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Santiago Castelo, poeta y periodista de la memoria dulce

ANTONIO ASTORGA CASADO 2 JUN 2015 - 01:58 CEST
El poeta y periodista de “la memoria dulce” José Miguel Santiago Castelo, fallecido en Madrid el 29 de mayo a los 66 años, recibió el pasado domingo cristiana sepultura, tierra en la carne, en su pueblo natal, Granja de Torrehermosa (Badajoz), que decretó tres días de luto en su memoria. En el peregrinaje desde Madrid a sus lares pacenses, Santiago Castelo —“extremeño errante que no olvida donde nació”, como se autobiografiaba— recibió antes el último adiós en Trujillo (Cáceres). Pertenecía a las Academias Cubana y Norteamericana de la Lengua. Es autor de una memorable obra poética, un trabajador infatigable que escribió y corrigió sus postreros poemas en su larga convalecencia cuando ya la sentencia sobre su vida era irremediable.
Con Santiago Castelo desaparece una buena persona, un gran poeta y un género periodístico en sí mismo dotado de una inmensa cultura. La muerte era un tránsito al que no le tenía miedo, frente a esta vida “llena de recovecos, de infamias, de ambiciones, de persecuciones”.
Santiago Castelo era como un gran cinamomo, ese enorme árbol de la familia de las meliáceas de madera dura y aromática que ferazmente él amaba en su Extremadura natal.
Con 17 años Santiago Castelo ya despuntó velando guardias periodísticas en el diario Hoy, de Badajoz. En 1970 se incorporó a Abc, en el que fue durante 45 años parte imprescindible y donde fue premiado con el Luca de Tena. Su despacho lo definía como una especie de “confesionario laico”, donde ejerció de juez de paz y de acogida. Es célebre el episodio en el que cierto día un guarda de seguridad le advirtió por teléfono: “Un pobre quiere verle, señor Castelo”. Ese “pobre” era un conocido escritor que acudía a traerle su artículo refugiado en alpargatas.
A Castelo le gustaba cultivar la memoria dulce cuando volvía la mirada atrás y “recreas todo lo que has perdido con melancolía y suavidad”. Llevaba Castelo Extremadura atada al corazón (fue reconocido con la Medalla de la Región), desde la certera mirada que trasladó a su poesía, en libros como Tierra en la carne, Memorial de ausencias (premios Fastenrath de la Real Academia Española), Monólogo de Lisboa, La sierra desvelada, Cuaderno del verano, Siurell, Al aire de su vuelo, Cuerpo cierto, Quilombo (premio Extremadura a la Creación), La hermana muerta, Esta luz sin contorno, junto a las antologías Como disponga el olvido y La huella del aire, 30 años de versos labrados con pulsión humanista y la esperanza en el más allá desde su convicción creyente.
Manuel Machado, Luis Rosales y Rafael de León eran la santísima trinidad de su inspiración lírica, aunque sentía una devoción sin límites hacia el patriarca y maestro Jesús Delgado Valhondo, poeta del paisaje y de amor a su tierra extremeña.
Santiago Castelo no le tenía miedo a la muerte porque está rodeado de una gran familia de amigos y compañeros. Castelo no se acaba aquí, se queda a vivir en nuestra memoria dulce, a la sombra del cinamomo.

Fuente: El País

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