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Pessoa, un autor sin límites

Hay muchas formas de llegar a Pessoa. A través de una exposición como la del Círculo de Bellas Artes de Madrid. O a través de la poesía de uno de sus heterónimos, Álvaro de Campos

Pessoa no quiso nunca vivir en otro sitio que no fuera Lisboa. Llevaba tanta tristeza dentro que ampliar sus fronteras hubiera sido para él una forma de sentirse perdido. Por eso redujo su vida a lo mínimo: un trabajo inestable, cuatro calles, un amor imposible y la literatura.

Como la propia Lisboa, siempre huérfana y olvidada en la punta lejana de Europa, Pessoa fue un hombre sin padre, un huérfano que buscó un hogar y que nunca lo encontró. Encontró casas de alquiler en el Largo do Carmo, en la Rua Antero de Quental o en la Rua Coelho da Rocha, 16; encontró cafés como A Brasileira o el Arcadia y casas de comida como Irmãos Unidos donde pudo conspirar contra la literatura de su tiempo. Tuvo amigos, sueños políticos, pero siempre estuvo solo.

Su Lisboa no era una ciudad, era la arquitectura de su propio rostro, es decir, la arquitectura llena de niebla de los rasgos de su alma. Paseante incansable y rutinario, andaba por las plazas o por los barrios como una manera de contemplarse y estudiarse a sí mismo. Para él no había espectáculo mayor que el de su propia conciencia. Pasear era ver el movimiento de su pensamiento.

Furiosa vanguardia

A pesar de la monotonía diaria, la vida de Pessoa fue una vida excesiva y la Lisboa que vivió se vio contaminada de esos mismos excesos. Por eso a la Baixa o al Chiado les quitó el aire decadente del simbolismo, la pátina finisecular, y los convirtió en el paisaje urbano de la más furiosa vanguardia. Lisboa, de la mano de Pessoa, dejó atrás el siglo XIX y se metió de lleno en el siglo XX, el siglo de las máquinas, de la realidad descompuesta, del fragmento. Tal vez sea el Tajo desde el muelle el principal lugar de esta ciudad. Desde ahí se inician viajes reales e imaginarios, se lanzan proclamas y sueños, y se cae, cómo no, en ese entusiasmo de lo contemporáneo.

De todo ello nos hablan Alberto Ruiz de Samaniego y José Mouriño en la exposición del Círculo de Bellas Artes de Madrid titulada, muy significativamente, Pessoa/Lisboa (abierta hasta el 5 de marzo). La muestra es un recorrido visual y un relato conceptual tanto como una forma de adentrarnos en ese enigma que fue Pessoa, el enigma de su poesía y el enigma de su intimidad.

ADN poético

Para ello lo que crean es un juego de espejos, es decir, un juego de sombras y de fantasmas. Los de la ciudad que se expresa en versos, los de las palabras que tienen su correlato en imágenes. En el documental se nos muestran, a través de 27 escenas y con las voces inigualables de Pablo Guerrero y Ana Zugasti, todos aquellos lugares de Lisboa que tienen ya el ADN de nuestro poeta. Un documental bellísimo, tan íntimo como emocionante, donde visitar las distintas etapas de la vida de Pessoa, las palabras con que quiso expresar la perplejidad de su vivir.

La cámara se torna un «voyeur» no solo de la ciudad, no solo de las vidas de nuestro poeta sino de un alma que, en estas calles, en estas plazas, buscó un sentido al hecho de contemplar el mundo, de pensarlo y de escribirlo. El juego se completa con el «Atlas Pessoa», la cartografía hipertextual que propone una nueva lectura del corpus pessoano y que demuestra hasta qué punto es una obra abierta, plural. Y a Pessoa como una psicología sin límites.

En efecto, Pessoa vivió una psicología sin límites. El «drama em gente» no es solo una dramatización radical del texto literario, sino una dramatización radical de la mente que lo crea. El laberinto de espíritus formado por Caeiro, Reis, Campos, el barón de Teive o Soares, entre otros, es dialéctico y paradójico, pero donde siempre se adivina la conciencia vigilante del propio Pessoa. Fue tantos seres que al final se quedó solo contemplando su propio rostro, lo infinito de su propio rostro.

Entre todos los seres que creó tal vez sea el de Álvaro de Campos el que mejor nos habla hoy. En él observamos, por una parte, la dinámica de la poesía portuguesa de principios del siglo XX, desde el decadentismo a la vanguardia, y desde la vanguardia a una forma de descreimiento final de cualquier norma de escuela. Pero por otra parte, la seducción que nos produce esta obra se basa en que nos enseñó hasta qué punto el lenguaje de la poesía es el lenguaje de la ciudad, un lenguaje simultáneo, fragmentario, histérico. Sus versos reflejan la realidad tecnificada, su imaginación se desborda en paisajes y estados de ánimo creados por la sociedad capitalista.

Visión múltiple

De Campos fue un metafísico que nos mostró lo absurdo de cualquier metafísica, escribió su propia tragedia de sinsentido y perplejidad, de hastío y de abatimiento. Su obra toda es una especie de autobiografía del fracaso de vivir, de lo inútil de cualquier tipo de esperanza. Por eso se sitúa en los márgenes, en la marginalidad, en las buhardillas de la melancolía.

La edición ahora de su «Obra completa» viene a demostrar hasta qué punto Álvaro de Campos es una figura clave en la modernidad literaria y hasta qué punto su influencia y su magisterio están lejos de apagarse. Llevada a cabo por Jerónimo Pizarro y Antonio Cardiello, es un paso en la clarificación de ese enigma textual que es Álvaro de Campos, completado por primera vez con su obra en prosa. Un volumen imprescindible para quien quiera acercarse a este universo del heterónimo más moderno, el de la crisis de identidad propia de nuestro tiempo, el de la visión múltiple, aquel que dijo: «Haz la maleta para ir a ningún sitio».

Fuente: ABC

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