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Charles Darwin, la epopeya de una aventura no solo espiritual y científica

La exposición «Darwin, el original», en la Ciudad de las ciencias y las industrias, propone un fabuloso paseo iniciático: descubrir los cimientos espirituales, científicos, familiares, íntimos y aventureros -sobre todo aventureros- de una de las gestas de la historia del pensamiento de nuestra civilización. Concebida por un equipo de expertos de varios museos nacionales, la exposición reconstruye de manera muy pedagógica la historia personal e intelectual de la gran revolución científica consumada por Charles Darwin (1809-1882): concebir una «teoría unificada de la evolución de la vida en el planeta tierra». Revolución que se funda en tres pilares, tres obras legendarias, «El origen de las especies» (1859), «El origen del hombre» (1871) y «La expresión de las emociones en el hombre y en los animales» (1872), de inmensa repercusión universal. Quizá el aspecto más atractivo de «Darwin, el original» sea contar por lo menudo cómo ese aldabonazo en la historia de las ciencias y las culturas de nueva civilización fue la culminación de un viaje en barco, una vuelta al mundo que duró poco menos de cinco años. Ese periplo, entre científico y aventurero transformó definitivamente a un joven desconocido botánico en un científico «subversivo». Darwin tenía 22 años cuando Robert Fitz Roy, el capitán del HMS Beagle, un bergantín de la clase «Cherokee» de la Marina Real Británica, lo invitó a enrolarse como botánico oficial en su nave, con el fin de recoger información científica que fuese útil a los intereses económicos, políticos y militares del Gobierno inglés. Darwin había sido un estudiante mediocre, escribía poesía pero destacaba por una curiosidad inmensa. Sin interés por una carrera tradicional, propia del hijo de una familia acomodada, el hombre que revolucionaría la historia de la evolución de la humanidad y las especies, decidió embarcarse en el Beagle, que zarpó de Plymouth el 27 de diciembre de 1831 y no regresó a Falmouth hasta cinco años más tarde, el 2 de octubre de 1838.
Científico aficionado El Beagle tardó cinco años en dar una vuelta al mundo que tuvo muchas escalas, finalmente decisivas para la historia del pensamiento occidental. Científico aficionado, en cierta medida, Darwin descubrió su vocación definitiva a lo largo de los 1.741 días que duró ese viaje, con prolongadas escalas. De los cinco años de viaje, Darwin pasó unos tres años y tres meses en tierra y unos dieciocho meses en el mar. Las escalas y viajes en tierra firme, en el Cono sur americano, permitieron al científico recoger materiales, escribir un famoso diario, estudiar, leer y comparar, en una soledad literalmente oceánica. Entre los ciento veinte hombres de la tripulación de Beagle, Darwin tuvo amigos que le prestaron ayuda preciosa. Pero finalmente, concibió en soledad su gigantesca revolución intelectual. El joven científico con incipiente vocación aventurera, solo puso una condición para enrolarse en el Beagle: poder abandonar la expedición cuando lo considerase oportuno y pagar de su propio peculio la parte correspondiente por compartir la cámara del capitán del bergantín. Durante sus cinco años de aventuras y descubrimientos, Darwin sostuvo una intensa correspondencia con sus amigos y familia. Y pudo estudiar y continuar estudiando, comparando la literatura científica de su época con los descubrimientos realizados en varios continentes.
«Revolucionario» De regreso a Inglaterra, Darwin contrajo matrimonio con su prima, Emma Wedgwood. La pareja se instaló en la periferia sur de Londres, donde el científico «revolucionario» vivió el resto de su vida, consagrado a escribir, trabajando y elaborando sin cesar, nunca, los materiales y descubrimientos realizados durante su viaje iniciático, en el Beagle. Darwin contó por escrito a sus diez hijos, diez, la importancia crucial de su vuelta al mundo. El científico cuenta por lo menudo cómo pasó los primeros veinte años de su existencia «buscando un sentido» a su vida, para terminar los cincuenta y ocho años restantes -tras los cinco de aventuras científicas por varios continentes- consagrado al doble «monacato» de una vida marital muy intensa y una pasión descomunal por la reflexión científica. «Darwin, el original» cuenta esa epopeya del pensamiento científico de manera muy pedagógica, dirigiéndose a un público esencialmente joven y muy joven, incluso infantil, presentando la obra inmensa del científico a través de muchas ópticas complementarias. La vida diaria en el Reino Unido en tiempos de Darwin, con muchos flecos sociales e históricos. En una sociedad esencialmente racista y partidaria del comercio de esclavos, el científico regresó a su patria convencido de que la esclavitud y el comercio de esclavos eran un lacra atroz, no solo moral y espiritual.
Incontables polémicas Tras la publicación de la primera edición del más famoso de sus libros, el joven de sólida formación religiosa que pudo ser pastor se encontró en el centro de incontables polémicas que tardaron muchas décadas antes de serenarse definitivamente. Científico «revolucionario», sin haberlo deseado, Darwin se transformó muy pronto en un personaje adulado y odiado por razones que él mismo no terminaba de comprender, «encerrado» en la «celda» de una vida familiar muy intensa, insensible a las tormentas que despertaron, en su día, sus primeras teorías científicas. Darwin perdió prematuramente a tres de sus diez hijos. La ciencia de su época estaba mal pertrechada para salvar la vida de muchos niños, incluso en las familias más acomodadas. Sus notas y diarios íntimos prueban que el científico sentía por sus hijos una pasión paternal muy firme. En verdad, la muerte de su hija Anne, a los diez años, abrió la última y más melancólica página en la historia íntima del científico, que, en la cúspide de la fama, soportó mal y con mucho dolor la desaparición de una niña cuyo recuerdo iluminó el resto de su vida con la luz de un ocaso sin mañana.

Fuente: ABC

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