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Gerardo Diego, el primero de la vanguardia

Bajo su apariencia de caballero norteño, aplicado y probablemente el más aventajado de su clase se escondía el alma, corazón y vida de uno de los más grandes poetas españoles contemporáneos. Porque eso fue, y otras docenas de cosas (crítico taurino, melómano, colaborador de esta Casa durante cuatro décadas…) Gerardo Diego (Santander, 3 de octubre de 1896–Madrid, 8 de julio de 1987), Premio Cervantes de 1979, al alimón con Jorge Luis Borges, destacadísimo miembro de la Generación del 27 a la que en gran parte dio vida y nacimiento con sus dos Antologías (1932 y 1934), en las que agavilló a la joven y palpitante nueva poesía española de entonces: Alberti, García Lorca, Altolaguirre, Cernuda, Dámaso Alonso…, nombres y apellidos de los que a la sazón fueron primerísimos espadas de esa gran faena lírica patria nombrada arriba y llamada Generación del 27. El antecedente de aquellas dos Antologías debemos situarlo en 1919 en Santander y en Bilbao, donde en sus ateneos, el 15 de noviembre y el 27 de diciembre, respectivamente, el maestro pronunció dos impactantes conferencias bajo el título de «Poesía nueva», donde el autor de «El ciprés de Silos» («Enhiesto surtidor de sombra y sueño / que acongojas el cielo con tu lanza»), daba cuenta de los ismos y vanguardias que en aquel entonces llegaban a las manos de nuestros poetas procedentes de Europa.
Aplauso y encono Las conferencias suscitaron tanto aplauso como encono, y al acabar casi se llegó en ambos casos a un cruento tiroteo, cruento por más lírico que fuese. Su comportamiento fue, según su amigo, el poeta y periodista José del Río Sáinz, en comentario firmado en «El Diario Montañés», de, tras llamarlo «apóstol del ultra», de «una valentía mosqueteril». Desde entonces, el texto de aquellas dos conferencias permanecía inédito en el Archivo de Gerardo Diego en la capital santanderina, y ha sido encontrado, reeditado y comentado por el profesor Juan Manuel Díaz de Guereñu, y fue presentado ayer en la Residencia de Estudiantes, responsable junto a la Fundación Gerardo Diego, de su publicación. Díaz de Guereñu resume el contenido de las palabras de Diego: «Fue su primera conferencia y representó una toma de postura clara respecto a las vanguardias del momento. En ella, Diego se declaró creacionista, porque entendió que la poética que Vicente Huidobro había bautizado así representaba una nueva y fructífera vía para la creación poética. Y presentó una antología de esa nueva poesía. La conferencia suscitó una polémica encendida en la prensa de Santander, con críticas muy duras a Diego, y el libro recoge también los textos publicados en el curso de dicha polémica». Como se ha dicho, anticipaba las felices nuevas que pronto nos traerían los nuevos poetas. «Diego era un gran lector, apasionado de la poesía –cuenta Guereñu-, que desde muy joven se interesó por lo que publicaban los poetas de su edad y afinó su criterio. Tenía contacto personal o epistolar con muchos de ellos y a menudo conocía sus versos incluso antes de que se publicaran. La suya fue, pues, una intuición bien informada». Cabe, pues, preguntarse, hasta qué punto puede considerarse a Gerardo Diego «el padre» del 27, generación a la que él también pertenece. ¿Él o Juan Ramón, quiénera ese padre? «Juan Ramón fue sin duda un ejemplo para los poetas de la generación de Diego; no siempre un ejemplo positivo, pues casi todos tuvieron sus más y sus menos con él, pero un poeta de capital importancia para todos ellos. A Diego podríamos llamarlo “padre” del 27 en el sentido de que, de todos los poetas del grupo, fue sin discusión el que más se esforzó por dar forma y consistencia a éste, primero con su revista Carmen y luego con su Antología de 1932. Precisamente la conferencia de 1919 representa un antecedente de esos esfuerzos, el primero de los que Diego emprendió para definir un grupo de poetas jóvenes, unidos por su devoción a la poesía, a la belleza sin aditamentos». Quizá sea hora de dejar lo literario y vayamos a lo humano. ¿Quiénes eran sus preferidos entre sus compañeros de quinta, y sus relaciones con todo el grupo? «No me atrevería a establecer un rango de cada poeta en el aprecio de Diego. Tuvo amistades particularmente estrechas, como la que le unió a Juan Larrea, camarada desde sus días de estudiante; y hay en cambio relaciones tardías, como la que entabló con Emilio Prados ya en su exilio mexicano. Pero eso es ley de vida, también entre poetas».
¿Con Franco? ¿Finalmente, el cronista se pregunta si ha sido Gerardo Diego menos valorado por las nuevas generaciones poéticas españolas por haber defendido a los franquistas tras la Guerra Civil? «No lo creo. Diego fue republicano aunque, como otros, fue un republicano desengañado por las inclemencias políticas y sociales de la época. Pero siempre supo anteponer el aprecio humano a las convicciones o a las ideas. Por eso, entre otras razones, fue generalmente apreciado por sus contemporáneos. En cuanto a lo que dicte la posteridad, vaya usted a saber lo que les depara dentro de unos siglos a él o a sus coetáneos». Para acabar, qué mejor manera que dejarles con el poeta y su ciprés: «Cuando te vi señero, dulce, firme, / qué ansiedades sentí de diluirme / y ascender como tú, vuelto en cristales, / como tú, negra torre de arduos filos, / ejemplo de delirios verticales, / mudo ciprés en el fervor de Silos». Gerardo Diego, el primero de la vanguardia.

Fuente: ABC

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