuevos modelos de relación laboral y de organización cívica, algunas de las reivindicaciones que la nueva izquierda había venido pidiendo desde su nacimiento en el año 1879, cuando Pablo Iglesias presentó su partido de clase obrera, socialista y marxista, pues el empuje del socialismo logró herir de modo significativo el lucro abusón del capital. Pero tras la paz de 1945, la enorme habilidad del poder político amancebado con el poder económico, va a propiciar una clase de abusos más sutiles. Por un lado la subvención encubierta a quienes logran hacer verdad el abrazo de las leyes con el negocio y, por otra parte, el mantenimiento de prebendas que se harán posibles por la mecánica de una precisa  ingeniería financiera. A ello se unirá un vigilancia en la ciudadanía gracias al control que facilitan los sistemas informáticos; una electrónica manejada desde las cúpulas que será capaz de crujir a los autónomos y clases medias, sin apenas conocerse en tal proceder ni la compasión ni la solidaridad.

De tal forma que hemos llegado a asumir, como si narcotizados y aborregados estuviéramos, un atenazamiento sin precedentes. En esta situación el mundo occidental que gobierna engatusando con ciertas cotas de bienestar, logra mantener diferencias sociales de escándalo viendose a los mandamases del cotarro alcanzar sin rubor beneficios de afrenta; mientras cerca de ellos honrados ciudadanos no pueden hacer frente a la renta de sus casas, ni al recibo de la luz, ni tomar todo los días comida caliente.

El viejo súbdito que conocimos en el Antiguo Régimen logró alcanzar la categoría de ciudadano con los mentores del Siglo de las Luces, la Ilustración y la Revolución Francesa; aquellos pensadores creyeron que la cultura podía acabar con la tiranía y la ignorancia. Fue un gran paso sin duda, pero lo que resultaba inimaginable para cualquier profeta de la sociología  era adivinar que el siglo XXI produciría generaciones de consumidores que, como abejas domesticadas, madrugarían cada jornada para ganar lo que luego se les escapa por las rendijas de los impuestos descomunales; todo manejado con deliberación y cálculo para que las obreras de la gran colmena no se escapen y dejen el fruto de su brega en las arcas que sostienen a legiones de zánganos y convidados. Tal desatino es posible porque los mismos recaudares, prestamistas, capitostes bancarios y consejeros de administración, son lo que dictan las leyes para engordar sus bolsas, viéndose como cosa tan normal  la puerta giratoria para pasar del poder ejecutivo o legislativo a otros poderes fácticos, sujetos al slogan y al pasteleo cortesano de “hoy por ti y mañana por mí”. Con tal canje entre mutuos benefactores, los beneficios se consolidan en la liturgia de la brega parlamentaria, aunque luego se exhiban enfrentamientos desde las  distintas bancadas.

En esos graderíos vemos a diario cómo los más pintureros e influyentes cofrades de una clase pudiente y blindada engordan sus fortunas, merced al duro trajinar sacrificado de las clases con menos posibles. Mientras, cerca de ellos, se les aplica la cortedad alimenticia y las medicinas tasadas a los pensionistas, que han de elegir entre usar la tarjeta electrónica en la farmacia o pasarse a comprar la leche para los nietos. Sorprendidos primero pero acostumbrados luego, estamos asistiendo a un sistema de tribus con el logotipo tatuado en el carné, que exhiben sus excesos sin rubor alguno porque, y tienen razón, sus fechorías están dentro de la ley, que prepararon desde el escaño antes de pasar a los butacones mullidos del consejo de administración. En este escenario la moral se ajusta a la legalidad, aunque ésta sea ilegítima, de tal modo que el resultado es practicar una moral pervertida y laxa. Con tal modelo, que haría expulsarlos a palos del templo de la democracia si un nuevo Galileo surgiera entre nosotros, los unos y los otros, los democristianos y los socialdemócratas, se han hermanado en el trinque como cachorros mamones de una misma camada. Vemos como los capitostes deshonestos se reparten millones sin pudor, e incluso quienes han arruinado por sus abusos a las entidades financieras haciendo astillas a los clientes modestos, siguen asidos al cordel del presupuesto público que asume la quiebra. Esos mismos chorizos al salir de la ruina,  reciben cuantiosas indemnizaciones  porque, con la ley de su parte, previamente diseñaron el paraguas con beneficiosas cláusulas, de tal modo que quienes estrujaron hasta ahogar al banco donde fueron colocados por sus amigotes, son increíblemente premiados. Hace unas pocas semanas este mismo diario publicaba un reportaje sobre los comedores sociales, donde una madre narraba que baja las persianas pronto, para que sus hijos se vayan a la cama antes, porque no tiene dinero para darles de cenar. Y esto no sucedía en Biafra o Burkina Faso, sino en un barrio cercano. Todo esto es contemplado con vergüenza verdadera por modestos políticos honestos y ejecutivos decentes, a los que repugnan las fechorías de esos correligionarios que todo lo pueden y casi todo lo tienen.

