Con 'El monarca de las sombras' (Literatura Random House) Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) vuelve a la Guerra Civil, de la cual, en verdad, nunca se ha ido. En esta ocasión, el escritor regresa a 1936 para reconstruir la historia del “héroe” de su familia, Manuel Mena, un joven que, con diecisiete años, se alista “en el bando equivocado de la historia”, convencido de esos ideales que abanderaban el falangismo y el movimiento fascista europeo.
Mena morirá dos años más tarde, en 1938 en la batalla del Ebro. Cercas reconstruye la historia de este adolescente, reconvertido en un auténtico símbolo de heroísmo para la familia pero, ¿qué llevó a Mena a equivocarse de bando? Esta es la pregunta que se plantea el autor en su novela que, como él mismo dice, se trata de la novela pendiente: “la historia de Manuel Mena es una historia que debía contar, pero que no me atrevía a contar”.
PREGUNTA. ¿Podemos leer 'El monarca de las sombras' como un relato que complementa 'Soldados de Salamina'?
RESPUESTA. 'El monarca de las sombras' tiene que ver con 'Soldados de Salamina' y con todas mis novelas, pero tiene que ver más con otros libros donde sí está la guerra, como 'El impostor' e, incluso, 'Anatomía de un instante'. Dicho esto, la novela se asemeja a 'Soldados de Salamina' en cuanto que aquella era una reivindicación vehemente de la herencia republicana, encarnada por un viejo solado abandonado en un asilo francés, y 'El monarca de las sombras' es una asunción de la propia herencia.
P. Una herencia que, en este caso, es la franquista.
R. Creo que hay que reivindicar la herencia republicana, porque vivimos en una democracia y aquel fue el último experimento democrático español antes de la guerra, pero también tenemos que asumir nuestro pasado. Yo vengo de una familia franquista, cuyo “héroe” era un joven falangista. En este sentido, volviendo a la anterior pregunta, la novela dialoga con 'El impostor', que señalaba algo muy normal y muy humano: cuando hablamos del pasado más desagradable y duro, lo que hacemos, tanto individual como colectivamente, y no me refiero solo a los españoles, es edulcorarlo, maquillarlo o esconderlo, que es lo que hacía Enric Marco. Marco se creaba un pasado heroico y hermoso para ocultar un pasado mediocre.
P. En aquella novela, Enric Marco servía como un reflejo de una supuesta impostura nacional: la negación del pasado franquista colectivo. ¿No es generalizar demasiado afirmar algo así?
R. Yo en ningún momento he dicho que los españoles eran unos impostores, claro que no lo eran. Lo que sucedió es que después del franquismo, a través de lo que decían los medios de comunicación o los partidos políticos, daba la impresión de que aquí en España no había franquistas. Lo que digo en referencia a Enric Marco es que él lleva al extremo la tendencia de esconder el pasado afirmando que no tuvimos nada que ver con Franco. Claro que tuvimos que ver con Franco, por activa o por pasiva. Lo que ha habido es una construcción a posteriori, de lo que Marco es una hipérbole, según la cual en España no había franquistas. Y no digo que la gente debía salir a la calle y jugársela oponiéndose al régimen, digo solo que es necesario aceptar la realidad tal y como fue.
Vázquez Montalbán decía que, en el franquismo, los anti-franquistas cabían en un autobús y, casi añadiría yo, en un microbús
P. ¿Hemos edulcorado la Guerra Civil y el franquismo?
R. Vázquez Montalbán decía que, en el franquismo, los anti-franquistas cabían en un autobús y, casi añadiría yo, en un microbús. Lo que no podemos es vender la historia de que todos éramos antifranquistas. Y, por esto, 'El monarca de las sombras' conecta con 'El impostor', porque hay una voluntad de mirar al peor pasado de frente y de verdad, con toda la complejidad, con toda la honestidad y con todo el coraje del que soy capaz. Yo vengo de donde vengo y tengo que saberlo. El libro no habla solamente de la Guerra Civil, sino de la herencia de la Guerra Civil; hablo del pasado en la medida en que el pasado es presente.
