«Hay un refrán que dice: "Va a llover más que cuando enterraron a Zafra". Este refrán nació de la verídica historia que dejo relatada», escribía Eduardo Montesinos el 11 de agosto de 1897 en la revista «Nuevo Mundo» que se publicaba los miércoles. Su relato, titulado «El Conde de Zafra», cuenta que «allá por los años de 1460» existía en la ciudad extremeña de Zafra un castillo feudal «cuyo señor era el famoso D. Mendo Méndez de Pelaez, conde de Zafra, apodado Bigotes por el inmenso bigotazo que adornaba su ceñudo semblante de pocos amigos».
Montesinos describe a Méndez de Pelaez como un «digno émulo de los señores de horca y cuchillo» que ejercía el poder absoluto sobre sus dominios y con «sanguinarios instintos» que hacían que todo el mundo le odiara y le temiera.
Un caluroso mes de agosto, ocurrió que todas las fuentes y pozos de Zafra se secaron. Todas, menos la fuente del castillo que provenía de un manantial lejano, pero el conde de Zafra se negaba a dejar que las gentes de Zafra bebieran de su fuente «porque el espectáculo de desesperación de los infelices que se acercaban a su castillo para apagar su sed le divertía», prosigue la narración.
Una gitana logró colarse un día y llenó una alcarraza de agua, pero fue sorprendida antes de escapar y llevada a presencia del conde como un criminal. De poco sirvió que implorara su perdón asegurando que su anciana madre moría de sed. La gitana fue castigada con siete palos, tantos como los pedazos en que se rompió la alcarraza tras ser lanzada al aire por los centinelas. Arrojada del castillo, la gitana se volvió y en tono profético dijo: «¡Siete pedazos, siete! ¡Los días de la semana! ¡Hoy es martes, te emplazo para el martes próximo! ¡Tanta agua tendrás que navegarás sobre ella! ¡Maldito seas!».
En vano persiguieron a la gitana, que logró huir. Aquella noche, D. Mendo no pudo dormir recordando su maldición y al día siguiente cayó enfermo de fiebre y murió el lunes siguiente. Su cuerpo fue colocado «sobre un riquísimo catafalco» y expuesto en una sala baja del castillo, pero el cielo «envió tan fuertes lluvias» que, según el relato, en pocas horas el castillo se inundó. «El cadáver del conde, en su caja, que le servía de barco, flotando sobre el agua y siguiendo la corriente, salía de la puerta del castillo en dirección a las vertientes de la montaña, donde oscilando, subiendo y bajando, llegó al borde de un precimio en el que el agua formaba una inmensa catarata y allí se detuvo breves instantes».
Zafra y la maldición de la lluvia
Ilustración del Conde de Zafra en «Nuevo Mundo» (1897)
Montesinos refiere que entonces apareció entre las nubes el fantasma de la gitana, que alegrándose de que su maldición se cumpliera le dijo: «¡Ahora húndete en los abismos, albergue de todos los tiranos!».
«La gitana desapareció y el cuerpo del conde se precipitó en el torrente, rebotando de piedra en piedra, hasta perderse en el fondo», finaliza el escritor de «Nuevo Mundo».
La leyenda de Granada
Un resumen de esta leyenda de Zafra apareció en 1900 en la revista «Por Esos Mundos», firmada por B. Fernández y recogió José María Iribarren en «El porqué de los dichos» junto a otra versión que sitúa los hechos en Granada. Según ésta, que figura en «El Libro de las Tradiciones de Granada» de Francisco de Paula Villa-Real y Valdivia, el protagonista es un caballero llamado Zafra, cuyo hijo se enamoró de una gitana que vivía en una casa a espaldas de la suya. Al no lograr cortar estos amoríos, el hombre cortó el agua de la que se surtían la gitana y su madre. «Premita Dió que l'agua lo entierre», maldijo la gitana.
Cuando el caballero murió y pusiéronle de cuerpo presente en una sala baja, «empezó a tronar y llover por las angosturas del Darro de tal manera, que sufrió el río una de las mayores crecidas; invadió la población y arrastró cuanto encontró a su paso», relata Iribarren. También penetraron las aguas en el palacio de Zafra y sacaron la caja llevándose el cadáver. «No ha vuelto a saberse de su paradero», finaliza esta historia de grandes similitudes con la anterior.
Una carta de J. Sánchez Gerona publicada en la sección «El Averiguador Universal» del periódico «El Liberal» en 1900 señalaba que el tal señor de Zafra llegó junto a los caballeros que se avecindaron en Granada después de que los Reyes Católicos la tomaran a los moros «y a éste o a alguno de sus descendientes aconteció».
José J. Soler de la Fuente le llega a poner nombre en «El Museo Universal» de 30 de mayo de 1857. Según esta versión, publicada cuarenta años antes que la de Montesinos, el protagonista de la leyenda es «don César de Zafra, descendiente de aquel D. Hernando de Zafra señor del Castril y del que dicen era secretario de la reina Isabel la Católica», su hijo se llamaba Alfonso y Azucena, la joven gitana. Cuenta que el padre encerró al hijo en una torre de la Alhambra y que la gitana no hizo pública la maldición y nunca se supo si tuvo parte en la muerte de don César, cuyo ataúd se perdió.
Llama la atención que en Cádiz se diga «llovió más que cuando enterramos a Bigote», con el mismo apodo que Montesinos da al conde de Zafra extremeño, aunque según Iribarren y Luis Montoto este Bigote alude a un zapatero conocido por este apodo. Para el historiador José María Lama, las dos terminaciones en Zafra y Bigotes son variantes del mismo dicho.
Lama, que contempló todos los escritos sobre ambas leyendas en un artículo publicado en «Zafra y su Feria» (2009), «estamos ante la misma leyenda con dos desarrollos distintos». En cualquier caso, prosigue, «lo de "Llueve más que cuando enterraron a Zafra" o "a Bigotes", y las variantes que cada una de esas expresiones atesora, expresa la hibridación del saber popular, que de todo hace mezcla». Resulta curioso, sin embargo, que Zafra nunca llegara a ser enterrado.
Fuente: ABC