Los currantes del montón, por muchas proclamas que quieran atontarles sobre el Estado de Derecho como justificación para el aguante, saben que son víctimas de una sanguijuela pegada por decreto a su propia piel. La masa es masa indefensa porque el sistema ha perfeccionado el marketing y una estudiada publicidad hace a los ciudadanos esclavos encadenados al consumo. Los contribuyentes no son sino los modernos galeotes encadenados al servicio de los nuevos emperadores que doran sus carteras y sus rostros desde una cómoda proa de influencias. La mayoría sumisa no se percata de la perversión, porque la sofisticación tecnológica  se ha  puesto en marcha para controlar la conducta de la voluntad social. Aun así, este cuadro tan atroz no parece tener satisfecho a los ordeñadores de la vida de otros, que insaciables con sus sueldos millonarios, se afanan en el saqueo, sabedores de que si no hay reproche penal, en nada quedará el titular de prensa y pronto se olvidará su caso. Así, como en un juego de ruleta de revolver en las sienes, pasan el peligro sabiendo que no corren mayor riesgo porque  el maestro armero desde el Boletín Oficial no ha puesto balas en el cargador. Podemos ver a unos principalísimos negligentes con vehículos blindados y aseados modales tocando la campanilla de Bankia, porque su tranquilidad les dice que luego, tras la alarma en el noticiario, colocarán sus posaderas calentitas en los gruesos almohadones del Banco Santander o en Telefónica y, aquí paz y después… dinero.

La aristocracia bancaria de chanél y caoba vive mullida en connivencia con el aparato político; hay apaño y amaño para hacer todo legal aunque no sea ilegítimo. Mientras, el hambre, el frío, la soledad, el paro y la ancianidad indigente pasan sus últimos aguantes en las colas del desempleo o a la espera de la intervención quirúrgica. ¿Qué hacer ante este cuadro? Lo meditaremos mañana.

Ante semejante red de perversión ¿quién protege a los menos favorecidos cuando el Estado de Bienestar hace aguas? ¿Quién limitará las “condescendencias legales” si son sus propios cacos de cuello blanco los que cuecen con sus manos el voto de la exculpación en el horno de los tribunales politizados? La inconsecuencia moral de los “unos” y de los “otros”, pudre a España. El comisario Joaquín Almunia dice que “es una estupidez bajar los sueldos el 10% como pide el Fondo Monetario Internacional, ¡que se los bajen ellos!”, agrega, mientras que en su casa entran 400.000 euros al año, al tiempo que su hijo pide beca del presupuesto público. Apunta el antiguo ministro de trabajo que en nuestro país han de hacerse más reformas, lo que quiere decir es que ha de aplicarse más palo fiscal a la mayoría social, mientras que el aparato hipertrofiado de políticos, sindicatos, banqueros y empresarios se sostiene apoyado en las espaldas exhaustas de las abejas domesticadas que ya no pueden ser más estrujadas.
Señoras y señores, el sistema capitalista no se enmendó en 1945 y ha vuelto por sus fueros, y lo peor es que debe ser tan apasionante el slogan de “todos queremos más” que ha contagiado incluso a los que se definían como de izquierda y amigos de la justicia distributiva. Con tal panorama el esclavo consumidor que madruga y cotiza siente en sus carnes el desvalimiento cuando recibe la nómina y comprueba cómo, antes de que él vea su sueldo, una serie de empresas y sociedades que cada año aumentan la cuenta de resultados, le han sisado, con la legalidad de su parte por supuesto, su achicada retribución.