P. ¿Piensa el tiempo como un contínuum?
R. Efectivamente, el pasado, sobre todo aquel del cual hay memoria y testigos, no ha pasado todavía. Vivimos en una dictadura del presente, una dictadura creada en gran parte por los medios de comunicación, que tienen cosas muy buenas, pero también efectos secundarios: crean la ilusión de que el presente se entiende solo desde el presente y el pasado es un país ajeno, como dijo el poeta. El pasado, sin embargo, es una dimensión del presente y yo hablo de este presente que abarca el pasado, porque sin el pasado, el presente es mutilado.
P. Afirma que es imposible deshacerse de esa herencia que, en su caso, es falangista, pero, ¿acaso no es posible desprenderse de ella distanciándose ideológicamente?
R. Nosotros cargamos con una herencia: somos lo que hemos sido, somos nuestros antepasados y su herencia la tenemos. A mí no me gusta la herencia, pero la tengo. Por esto, tenemos que saber de dónde venimos, hay que conocer nuestra herencia, porque, de todos modos, vas a cargar con ella; pero si la conoces, puedes manejarla, es decir, puedes ser crítica con ella y distanciarte. Lo que yo pretendo hacer con mi herencia es entender, no justificar. Entender no significa justificar.
Decir que entender es una manera de justificar es un inmenso error que solo puede cometer gente muy poco inteligente
P. Sin embargo, algo que se le ha subrayado, sobre todo a propósito de 'El impostor', es que el intento por entender, en ese caso a Enric Marco, podía leerse como una justificación del propio Marco.
R. Decir que entender es una manera de justificar es un inmenso error que solo puede cometer gente muy poco inteligente. El primer ministro Valls dijo que no hay que entender a los yihadistas y es un error: si tu no entiendes el mal, no puedes combatirlo. La única manera de no cometer los mismos errores es entender por qué esos errores se cometieron. La única manera de acabar con el yihadismo o de impedir que los fascismos se repitan es entenderlos, si no ocurre lo que ahora.
P. ¿Suscribe, por tanto, las tesis de Hannah Arendt?
R. Lo que digo es precisamente lo que sostenía Hannah Arendt, pero no hay manera de entenderlo. No basta decir que Hitler era un monstruo, claro que lo era, pero lo que hay que hacer es comprender por qué este tipo fascinó al país más civilizado de la tierra y a medio mundo. Entender no significa justificar, sino darse las armas para no cometer los mismos errores.
P. Es decir, ¿intentar que no haya otro Manuel Mena?
R. Lo que yo me he propuesto entender con 'El monarca de las sombras' es por qué un chaval de diecisiete años como Manuel Mena, proveniente de una humilde familia de pequeños propietarios, con inquietudes intelectuales -es el primero de la familia que estudia- se apunta a defender una causa injusta y termina muriendo en la batalla del Ebro.
Lo que me propongo entender es por qué un chaval humilde de 17 años defiende una causa injusta y termina muriendo
P. Se apunta a una causa injusta, porque creía en los ideales que dicha causa defendía.
R. Sí, claro, pero la pregunta es por qué. Yo quiero comprenderlo, pero no hay nada que justificar. Yo lo rechazo. Manuel Mena cometió un error pero, si no se entiende, ese error se volverá a repetir. El fascismo, del que fue víctima en su momento…
P. ¿Víctima?
R. Sí, porque era la moda en su momento, era la nueva política, porque el fascismo era el anti-capitalismo… Hoy vuelve el fascismo con otras máscaras, vuelven los líderes carismáticos, vuelve la política épica y sentimental. Y Manuel Mena, como miles de chavales de medio mundo, fueron víctimas de esas ideologías tóxicas y venenosas. En la novela digo que Manuel Mena no murió por la patria, murió porque una panda de hijos de puta envenenó el cerebro de los niños enviándolos después al matadero.
P. Es decir, Manuel Mena fue víctima de la propaganda y de su ceguera.
R. Quienes hacen las guerras son los niños y quienes los envían a la guerra son los adultos. Los adultos los enviamos a la guerra porque incendiamos su imaginación con ideologías tóxicas, los envenenamos con palabras, haciéndoles creer que en la guerra conquistarán el paraíso, pero lo único que conquistan es el infierno. Ahí está Steve Bannon, que es el verdadero presidente de Estados Unidos: él es el intelectual, porque detrás de todo genocidio hay un poeta, dice Slavoj Zizek.
