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El tabú Hernán Cortés

El amable ayudante del sacerdote desconoce que tras la puerta del mismo recinto religioso en el que él trabaja está la tumba de Hernán Cortés, el Conquistador de México y, en parte, el creador de este país. Su tumba, sin embargo, permanece «escondida» en un muro de una parroquia del DF tras pasar después de muerto tantas o más peripecias de las que tuvo en vida. «Si usted pregunta en la misma puerta de la Iglesia a los mexicanos que pasan por la calle dónde está la tumba de Cortés le aseguro que ninguno tiene el más mínimo conocimiento», explica a ELMUNDO Xavier López Medellín, uno de los escritores e investigadores mexicanos que más han estudiado sobre el personaje y sus restos. Tampoco muchos responsables de los organismos españoles aquí en México tienen ningún conocimiento sobre su tumba. Cortés sigue siendo un tabú entre España y México que parece mejor no agitar. «Los españoles han sido profundamente injustos con él», señala el mexicano Julián Gascón, presidente del Patronato del Hospital de Jesús (pegado a la Iglesia donde descansan los restos del conquistador), hijo de un campesino y ex gobernador y senador mexicano de 90 años. Lo hace sentado en su despacho del que es el hospital más viejo de América, fundado por el propio Cortés; junto a la mesa donde descansaron los huesos de Cortés tras ser profanada su tumba; bajo un retrato de Cortés; y en el único edificio público del DF en el que existe un busto del conquistador. «Su trato me parece injusto desde un punto de vista histórico», dice el hombre que podría catalogarse como custodio de la memoria de Cortés. Gascón, hombre culto y tranquilo, habla con parsimonia y conocimiento de un tema que es prohibido. «Allí en esa misma mesa», señala, «se colocó su cráneo que se puso sobre un cojín bordado en oro. Aquí se escondieron sus huesos para que no los quemaran y luego se decidió meterlos en un nicho en la Iglesia en la que se escribió nada más que su nombre y la fecha», explica.
Un busto y un disgusto En 1981, Gascón decidió invitar al entonces presidente de la República, José López Portillo, a inaugurar los trabajos de rehabilitación del hospital y le hizo una polémica propuesta. «Señor presidente, sé que es controvertido pero puse un busto de Cortés en el hospital que voy a cubrir y le pido que usted lo devele públicamente», le dije. «Él me contesto que eso sería muy polémico y me preguntó qué pensaba. Yo le respondí que haría mucho bien a este país hacer un monumento en una esquina de la avenida Reforma [la más famosa del DF] a Moctezuma y en la otra a Cortés. Él se rió y me contestó que tenía razón». Finalmente el presidente acudió a la inauguración y se enfrentó con el fantasma del conquistador extremeño. «Entró, vio una figura tapada por un velo y me preguntó bajito si era ése el busto. Le dije que sí y se paró un tiempo para observar hasta que finalmente lo destapó y siguió su camino. Se montó un escándalo enorme con la prensa al día siguiente», explica con una sonrisa el doctor Gascón. El ruido creado provocó la revuelta social que todo lo relacionado con Cortés genera. «Un día me avisaron que grupos indígenas que estaban bailando en la catedral habían decidido venir al hospital a destrozar el busto. Decidí avisar a la Policía y mandé cerrar todas las puertas. Me senté en mi despacho preocupado y decidí que lo mejor era recibirlos y prometerles que pondría también un busto de los emperadores Cuauhtémoc y Moctezuma. Dos manzanas antes de llegar desistieron y se fueron», recuerda Gascón. Entonces el doctor se dio cuenta de que el busto necesitaba un guardián. «Contraté al mayor Ismael Cossio para que vigilara que no le pusieran una bomba. Todos los días metía la mano para vigilar que no había artefactos. Así hasta que la gente se ha acostumbrado al busto y ya no pasa nada, pasan tranquilamente delante de él». Algo que no implica que persista el miedo a la ofensa por parte de las autoridades españolas locales que tratan el tema de Cortés con suma delicadeza y remiten «a Madrid» cualquier respuesta sobre una posible restauración de su tumba y su memoria en México. «Creo que vino hace unos años el hoy rey Felipe VI de forma particular, sin avisar a nadie y de incógnito, a visitar el hospital», dice Gascón. La foto de un monarca español frente a la estatua de Cortés o su tumba es probable que causara en México una fuerte controversia. La Casa Real ha confirmado a ELMUNDO que «el entonces