¿Qué hacer ante tanta atrocidad? Una mayoría hasta ahora sumisa, está poniendo pies en pared. Los gobernantes la ven venir y ya ninguno querrá estar más de ochos años en el sillón, lo justo para cobrar una buena pensión por vida y escapar de la quema. Burgos, Rodear el Congreso, la Marea Blanca… son muestras de que las diversas formas del complot ambicioso caerá. La sociedad revienta por su base, mientras quieren recauchutarse los pinchazos del sistema  endureciendo las leyes y poniendo cinchas y bridas a la libertad. La tribu abusadora ha de pensar que la era de los faraones votados un día para que luego hagan lo que les plazca, se acaba; y eso lo saben los tenderos, los taxistas, los policías, los médicos de guardia… que piensan que otro mundo más justo es posible; lo sabe hasta el Papa Francisco que va desguazando el vaticano de púrpura y boato.
El final de la sumisión de las masas en occidente se acerca como algo imparable, demostrando que la falsa democracia está agónica. Se anuncia un tiempo donde la participación ciudadana será mayor, donde la transparencia desde abajo hasta la Corona (si sigue) ha de estar al alcance de todos.  Entonces conoceremos cómo se acortan tan separados escalones de renta.

La propuesta vendrá respaldada de la mano de ciertas mentes agudas que den forma a una nueva filosofía de la gobernación con propuestas de valores a estrenar. Si esto no se hace desde la cordura, acaecerá un periodo revolucionario de consecuencias imprevisibles. La sociedad será testigo del desguace de la arquitectura social tal como hoy la conocemos. Si ese trance llega sin remedio, no poco de lo bueno que habíamos alcanzado se destrozará.

El año 1929 aparecía la gran obra de Ortiga y Gasset, “La rebelión de las masas”. Su diagnóstico de aquella realidad era bien distinta de la que hoy podemos hacer de la nuestra. Señalaba el filósofo que “las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos regentar la sociedad”. Aquel mundo de clases ínfimamente asalariadas y aisladas, incultas y sin capacidad de alianzas, nada tiene que ver con la de hoy. Si entonces hacían falta minorías rectoras como gestores únicos de la decisión, hoy vamos hacia un modelo donde una ciudadanía más participativa protagonice también el futuro. Y en esas estamos cuando las redes sociales son una tela de opiniones de decisiva repercusión; de tal modo que una democracia abierta vendrá por las buenas o por esa presión cada vez más fuerte de la calle que quiere pasar de ser un ente estático y marginado a tener un claro papel decisorio. Va a morir la “sumisión de las masa”, de la mayoría silenciosa y amilanada, y va a nacer una nueva “rebelión de las masas”, que frenará la pernada que hoy sufre el contribuyente con el abuso ignominioso de los que viven creyendo que nadie será capaz de asaltar su fortaleza. Artículo publicado en HOY, diario de Extremadura, el día 3 de marzo de 2004. Pág. 24.

