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Lusitania romana, en los confines del mundo conocido

Un impresionante guerrero galaico recibe al visitante con su imponente presencia. Nunca antes había salido de Portugal porque es un «tesoro nacional». Esculpido en un bloque de granito de más de dos metros de altura, es una de las obras principales de la exposición inaugurada en el Museo Arqueológico Nacional (MAN) que lleva por título «Lusitania romana, el origen de dos pueblos» y está organizada en colaboración con Acción Cultural Exterio AC/E y la dirección de Patrimonio de Portugal. Esa mirada de dos mil años, hoy gastada, vio llegar a los romanos al confín occidental de la Península Ibérica, dispuestos a combatir a los pueblos indígenas y también a explotar las riquezas de un territorio desconocido. Lusitania pasó en apenas dos siglos a ser una provincia romana en la que representar el éxito de aquella civilización que nos precede. Sin embargo hasta ahora ha sido la más desconocida de las regiones de la Hispania romana, en parte porque su estudio estaba también partido por la raya que separó durante siglos a España y Portugal. Desde hace décadas la ciencia ha borrado esa frontera y ha estudiado con nuevos ojos ese territorio de gran peso en nuestra historia, un lugar de mestizajes y batallas, de integración y economía «global», y sobre todo la orilla del océano temible que los pueblos que heredaron la pax romana en estos confines tardaron siglos en navegar. En la muestra del MAN percibimos el tiempo. Parte de la invasión y las culturas indígenas en pie de guerra, con espadas, falcatas y tesoros de plata. La llegada de los romanos lo trastoca todo, las armas, las monedas, cambian de diseño. Está la inscripción de Arronches, una pieza única, de gran valor, escrita en caracteres latinos pero en la perdida lengua lusitana. Cuando los romanos se asientan y Augusto funda su capital para los eméritos, los veteranos de las guerras, se acelera la historia. Aparecen relatos con nombre propio. Siendo tierra de confín es el lugar perfecto para el exilio y la represalia. Así llega a Augusta Emerita el gobernador Lucius Fulcinius Trio, recordado por Tacito en sus Anales, enfrentado a Tiberio. Un hombre de carácter bajo cuyo mandato la romanización hierve. Se establecen reglas y clientelas, de las que hablan muchas inscripciones como los pactos de hospitalidad, y se construyen las arterias de la nueva civilización, leyes y calzadas, a ritmo febril. Llegan los relojes de sol o de agua a regular la vida –hasta entonces pendiente de los gallos– según el uso imperial, y se colocan piedras miliares y estelas funerarias que nos hablan de una sociedad compleja y mestiza unida en su cúspide por la ciudadanía romana. Pero hay tumbas de señores y libertas, utensilios del día a día que retratan la vida en las villas, sobre los mosaicos multicolores, y en los templos. Hay aperos de labranza y cepos de ancla y ánforas de barcos de salazón. ¿Velocidad? Se expone la piedra miliar erigida en el 23 a.C., solo dos años tras la fundación de la capital, a 120 millas desde Mérida hacia el norte. Junto al gobernador Trio, que acabó suicidándose en el 35, aparece su jefe de obras en las inscripciones, todo un personaje que aceleró el culto imperial, llamado Lucius Cornelius Bocchus, hombre de gran mérito y autor de obras perdidas, citadas por Plinio. El culto al emperador define la vida romana en la provincia. Pero aquella sociedad mantiene a sus dioses (una estela de mármol arroja una maldición de la diosa Ataecina contra un ladrón de ropa), pero es permeable a cultos orientales, como el mitraico (una escultura espléndida y un altar entre las piezas) y finalmente el judaico (dos sinagogas hubo en Augusta Emerita) y el cristiano (la mártir Eulalia). También hay huellas de la caída de Roma y la entrada de los pueblos germanos. La muestra tiene cuatro comisarios, dos a cada lado de la raya: los directores del Museo Nacional de Portugal, Antonio Carvalho, y del de Mérida, José María Álvarez Martínez, así como Trinidad Nogales, investigadora del MNAR, y Carlos Fabião, de la Universidad de Lisboa. Ellos han dibujado con todos estos fragmentos el camino de vuelta al origen, el arjé, de los dos pueblos.
En reloj que marcó la hora oficial de la romanización Entre las historias más singulares de la exposición destaca la de esta inscripción que nos habla de un regalo efectuado por un colono romano en el 16 a. C. Tan solo nueve años después de la fundación de Augusta Emerita, cuando aún no hay provincia, esta pieza muestra el momento en el que está sucediendo la romanización del territorio. Cuenta que un ciudadano regala un reloj a los habitantes indígenas y con él la «hora oficial» del imperio. Además de estrechar lazos, el elemento tecnológico pasaba a presidir la vida pública. El colono se llama Quintos Tallius, hijo de Sexto, y según queda dicho en esta piedra «dio un reloj a los habitantes de Idanja a Velha. El lugar fue indicado por los magistrados Toutono, hijo de Arco; Malgeino, hijo de Manlio; Celtio, hijo de Arantonio; Amino, hijo de Acio, siendo cónsules Lucio Domicio Enobarbo y Publio Cornelio Escipión». Hombres que hicieron la lusitania romana, nombres que evocan todo un mundo. Además, la pieza, única en el mundo, se muestra junto a los restos de un reloj de sol pensado para Augusta Emerita, que está exactamente a 38º 55’ de latitud.

Fuente: ABC

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