Príncipe de Asturias realizó una visita privada al Hospital de Jesús Nazareno el 22 de noviembre de 1991». Los Reyes de España comienzan una visita oficial en México mañana (hasta el 1 de julio) y, en principio, no está previsto que visiten la tumba de Cortes, algo que ningún gran mandatario español ha realizado nunca. Mientras, los restos de Cortes descansan en una Iglesia que ha estado cerrada hace dos años por obras. «No me generan más que problemas, nadie ayuda ni quiere hacer nada por esta iglesia en esta país», respondía el sacerdote del templo, Eduardo Lozano, ante nuestras reiteradas peticiones de poder visitar la tumba en enero pasado. Finalmente nos abrió la puerta.Antes, el investigador López Medellín adverttía que «hace pocos años se pintó la vieja placa de cobre en color rojo». Efectivamente, ahora que la Iglesia vuelve a estar abierta, hemos podido comprobar que la colorada placa está a un lado del altar y al otro una lápida más grande de una descendiente del durante años marquesado italiano de la familia Cortés, María Gloria Pignatelli Aragon Cortés. No hay en todo el recinto ni fuera de él una sola referencia a la presencia de los huesos de Cortés en la Iglesia.
Háblenlo en casa «Mover la tumba de Cortés sin generar controversia es imposible. En las familias mexicanas es un problema tocar el tema», dice López Medellín. «Se ha pretendido hacer un olvido forzado, obviar la parte española. Venimos de una madre traidora (Moctezuma) y un padre olvidado (Cortés). Cortés tiene un papel histórico y fue un personaje formidable», afirma. Por su parte, el catedrático y miembro de la Academia de Historia de México, Bernardo García, autor de varios libros de Historia mexicana, califica el debate de la tumba del conquistador de fetichista. «Hay un punto de fetichismo en los restos. Sacralizar huesos no tiene fin, no sé si aporta algo». El catedrático aboga más por un debate profundo y por derribar estereotipos. «Hay demasiados clichés. México es un país de blancos y negros con demasiada carga histórica. Un tema como éste en manos de un demagogo puede ser un problema». Sin embargo, escritores como el español Ricardo Coarasa, autor de Hernán Cortés: los pasos borrados, sí hablan abiertamente de la necesidad de acabar con la leyenda negra del conquistador y reivindicar su lugar en la historia, «como reclamaba Octavio Paz», con sus virtudes y sus defectos. «México debe asumir tarde o temprano que la conquista de México fue una empresa mexicana liderada por un español», dice. «Cortés tiene claros y sombras, pero protagonizó una de las grandes epopeyas de la historia y no se puede negar que es el padre del México actual, país al que amó como ningún otro conquistador y donde quiso ser enterrado. No es lógico que su tumba, por el valor histórico del personaje, esté escondida. Es una vergüenza para España y México», afirma Coarasa. Finalmente, el doctor Gascón, el viejo guardián de la memoria, resume así el futuro de Cortés y México: «Mientras este país exista no podrá desligarse de España y de Cortés como tampoco podrá hacerlo de Moctezuma y Cuauhtémoc. Pienso que la leyenda negra de Cortés, que era un hombre culto que hizo cosas extraordinarias, nace con su equivocación en el trato que da a Cuauhtémoc. El pueblo no le ha perdonado que no le diera una muerte digna a un emperador. Los indígenas usan la bandera de Cortés, pero es cierto que sufrieron mucho como también lo hicieron los esclavos africanos en este continente. José Vasconcelos, político y filósofo mexicano, dijo que el futuro de América es grandioso porque lo conforman europeos, africanos y americanos y que de esa mezcla saldrá el hombre cósmico en 500 años», concluye el doctor. Mientras, la tumba de Cortés, esa que nadie conoce y que a nadie le importa, permanece olvidada en un viejo rincón de la ciudad que el mismo destruyó y reconstruyó. Lo hace, cosas del destino, justo en el mismo lugar en el que el emperador Moctezuma le recibió y agasajó cuando llegó por primera vez. El azteca invitó a dormir al extremeño en el que era el palacio de su padre, en los mismos terrenos en los que hoy guarda ya descanso eterno. Quizá sea mejor así, quizá México y España, donde tampoco el conquistador ha recibido ningún reconocimiento, no necesiten a Cortés o no estén preparados para ese sereno debate que reclama el catedrático Bernardo García. En Madrid hay sólo una pequeña calle en el centro que lleva su nombre. La tumba de Cortés es probable que esté condenada a ser un tabú eterno.