Los tesoros también tienen forma de libro. Y en las últimas semanas se han conocido varios ejemplos. Hace poco más de un mes la Biblioteca Nacional presentó un manuscrito inédito de 'La colmena', el libro cumbre del Nobel Camilo José Cela. El escrito llevaba 35 años en un armario hasta que la hija de Noel Salomon, el único que conocía este documento porque se lo envío el propio escritor, lo encontró por casualidad. Por casualidad también se topó el profesor Alejandro García-Reidy de la Universidad de Syracuse con una comedia escrita hace cuatrocientos años por Lope de Vega. Y también por azar un albañil que reformaba una casa de Barcarrota encontró al tirar un muro diez libros y un manuscrito del siglo XVI. Sin quererlo, desenterró en el 1992 el principal hallazgo bibliográfico de los últimos tiempos en Extremadura. Entre todo lo encontrado, destaca una edición de 1554 del Lazarillo de Tormes. Se llevó entonces el mismo protagonismo que ahora se da al manuscrito de 'La colmena' o a 'Mujeres y criadas', la obra de Lope de Vega. El Lazarillo de 1554 y el resto de libros forman parte hoy de los fondos de la Biblioteca de Extremadura. La Junta de Extremadura los compró tres años después, cuando se conoció el hallazgo, por más de once millones de las antiguas pesetas. El albañil pleiteó después con la Junta porque reclamó el 50% que pertenece a todo el que encuentra un tesoro. Y es que el Lazarillo encontrado es un tesoro. Entonces sólo se conocían tres ediciones del libro, la de Amberes, la de Burgos y la de Alcalá de Henares. El ejemplar que ahora guarda la Biblioteca de Extremadura pertenece a una edición de Medina del Campo, desconocida durante siglos. Permaneció escondida más de cuatrocientos años porque un médico judío de Barcarrota lo guardó por miedo a la inquisición. Ahora dormita en la estancia más segura de la Biblioteca de Extremadura. En un caja fuerte dentro de una sala cerrada con llave a la que se accede tras pasar varias cámaras de vigilancia. Para evitar el deterioro, la habitación se mantiene siempre a 18 grados y cuenta con un sistema antiincendios especial que desprende polvo porque el agua resultaría tan dañina como las llamas. Cuenta Joaquín González Manzanares, bibliófico y director de la Biblioteca de Extremadura, que hallazgos de este tipo no son tan extraños, pero la mayoría de las veces no tiene valor lo que se encuentra. «Uno en una casa puede encontrar con una biblioteca antigua de hace varios siglos, pero si los libros no tienen valor, el hallazgo pasa desapercibido. En el caso de Barcarrota, fue especial porque permitió conocer que había una cuarta edición del 'Lazarillo', de los que quizá haya uno o dos en todo el mundo». Desde que llegó a la Biblioteca no se ha movido de la Alcazaba. En teoría, puede salir si alguna institución lo solicita para exposiciones, pero pagar el seguro y el transporte especial que necesita hace que muchos desistan. En la mayoría de los casos, se envían las copias que se han editado de los originales. Para el Lazarillo se hicieron facsimil arqueológicos, idénticos al original. Desde que se descubrió, despierta el interés de profesores, catedráticos y estudiosos que para sus tesis o investigaciones necesitan profundizar en la obra o en los libros que sobrevivieron a la prohibición de la inquisición. En, muchos casos, las consultas se pueden hacer por Internet porque se han digitalizado los fondos.

 

Fuente: HOY

Acoge hasta el 31 de diciembre en la planta segunda del edificio la muestra 'Ars Scribendi. La cultura escrita en la Antigua Mérida'