P. Igual que detrás del nazismo de Hitler está Carl Schmidt.
R. Y está Heidegger. ¡Cuántos intelectuales de gran valía se han apuntado a causas que han incendiado la imaginación de los niños enviándolos al matadero! Y uno de esos intelectuales era Sánchez Mazas y muchos de ellos, de estos “dueños de las palabras” siguen aquí. En los años treinta se hablaba de que no había ni derechas ni izquierdas, se hablaba de la ideología antisistema y de la casta y la democracia era algo desprestigiado y propio de la vieja política. Todo eso era el 'charlatanismo' del que hablaba Unamuno. Creer que la historia no se repite es un error. No digo que vayamos a acabar en una guerra mundial, pero lo que se está repitiendo son las lógicas: frente a una política pragmática, volvemos a las políticas épicas-sentimentales. De ahí, repito, la importancia del pasado, de tener presente el pasado para no repetirlo.
¡Cuántos intelectuales se han apuntado a causas que han incendiado la imaginación de los niños enviándolos al matadero!
P. Sin embargo, en 'Anatomía de un instante' narraba la Transición, que precisamente se construyó a partir de un pacto de silencio.
R. Yo no creo que sea verdad. Creo que esto es uno de los clichés sobre la Transición, que fue justamente lo contrario.
P. ¿Un cliché?
R. Sí, porque podemos estar de acuerdo de si se hizo bien o mal, pero lo que el mundo se esperaba cuando Franco murió es que los españoles nos matásemos, pero decidimos no matarnos. Hay gente que no le gusta esto, hay más de un hispanista norteamericano que hubiera preferido que nos matásemos para luego venir aquí y escribir sus libros. Yo no creo que la Transición fuera una cosa maravillosa ni una cosa horrorosa, pero me parece mejor no matarnos que matarnos. Ahora está de moda oponerse a la reconciliación.
P. Porque la reconciliación...
R. ¿Pero dónde está el mal de la reconciliación?
P. Puede conllevar olvido, silencio o justificación.
R. Pero, ¿cuándo he justificado yo algo? Que digan que yo soy un equidistante es una mentira malintencionada, es la postverdad. Yo nunca he dicho que los franquistas y los republicanos fueran lo mismo. El problema es que no nos hemos puesto de acuerdo sobre nuestro pasado y por esto no estamos de acuerdo sobre nuestro presente y el pasado termina siendo algo arrojadizo que nos tiramos a la cabeza. Aquí lo que hubo en 1936 es un golpe de Estado contra una democracia frágil orquestado por la oligarquía, por la Iglesia y ejecutado por una parte del Ejército y por una parte de la población, entre la que estaba mi familia, a quien la oligarquía y la Iglesia convencieron, en parte, gracias a los errores de la República. Esto es lo que ocurrió y, por lo tanto, quien tenía la razón era la República y quienes no tenía la razón eran los franquistas. Lo que pasa es que el PP, la derecha española, todavía no ha condenado con la contundencia y la claridad inequívoca el golpe de Estado de 1936. Una vez tuve una polémica con el ministro Wert, antes de ser ministro.
Pero, ¿cuándo he justificado yo algo? Que digan que yo soy un equidistante es una mentira malintencionada, es la postverdad
P. ¿Aquella que mantuvieron a través de distintos artículos en El País?
R. Sí, cuando creíamos que representaba la derecha civilizada. Él me dijo que el golpe de Estado fue inevitable porque había muchos muertos, una gran crisis económica, un gran desgobierno y, por tanto, le contesté y esto está publicado ('La verdad de Agamenón'): señor Wert, si Franco tuvo razón, entonces Tejero también tenía razón, porque en 1981 había muertos en las calles, porque había una crisis económica tremenda y un desgobierno total. Y si hemos condenado a Tejero, también tenemos que condenar a Franco. ¿Ha quedado claro que no soy un equidistante?
P. Entonces, ¿por qué las dudas?
R. Lo que sucede es que también hay que decir que no todos los republicanos no eran unas excelentes personas. ¿Podemos acaso decir que eran excelentes personas quienes mataron a miles de curas y de monjas a sangre fría? No creo que nadie lo pueda afirmar. Eran los canallas de las buenas causas y a la inversa: hubo gente que se equivocó políticamente, pero se equivocó de buena fe.
