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Los últimos años de Miguel Hernández a través de su expediente penitenciario

«Señor jefe de servicio: El oficial que suscribe tiene el honor de informar a Vd. que a las 5’30 horas del día de hoy falleció el recluso hospitalizado en esta enfermería Miguel Hernández Gilabert, encontrándose de imaginaria el enfermero Vicente Beneyto Luna, que según me manifiestan los demás de la Sala General, estaba a la cabecera del fallecido atendiéndole ayudado por alguno de los enfermos, y llamando asimismo para ayudarle, cuando notó que había expirado al otro enfermero Blas Parreño Morell, prodigándole entre ambos los cuidados correspondientes. Significo a Vd. que el haber salido el cadáver con los ojos abiertos ha sido debido a no poder cerrárselos por medios naturales, según me manifiesta el médico auxiliar recluso».

Este es el parte redactado en el Reformatorio de Adultos de Alicante el 27 de marzo de 1942 -mañana se cumple el 75 aniversario-, por el oficial de Enfermería Francisco Núñez en el que da cuenta del fallecimiento del genial poeta. Acababa así el periplo de Miguel Hernández por varias prisiones españolas, que ABC reconstruye a través de su expediente penitenciario, al que ha tenido acceso.

 

Dormir con los ojos abiertos

El asunto de los ojos abiertos daría que hablar con el tiempo, pero el jefe de servicio, en un nuevo parte firmado dos días después, esta vez dirigido al director del centro penitenciario, explica que el médico auxiliar Ángel Payá le relata que los enfermeros intentaron cerrárselos y que incluso «él mismo intentó más tarde hacerlo no habiéndolo conseguido por tratarse de un enfermo que tenía el hábito de dormir con los ojos abiertos»...

El principio del fin se sitúa a finales de abril de 1939, cuando un Miguel Hernández sin refugio seguro ni trabajo intentó huir a Portugal para escapar de la represión franquista. Un camión le llevó de Huelva a Aroche, donde cruzó el río Rivera de Chanza, y llegó a Santo Aleixo. En esa pequeña población portuguesa vendió un traje y el reloj que le había regalado Vicente Aleixandre por su boda civil, pero al parecer el mismo comprador le denunció a la Policía de Salazar, que lo detuvo el 4 de mayo de 1939 y lo trasladó al calabozo del puesto fronterizo de Rosal de la Frontera (Huelva).

Antonio Márquez Bueno, agente de segunda clase del Cuerpo de Investigación y Vigilancia, y a la sazón jefe del puesto de Rosal de la Frontera, ordenó a Rafael Córdoba, agente auxiliar interino, que se sentara a la máquina de escribir: «En la villa de Rosal de la Frontera, siendo las doce horas del día 4 de mayo de 1939, Año de la Victoria, comparece el que dice ser y llamarse Miguel Hernández Gilabert, de 28 años de edad, casado en la que fue zona roja, de profesión escritor, e hijo de Miguel y de Concepción, natural de Orihuela (Alicante) y con domicilio en Cox (Alicante)»...

 

Nanas de la cebolla

De ese calabozo pasó a la prisión de Huelva, donde estuvo solo unos días, luego le trasladaron a la de Sevilla y el 18 de mayo, le ingresaron en la de Torrijos (Madrid). Allí recibió una carta de su mujer, Josefina Manresa, en la que le decía que ella y su bebé Manolillo solo tenían pan y cebolla para comer. Fue entonces cuando escribió las «Nanas de la Cebolla».

Pablo Neruda afirmó que intercedió por él ante un cardenal y que por eso el poeta salió de prisión el 15 de septiembre, sin cargos. Sin embargo, de ser cierto no se explica por qué solo una semana después volvió a ser detenido e ingresado en la prisión Conde Toreno de Madrid.

El 18 de enero de 1940 el Consejo de Guerra Permanente número 5 le condena a la pena de muerte por un delito de «adhesión a la rebelión». Los hechos considerados probados fueron: «Miguel Hernández de antecedentes izquierdistas se incorporó voluntariamente en los primeros días del Alzamiento Nacional al 5 Regimiento de Milicias, pasando más tarde al Comisariado político de la Brigada de choque e interviniendo entre otros hechos en la acción contra el Santuario de Santa María de la Cabeza».