'Verba volant, scripta manent'. O lo que es lo mismo, 'las palabras vuelan, lo escrito permanece'. El caso es dejar constancia de todo. A pie juntillas se tomaban este dicho latino los romanos que, a lo largo de la historia, dejaron miles de muestra de la escritura. Ahora el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida ha aprovechado esta afición hecha arte para exponer al público la muestra 'Ars Scribendi. La cultura escrita en la antigua Mérida'. Se puede ver hasta el 31 de diciembre en la sala IX de la planta segunda del museo. La civilización romana, si por algo se caracteriza desde el punto de vista de la historia, es por ser una cultura que escribe mucho y de muy variados temas. No hay cultura que no haya hablado, pero no tantas escribieron hasta entonces, y tantísimo. Para ello utilizaba preferentemente, aunque no en exclusiva, un idioma, el latín, y un alfabeto propio, el latino. Este último aún en uso en gran parte de Europa, así como también está extendido por América y Oceanía. La muestra pretende ofrecer una visión general sobre la cultura escrita en Mérida entre el momento de su fundación y la Antigüedad tardía, pero con especial hincapié en el periodo romano. Para ello, se analizan las personas que se sabe que escribían o enseñaban a hacerlo, los instrumentos y soportes que utilizaban para ello, las lenguas y los signarios en uso y la evolución gráfica de estos últimos. La exposición se centra en el soporte donde mejor se han conservado, el mármol, y se limita a la escritura epigráfica más corriente, en mayúsculas. Ante la relevancia de un tema poco tratado en la Península Ibérica desde el MNAR se expone una pequeña muestra de la importancia en la historia. A la inauguración de la misma, que se celebró ayer, acudieron el director del MNAR, José María Álvarez, los comisarios de la exposición, además de representantes del Consorcio, de la Asociación de Amigos del Museo o de la UNED de Mérida, entre otros. Rafael Sabio, uno de los comisarios de la exposición, explica que en la muestra se pueden ver las figuras de los protagonistas de la escritura, los maestros, alumnos y usuarios constatados por la arqueología. En las vitrinas se observan los instrumentos de escrituras, muy variados y ricos, además de los soportes donde se plasmaban las letras. También se explican las lenguas que se utilizaban al escribir. «Evidentemente estaba el latín. Pero también compartía espacio con el griego o el hebreo, escrito sobre un ánfora», declara. Evolución de los caracteres En una de las paredes de la sala, el visitante puede encontrar la evolución gráfica de la forma en la que se escribían los caracteres de las inscripciones desde el siglo I A.C hasta el siglo VIII. Luis Hidalgo, otro de los comisarios de la muestra, explica esta secuencia de lápidas de mármol. En ellas se recogen ejemplos de los diferentes tipos de escritura a lo largo de este periodo histórico, por lo que se encuentran procedentes de la época romana de Mérida y de la cristiana, es decir, de los años del dominio visigodo. El tercer comisario de la muestra, Javier Alonso, indica que la mayor concentración de instrumentos de escritura de época romana de Hispania está en Mérida. Señala que eran muy utilizados como soportes los papiros, sobre los que se escribía con cálamos, y las tablillas de cera, en las que la escritura se fijaba con estiletes. También confirma que se estudia a nivel internacional quién escribía en aquella época, descubriéndose que no solo lo hacía la clase alta, sino que posiblemente la clase media baja de Mérida también escribía. Como información complementaria a la muestra se ha realizado un catálogo digital que se podrá descargar desde la página web del Ministerio de Cultura y mediante un código QR( que estarán disponibles a partir de la semana que viene). En dicho catálogo, junto a la información de los paneles, se incluyen las fichas correspondientes a las piezas asociadas a cada una de sus respectivas secciones, analizadas individualmente y por conjuntos.

 

Fuente: HOY M. ÁNGELES MORCILLO | MÉRIDA.