P. Y aquí está Manuel Mena.
R. Yo no tengo ningún motivo para pensar que Manuel Mena era peor que yo, al contrario, tengo todos los motivos para pensar que era mejor que yo, pues hizo algo que yo nunca sería capaz de hacer: jugarse la vida por unos valores en los que creía.
P. Pero eran valores condenables.
R. Sí y por esto te digo que la razón política no la tenía Manuel Mena, sino que la razón política la tenía la República.
P. Pero usted habla también de razón moral y afirma que Manuel Mena la tenía.
R. Sí, porque la razón moral estaba repartida como sucede en todas las guerras, ¿o es que la Guerra Civil es una excepción?
¿Podemos acaso decir que eran excelentes personas quienes mataron a miles de curas y de monjas a sangre fría?
P. Entonces ¿la razón moral es la coherencia con unos ideales, aunque estos sean condenables?
R. La razón moral es la decencia. Un señor que asesina a sangre fría a unos curas y a unas monjas no tiene la razón moral y un tipo que milita por una causa equivocada, pero milita honestamente, tiene la razón moral, ¡no la política! Hubo millones de personas en el mundo que lucharon por Stalin ¿todos eran unos canallas moralmente? La razón política no la tenían, pues el estalinismo provocó una masacre, pero ¿eran todos unos canallas morales? La cuestión es que tú puedes estar equivocado políticamente, pero no por esto eres un canalla.
P. Describe parte de su narrativa como novelas de no ficción y sin embargo, ¿es posible hablar de la no ficción cuando la narrativa se amolda a los mecanismos de la ficción, cuando se lleva a cabo la autoficción, cuando se juega con la recreación de la figura de Bolaño en 'Soldados de Salamina' o cuando se reconstruye una historia a partir de un instante, convertido en metáfora de la Transición?
R. Claro que se puede. Yo no defino toda mi narrativa como no ficción, solo algunas novelas. Lo que hace una novela es formular una pregunta compleja de la forma más compleja posible y como cada pregunta es distinta la manera de formularla también es distinta. Por tanto, cada novela tiene sus reglas y entre esas reglas está la de introducir la ficción o no. Yo he escrito dos novelas sin ficción: 'Anatomía de un instante' y 'El impostor'. 'El monarca de las sombras' es una novela con ficción, porque hay dos narradores: uno es el historiador que constantemente le advierte al lector que no inventa e intenta reconstruir el pasado con la mayor exactitud y honestidad, y el otro es Javier Cercas, que el personaje-narrador que reconstruye el proceso de escritura de la novela y que se toma ciertas libertades. Cuando tú colocas un granito de ficción en un relato real entonces todo es ficción.
P. Sin embargo, ¿no es una contradicción definir un relato, sujeto a la función poética del lenguaje, como no ficción?
R. No, porque sí es cierto que hay una construcción novelesca en 'Anatomía de un instante' y en 'El impostor', pero, por razones distintas, en ninguno de los dos casos hay ficción en cuanto invención, hay imaginación… pero es que también los historiadores utilizan la investigación.
P. Sostiene Hayden White que incluso la historiografía, en tanto que construcción del relato, es ficción. Es decir, que la sola escritura genera una disociación entre el relato –ficticio- y el referente –real.
R. Sí, entiendo lo que dice White, pero las reglas de la novela y las reglas de la historiografía son distintas. En la historia, obviamente interviene la imaginación, que no es inventarse cosas, eso es la fantasía. La imaginación es la capacidad de relacionar hechos que aparentemente no tienen relación. Carr define la historia como la reconstrucción imaginativa del pasado y lo que quiere decir es que el historiador debe relacionar hechos para reconstruir lo sucedido. Dicho esto, yo no creo que sea lo mismo un libro de historia que una novela. Entiendo lo que dice Hyden White y tiene una parte de razón, pero las reglas de 'El impostor' son distintas de las reglas de 'El monarca de las sombras': en 'El impostor' no me invento nada.
Fuente: EL Confidencial