Viajes, conspiraciones y secretos El investigador Xavier López Medellín ha hecho un completo trabajo de investigación sobre los ajetreados restos de Hernán Cortés. Su conclusión: viajó casi tanto cuando estuvo muerto que cuando estuvo vivo y pasó algunas situaciones igual de comprometidas: Cortés murió el 2 de diciembre de 1547 en España, en el municipio de Castilleja de la Cuesta, vecino a Sevilla. En su testamento, firmado en octubre de 1547, Cortés escribió que quería ser enterrado en la parroquia del lugar donde muriese pero parece que, después, el testamento fue modificado y se dio a los albaceas libertad para que decidiesen su destino. Así que su primer entierro fue en el mausoleo del monasterio de San Isidoro del Campo, en Sevilla. Pero,por alguna razón, el monasterio no resultaba apropiado, de modo que, tres años después, los restos del conquistador fueron trasladados por primera vez al altar de Santa Catarina, en la misma Iglesia. Fue el primer cambio de opinión. Sólo 15 años después de su muerte, se dio por buena una nueva versión: Cortés había pedido ser enterrado en un monasterio que debía construirse en Coyoacán, que hoy es parte de México DF,con dinero donado por él, La pega es que el dinero se habia destinado a otros fines que no fueron la construcción del recinto religioso. Por eso, aunque se hizo el traslado de los restos desde España a México, se le enterró en la Iglesia de San Francisco de Texcoco, donde descansa también su madre y una hija. Allí permaneció 63 años. Aprovechando la muerte del cuarto marqués del Valle, último descendiente varón de Cortés, se decidió en 1629 trasladar sus restos a la Iglesia de los Franciscanos, en Coyoacán. Se honraron sus huesos durante ocho días y se metieron en una urna de hierro y cristal. Pero no hubo paz: en 1716, se decidió de nuevo trasladar sus huesos al retablo mayor de la iglesia. Allí duró 78 años hasta que, de nuevo, se tomó la decisión de trasladar la urna esta vez a la Iglesia del Hospital de Jesús. Por una vez, hubo una ceremonia con gran boato y se colocó la urna junto a un escudo y un busto encargado a Manuel de Tolsá hecho de mármol. La ceremonia se anunció tocando campanas en toda la ciudad. En 1823, recién conquistada la independencia mexicana, hubo un plan para profanar la tumba de Cortés y quemar sus restos en la plaza de San Lázaro. El ministro de Asuntos Exteriores, Lucas Alamán, junto con el capellán mayor del hospital, decidieron en secreto sacar los huesos del mausoleo y esconderlos en el hospital de Jesús. Se desmontó todo el recinto funerario y se mandó a Palermo, a los descendientes de Cortés, haciendo creer que se habían enviado también los huesos a Italia. En 1836, aún temerosos de la turba, los responsables de la Iglesia decidieron sacar los huesos de la tarima de la iglesia y meterlos en un nicho en el muro del lado del Evangelio sin poner ninguna referencia. Así, ocultos de todos, permanecieron 110 años. Alemán, no obstante, entregó a la Embajada de España y a la familia del conquistador un documento secreto que revelaba el destino de los huesos. En 1946, algunos investigadores accedieron al documento y promovieron la excavación en la pared de la iglesia para encontrar la urna con huesos. Tras encontrarla se hizo un estudio forense que determinó que efectivamente eran los restos de Cortés. El 9 de julio de 1947 se decidió volver a meter la urna con sus huesos en la pared de la Iglesia y poner una simple placa en la que figure su nombre y su fecha de nacimiento y de muerte. Hasta ahora ese es el último viaje de Cortés ya muerto.

Por J. BRANDOLI

Fuente: El Mundo

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