¿Fue el mestizaje en Perú un producto de la sumisión de las mujeres indias a manos de los conquistadores españoles? No es tan simple. Otra vez los hechos contradicen la leyenda negra de España en América. Y no es porque durante la conquista española del imperio inca no se produjesen hechos sangrientos ni las graves injusticias que se asocian a una campaña como aquella. Claro que hubo violaciones y desafueros, pero no fueron la tónica dominante. Según la investigación de la historiadora Carmen Martín Rubio, que ultima una nueva biografía de Francisco Pizarro que va a dar mucho que hablar, conviene estudiar sin los prejuicios de la leyenda negra los tempranos amores de los primeros españoles en el Nuevo Mundo. ¿Y si la curiosidad y la atracción mutuas entre los exitosos guerreros blancos, venidos de los confines del mundo, y las princesas incas hubieran puesto el ejemplo nada más comenzar la conquista? ¿Fue también una conquista, digamos, galante? Martín Rubio mantiene que no fue solo el producto de la sumisión de las mujeres indias, ni de la violación generalizada y el rapto como esclavas y criadas. No se trata de negar la historia, sino de conocerla mejor. Los españoles hemos asumido, a menudo sin rechistar, sin sentido crítico, esa visión culpable de un hecho que dio nacimiento a un mundo diferente, más de lo que los conquistadores esperaban. «La mayoría de las veces, esta situación fue voluntaria -explica Martín Rubio-, pues losconquistadores despertaron en ellas una gran curiosidad y, sobre todo, el deseo de conocerlos íntimamente».
La momia inca y coreana Como base, la historiadora investiga las numerosas relaciones esporádicas que voluntariamente brotaron durante esos años, «de las cuales comenzaron a surgir los mestizos y las mestizas: es decir una nueva raza, o casta, mezcla de la amerindia y de la europea». Lo más curioso es que el mestizaje ya existía entre los incas: según han demostrado los análisis científicos de la momia Juanita de Arequipa-una joven ofrendada hacia 1450 al apu o monte Ampato-, «su padre procedía de Corea y su madre era natural de Puno, ciudad situada al sur del actual Perú. Este dato revela una realidad de la historia de América poco conocida en España, tristemente: la navegación de los pueblos del Pacífico», añade la historiadora. En el Caribe, por otra parte, los caciques entregaban a sus hijas a los capitanes una vez que establecían la paz con los españoles. De estas uniones surgieron algunas apasionadas historias de amor «como la de Alonso de Ojeda y Guaricha, bautizada Isabel; la de Vasco Núñez de Balboa con Anayansi, hija de cacique de Caretas, y asimismo la relación que Diego de Almagro mantuvo en Panamá con una mujer aborigen, de la que nació su hijo Diego de Almagro el Joven. Y en Perú también, según reivindica Martín Rubio. El gran cronistaGarcilaso de la Vega Inca era hijo de la princesa Isabel Chimpu Ocllo y del capitán Garcilaso de la Vega, pariente del poeta de igual nombre», o los hijos que los hermanos de Francisco Pizarro, Juan y Gonzalo, tuvieron con señoras pertenecientes a la nobleza inca. Las princesas incas estaban rodeadas por el lujo y el misterio en aquellos primeros años de conquista. «Según relata el cronista Pedro Pizarro, las que Atahualpa llevó a Cajamarca cuando fue hecho prisionero eran muy hermosas, tenían los cabellos largos y caídos sobre los hombros; sus túnicas estaban adornadas con piedras preciosas y llevaban los rostros ocultos por máscaras de oro fundido». El Inca escogía a las más bellas del imperio. Su alto rango social «constituía un gran atractivo para los conquistadores, máxime allegalizar sus propiedades la corona española» con el matrimonio mestizo. El propio Francisco Pizarro «no se libró de caer rendido ante los encantos de dos de aquellas princesas, cuando ya era un hombre de edad avanzada y, aunque no se casó con ellas, las tomó por esposas en los últimos años de su vida», agrega la historiadora. Desde luego, cualquiera que fuese su intención, en los albores de la sociedad hispánica en América se promovió el mestizaje desde la cúspide social. No solo era una cuestión simbólica que reflejaba el encuentro de dos mundos, sino también una herramienta de legitimación de un poder que sin duda estaba en plena transformación. Y la legitimación a través del matrimonio, recordemos, era un modelo para hombres que servían a los Reyes Católicos y sus hijos, que la habían practicado logrando que su reino, España, cobrase una nueva dimensión.

 

