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Presentamos al León Felipe menos conocido

Ser una de las voces más personales e intransferibles de nuestra poesía. Tener el don de la palabra, el de hablar con los pájaros y conversar con el viento, y entender a las espumas del mar y las arenas del desierto... Todo eso no sirve para que tu vida y tu obra sean reconocidas (al menos conocidas) por el común de tus paisanos: los españoles. Pero siempre hay páginas que nos lo revelarán. Nos revelarán a León Felipe. Como las que nutren (esa es la palabra, porque son puro y neto alimento literario) «Castillo interior» (cuyo contenido avanzó ABC el pasado domingo en su edición impresa), una colección de textos inéditos (o en paradero desconocido) del autor de «El payaso de las bofetadas», que han recopilado para las ediciones de Cuadernos de Obra Fundamental de la Fundación Banco Santander Javier Expósito y Gonzalo Santonja. Más o menos, así habla el poeta. Un mal bicho. León Felipe no tragaba al cineasta y boxeador Luis Buñuel. Ni entendía que le hubieran premiado en Cannes por «Los olvidados». Pero menos aún le aguantaba como ser humano:«Para vivir, necesita torturar y humillar a mucha gente». Era un médium. León Felipe tenía un don especial para la traducción. Pero él no traducía, él es, además de puente, como muy bien señalaba el mexicano Octavio Paz, una especie de médium. Llegado a la Universidad de Cornell (estado de Nueva York, en Ithaca, qué buen lugar para un poeta marinero como León Felipe), no sólo se enamora del barbado Walt Whitman, sino también de Emerson, de Thoreau. Y hay como para hacer otro libro. «León y Whitman –concreta Santonja– estaban destinados a encontrarse. El abuelo Walt era hijo de la Tierra, y Felipe se decía hijo del viento y de los pájaros». México lindo y querido. En México, León Felipe se convierte en un mexicano español o un español mexicano. En su México lindo y querido aún hoy, casi cincuenta años después de su muerte, se le venera: los niños juegan a la sombra de sus estatuas en los parques y en las aulas se le pone en los comentarios de texto. Valencia, capital del dolor. En los años treinta, León Felipe había conseguido estabilizar su vida en el exilio suramericano. Pero la llegada de la República, a él, caminante y romero, hermano de los pobres, le conmueve. Volverá a España y por última vez lo hará en plena guerra. Y en una República ya dominada por los elementos estalinistas del Quinto Regimiento y compañía, se la juega. No deja, no obstante, de acudir a las trincheras del frente de Madrid, ni niega su presencia en los actos colectivos revolucionarios. Pero en el verano de 1937 (cuando los agentes de Stalin ya han acabado con los anarquistas y trotskistas de Barcelona), León Felipe ve la luz, y no la que él quisiera y profetizó, cuando en el Congreso de Escritores Antifascistas se le niega leer su grandioso y humanísimo poema-libro «La insignia»:«Ya me dejan terriblemente solo. Únicamente me acompaña César Vallejo. «Ni blanco ni rojo, lo que importa es el hombre». Se «exilió del sectarismo», concluye Santonja. Ya no volverá a España. En la cama. Aunque estuvo a punto de hacerlo a principios de los 60. Su querido sobrino, el gran torero Carlos Arruza, llegó a reservarle un billete de avión. Parecía decidido. Pero a dos horas de partir su vuelo, le dijo a Carlos:«No me pienso levantar. Ya no me voy». Y allí quedó el poeta. España en marcha. «León Felipe encarna muy bien nuestras preocupaciones –dice Javier Expósito–porque él busca la luz en las tinieblas. Sus ambiciones y esperanzas son las nuestras».

Fuente ABC

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