 

Poeta de la revolución

La sentencia detalla que publicó numerosas poesías, crónicas y folletos «de propaganda revolucionaria y de excitación contra las personas de orden y contra el Movimiento Nacional haciéndose pasar por el poeta de la revolución». La condena fue aprobada por el Auditor de Guerra de la Primera Región Militar el 30 de ese mismo mes, si bien suspendía la ejecución «hasta tanto se reciba el ENTERADO de S.E. EL GENERALÍSIMO JEFE DEL ESTADO». El 25 de junio, Franco conmuta la pena de muerte por la de 30 años de cárcel.

El 28 de agosto, Francisco de Camporochina, secretario habilitado del Juzgado Militar de Ejecutorias Letra Z de Madrid da cuenta de la pena. Por tanto, extinguiría la condena el 3 de mayo de 1969, según la liquidación de pena que se hizo entonces. Las autoridades penitenciarias ordenan el traslado del condenado a la Prisión Provincial de Palencia, donde ingresa el 23 de septiembre de 1940. En el expediente se especifica que es escritor, mide 1,72, tiene los ojos pardos, el cabello castaño, la nariz roma, la cara redonda y la barba poblada. Al día siguiente, el poeta escribe a su mujer una carta en la que le informa del viaje y le da algunas instrucciones.

El 20 de octubre la Junta de Disciplina del penal le califica en «primer grado» y el 19 de noviembre se decide su traslado al Reformatorio de Ocaña.

 

Ocaña

Tres días después, el gobernador civil de Palencia comunica al director de la cárcel de Ocaña el oficio número 10444 por el que «con esta fecha doy las órdenes oportunas a la Guardia Civil para que, en tren ordinario y departamento de tercera clase, sea conducido con las seguridades convenientes a esa localidad y a disposición de su autoridad».

El 24 de noviembre Miguel Hernández llegó a la prisión toledana. En la hoja de conducción se especifica que «se halla vacunado reglamentariamente» y se hace constar su «buena conducta». Como consecuencia de ello, el 20 de febrero de 1941 la Junta de Disciplina pasa al «segundo periodo de su condena». El 10 de mayo la Dirección General de Prisiones vuelve a ordenar su traslado, esta vez a la prisión de Alicante. Sale de Ocaña a las ocho de la mañana del 25 de junio, acompañado de los también reclusos Antonio Mata Lloret y José Pertejo Seseña.

Cuatro días más tarde, el 29 de junio, el escritor llega al cuarto dormitorio del Reformatorio de Adultos de Alicante, donde morirá nueve meses después a consecuencia de la tuberculosis pulmonar aguda que padecía. El 2 de octubre, el vicario general de Orihuela, Luis Almarcha, comunica a Gaspar Blanquer, capellán de la cárcel, que «D. Vicente Dimas, cura de El Altet y profesor del Instituto tiene el encargo de visitar al recluso Miguel Hernández, de parte mía pues tengo interés en no abandonar a este joven». No figura que entonces ya hubiera pasado por la enfermería, una constante a partir del 1 de diciembre cuando tiene que ser internado ahí por una «infección intestinal». El declive del hombre, minado por la guerra, el hambre y la enfermedad, es a partir de ese momento imparable.

 

Tuberculosis

El 27 de enero de 1942 aparece por primera vez en su expediente una salida al Hospital Provincial para un examen médico. Fue llevado por la Policía Armada y reingresó el mismo día. Se autoriza a su sobrino a visitar al «recluso gravemente enfermo» el 3 de febrero, solo dos días antes de que se le trasladara al Dispensario Antituberculoso para ser sometido a un «examen radioscópico». La visita al médico ni siquiera se prolongó una hora.

El 4 de marzo, el director de la cárcel ordena lo siguiente: «Permítase la entrada al departamento de enfermerías de las personas libres JOSEFA MANRESA MARUENDA y ELVIRA HERNÁNDEZ GILABERT con el fin de que la primera pueda contraer matrimonio canónico con el recluso MANUEL HERNÁNDEZ GILABERT (sic)»... (La pareja se había casado el 9 de marzo de 1937 por lo civil, pero esos matrimonios se anularon).

Quince días después el mismo director escribe un telegrama urgente a la Inspección de Sanidad de Prisiones en el que se comunica que «según parte formulado por médico esta prisión precísase urgente traslado a hospital provincial del penado Miguel Hernández condenado a treinta años de reclusión para hacerle aplicación pneumotórax». La muerte ya acechaba al escritor. La familia pagó al doctor Antonio Barbero, director del dispensario antituberculosos, que lo examinó en la enfermería el 27. Sus pulmones ya no resistieron más. A las 5.30 de la madrugada del 28 de marzo el genial poeta murió con los ojos abiertos.

Fuente: ABC

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