Fuente: JESÚS GARCÍA CALEROCALEROJE / MADRID ABC

¿Quiénes fueron las dos princesas que Francisco Pizarro desposó en Perú? Esta es su historia, según el relato de Carmen Martín Rubio: «La primera fue Quispe Sisa, hija del emperador Huayna Capac y de una poderosa curaca de Huaylas, del territorio de los Lucanas, llamada Contarhucho. No se sabe nada de su vida hasta que en 1533 se trasladó a Cajamarca para acompañar a su medio hermano Atahualpa. El Inca la entregó a Francisco PizarroGonzález, el jefe de los hombres recién llegados de tierras desconocidas y según el diario de Inés Muñoz, cuñada del conquistador, éste aceptó a la joven de muy buen grado; lo cual es comprensible pues tenía entre dieciséis y dieciocho años, era hermosa y muy alegre por lo quePizarro la llamaba “Pispita”, que quiere decir “Alegre” y “Simpática”; fue bautizada con el nombre de Inés y llevó los apellidos de sus progenitores: Guaylas Yupanqui». Como es sabido, dio dos hijos al conquistador: Francisca, nacida en 1534 y Gonzalo en 1535. Según la historiadora, «debió de tener gran ascendencia sobre él debido a que en Cajamarca resolvió graves problemas de abastecimiento y porque su madre, la curaca guerrera de Guaylas, en mayo de 1536 envió un ejército a la recién fundada Ciudad de Los Reyes, después conocida por Lima, que había sido sitiada por el general inca Quiso Yupanqui, y mediante su ayuda se puso fin al asedio». Podría parecer que la unión estaba totalmente consolidada. Sin embargo no fue así. Se ignora qué causas propiciaron la ruptura: «Pudo ser que Inés se enamorara de Francisco de Ampuero, un apuesto joven que había llegado con Hernando Pizarro y que pasó a trabajar como paje del gobernador, o tal vez fue el mismo Francisco quien se enamoró de otra bella princesa llamada Cuxirimay Ocllo». Martín Rubio no tiene datos para ir más allá. Pero en 1536 había dos personas más en medio de la pareja: el paje español y la princesa inca. Inés y Ampuero se casaron finalmente en 1537 o 1538, porque en este último año nació el hijo de ambos: Martín Ampuero Yupanqui. «Para sorpresa de todos, Pizarro, además de bendecir el matrimonio, entregó a los desposados una encomienda -relata la historiadora-. Los que estaban cerca de él creyeron que había aceptado bien la relación de su hasta entonces mujer con el paje, pero en el fondo no debió de ser así pues, cuando la pareja se estableció en su propio domicilio, separó de la princesa a sus hijos, de tres y dos años respectivamente, y los dejó en palacio bajo la tutela de su cuñada Inés Muñoz para que recibieran educación española». Conocer la templanza de Pizarro ante este despecho contradice al cliché del conquistador sanguinario y vengativo. Casi hace que pensemos por comparación en la guerra que desató, por algo parecido, Elena de Troya. Así que, ¿con quién se fue Pizarro? Con la bellísima viuda de Atahualpa.
La viuda de Atahualpa Con una descendiente del noveno Inca Pachacuti, «el reformador del mundo andino. Cuxirimay Ocllo había sido la esposa principal de Atahualapa y estuvo a su lado hasta el 23 de julio de 1533, día en que fue ejecutado. Al decir de los cronistas, la muerte de Atahualpa sumió a Cuxirimay en una enorme tristeza y hasta intentó suicidarsepara acompañarle en la vida de ultratumba, en la que creían los habitantes andinos», nos recuerda Martín Rubio. Es un panorama difícil de imaginar: el mundo en el que había vivido la princesa se desmoronaba. Su única opción era integrarse en la sociedad hispana (lo que suponía bautizarse y recibir instrucción cristiana). En 1536 Francisco Pizarro comenzó a interesarse por ella, y es de suponer que verse cortejada por quien había decretado la muerte de su marido no sería fácil de asumir, por más que el gobernador se hubiera visto obligado a ordenar la ejecución y, al cumplirse, sus ojos hubieran acabado arrasados por las lágrimas, como los de ella. La historiadora confiesa que no se sabe cuándo cambió de opinión, pero poco después se llamaba Angelina, oficialmente llevaba el apellido Yupanqui y estaba adaptada a las formas de vida españolas. Como cuenta Juan de Betanzos, «el marqués la tomó para sí»presumiblemente en 1539, pues a finales de ese año nació su primer hijo y en 1540 el segundo. ¿Por qué la eligió Pizarro cuando ella tenía 16 años y él casi sesenta? Carmen Martín Rubio propone dos hipótesis: «Los públicos escarceos de Inés Guaylas con Ampuero, o tal vez, como escribió en su Diario su cuñada Inés Muñoz, por la atracción que sintió hacia ella». Pero la historiadora no desprecia las razones de Estado: «Reforzar sujerarquía, apenas aceptada por el pueblo vencido, al compartir su vida con una mujer de la más alta estirpe indígena y también el deseo de dejar descendencia entroncada con la rama del gran Pachacuti». Nunca podrá saberse. Pizarro fue asesinado en 1541, antes de legitimar a sus dos hijos con Angelina o expresar alguna de estas intenciones.

 

Fuente: JESÚS GARCÍA CALEROCALEROJE / MADRID ABC

Primero en la jefatura de redacción y posteriormente en la dirección de la prestigiosa revista Cuadernos Hispanoamericanos, el poeta Félix Grande estableció durante muchos años un fluido puente con las naciones de habla castellana situadas al otro lado del Atlántico. Este hecho, quizás no tenido muy en cuenta, originó que una oleada de escritores aterrizaran en nuestro país y que tuvieran su punto de encuentro en el desaparecido Instituto de Cultura Hispánica, sede, en una de sus plantas, de la redacción de Cuadernos. Gracias a Félix, y a esa especie de intercambio de ida y vuelta, conocimos mejor, y a veces de primera mano, a Borges, a Cortázar o al nicaragüense Carlos Martínez Rivas, que nos abrió los ojos a una nueva dimensión de la palabra poética. Una labor callada, no suficientemente reconocida, pero de categórica efectividad, que le debemos al poeta de Mérida, que se crió en Tomelloso y vivió en la madrileña calle Alenza, cerca de Cuatro Caminos, visita obligada a una casa donde se celebraban veladas memorables, bajo la generosidad de las personas que la habitaban: paredes inexistentes, forradas de libros y cuadros, y en la que se percibía el delicioso aroma que salía de la cocina, donde Francisca Aguirre, gran poeta y esposa de Félix, preparaba suculentos manjares para los, casi siempre, hambrientos visitantes: “Esta casa huele a gloria,/ Dios mío, quién guisa aquí:/ aquí guisa una gitana/ que está loquita por mí”. Pero Félix Grande fue sobre todo un escritor de sobrecogedora calidad artística, cuya obra tuvo una notable incidencia en América. Premio Adonais, Nacional de Poesía o Nacional de las Letras Españolas, con La balada del abuelo Palancas obtuvo el Premio Extremadura a la Creación y la Medalla de Oro de Castilla-La Mancha. Autor de Las piedras, Música amenazada, Blanco spirituals, Las rubáiyatas de Horacio Martín, Las calles o Fábula, su último título, Libro de familia, es el recorrido a través de una lírica turbadora por el latido profundo de su misma vida: el destino, la fatalidad y el sueño. Melómano apasionado, degustador junto a Paquita y su hija Lupe de la mejor música, desde Mozart a Stravinsky o desde Miles Davis a Shostakóvich, hizo vivir en sus libros, como personajes de sombras, a Johann Sebastian Bach o a Manuel de Falla. “Me voy despacito con la música”, fueron sus últimas palabras en la madrugada del jueves, 30 de enero. Y con la música se fue el poeta, narrador, articulista, conferenciante y “guitarrista retirado”, como a él le gustaba decir, que escribió sobre el flamenco de forma admirable, cálida y apasionada. A él le adeuda el cante, la guitarra y el baile páginas imprescindibles y bellamente lúcidas. Durante muchos años, mantuvo una entrañable amistad con Paco de Lucía, sobre el que publicó libros, artículos y textos de presentación para numerosos discos. Gracias a Félix, la música de Paco es más cercana; gracias a su penetrante visión es más nuestra y gozamos de ella con más plenitud. Quizá no se pueda escribir sobre flamenco sin ardor, sin emoción, pero Félix, además, lo hacía añadiéndole el elemento compensatorio del minucioso y clarividente análisis. Si quieren ustedes saber de verdad sobre la música que él tanto amó, no dejen de leer Memoria del flamenco. Es el mejor homenaje que le podemos hacer a Félix Grande, ahora ya, para siempre, en el recuerdo.

 

Fuente: JOSÉ MARÍA VELÁZQUEZ-GAZTELU | 30/01/2014

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