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Así es el viaje de las nuevas palabras hasta el Diccionario de la RAE

Las palabras son viajeras. Se pasan la vida de boca en boca hasta que, si no se pierden en los terrenos del olvido, su definición echa raíces en el diccionario. Ahí adquieren una voz más profunda, trascendencia, que aguanta mejor el paso de los años. Pero, ¿por dónde entran? ¿Qué caminos atraviesan? ¿Cuánto tiempo han de permanecer, errantes, a la intemperie? Porque no nos engañemos: su acceso a la Academia es lento y sinuoso, incluso hostil a veces. ¿Quién tiene la última palabra sobre cada palabra? Para alcanzar su destino las posverdades y los buenistas tuvieron que soportar vuelos transatlánticos de ida y vuelta, aguantar en la camilla hasta que los expertos finalizaron su exhaustivo análisis y rezar porque las conclusiones fueran favorables. Y antes de todo eso necesitan un valedor, alguien que las saque de los libros.
Todo comienza con una detección y una pregunta. ¿Por qué esta no? Cualquiera puede proponer la entrada de una palabra en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, que acoge las peticiones a través de la herramienta Unidrae. De hecho, fue el escrito de un particular el que consiguió que marisabidillo se aceptase en su forma masculina, una decisión avalada por el uso de esa forma registrado en el siglo XIX. Sin embargo, el grueso de las novedades llega a través de un cauce interno: o bien vienen de parte de los académicos (españoles o iberoamericanos), o bien de los lexicógrafos de la institución, que viven rastreando significados y elaborando definiciones. Aquí, ayuda también la tecnología, pues a través del programa Corpes XXI se elaboran listas de vocablos que se utilizan en los medios de comunicación y que todavía no están recogidas en el diccionario.
Los cinco controles
A partir del momento en el que nace la sugerencia, comienza un periplo que dura, como poco, un año y que tiene cinco controles. La primera parada se produce en las Comisiones especiales de la Academia, donde se analizan las propuestas. Existen un total de doce, divididas en especialidades (la de vocabulario científico y técnico, la de Cultura, la de neologismos) y compuestas por un número variable de expertos: la más amplia tiene doce y la más «íntima» tan solo tres. Esta división en departamentos es esencial, pues solo algunos elegidos pueden argumentar la pertinencia, o no, de sumar discinesia −«falta de coordinación muscular en los movimientos»− a las más de nueve mil entradas que conforman el diccionario. Por cierto, en esto del vocabulario científico el criterio de inclusión es si el término ha saltado de los ámbitos hiperespecializados a la divulgación. En esas reuniones se produce un toma y daca, donde se discuten los distintos matices del término y las diferentes problemáticas que suscita la nueva palabra. Porque más allá de la frecuencia de uso y de la dispersión geográfica del término en cuestión, los dos criterios fundamentales para la RAE, siempre hay aristas que generan disputas. ¿Existe diferencia entre «selfie» y autofoto? ¿Tiene género masculino o femenino? ¿Escribimos chakra con «c» o con «k»? Después de estas disquisiciones la iniciativa muere o pasa al siguiente nivel: la Comisión Delegada, presidida por el director de la RAE, Darío Villanueva. Aquí se acogen las propuestas anteriores y se vuelven a debatir. Sí, la entrada a la Academia tiene más puertas que escalones; y todavía estamos en la segunda parada. Zanjados los debates, se elabora una propuesta concreta de su definición y de sus precisiones ortográficas y gramaticales. Pero no son ellos los que dan la forma definitiva a las entradas del diccionario, pues de eso se encarga el Instituto de Lexicografía, un tercer paso firme e imprescindible.
Ida y vuelta a América
«Hacemos los arreglos técnicos necesarios. Preparamos el material para que esté conforme a la planta del diccionario», explica Elena Zamora, directora técnica del DLE. Pero aquí no acaba la historia. Después de juntar un «paquete» de palabras aprobadas, este se manda a todas las academias americanas, que envían sus pareceres. Aquí, claro, surgen disputas y opiniones contradictorias. Este cuarto filtro es dispar y exige un último veredicto. «En estos casos, la Comisión Delegada toma la decisión última, siempre con arreglo a la documentación. Para nosotros eso es vital: para que algo pueda entrar en el diccionario tiene que haber documentación que lo respalde. Es indispensable y está por encima de todo», continúa Zamora. Ya lo decíamos al principio: el viaje a América es siempre de ida y vuelta.
El trayecto, en efecto, es largo: cada uno de los cinco filtros de la institución tiene que pasarse por consenso, esto es, con acuerdo común de todos los integrantes de cada comisión. Esto genera un proceso que, como anotábamos, dura como mínimo un año en el mejor de los casos. Sin embargo, el peso de algunas palabras, el ruido que generan en la sociedad, obliga a veces a tomar una camino más corto. La celebérrima posverdad nunca pasó por una comisión especializada: su inclusión en el diccionario se debatió directamente en el Pleno de la Academia. De hecho, se inició su discusión el pasado 22 de junio, el mismo día que los Reyes realizaban su visita anual al acto, tal y como recuerda Darío Villanueva, director de la RAE: «En aquel debate salieron varias ideas para su definición. Luego la propuesta se mandó al Instituto de Lexicografía y de ahí a las academias americanas». Ni la vía rápida evita los peajes.
Algunos casos recientes
-Patético: Fue el académico Luis Mateo Díez quien promovió la aprobación de patético en su acepción de «penoso, lamentable o ridículo»
-Chimpancé: Por sugerencia del Instituto Lexicográfico, se eliminó de su definición la afirmación de que era un animal que «se domestica facilmente». Ahora muestra «la visión más ecologista del hombre actual», señalan desde la RAE.
-Chakra: Se introdujo en la última revisión del Diccionario a petición de la académica Inés Fernández Ordóñez. Se eligió la grafía «k» para distinguirla de chacra (granja)
-Posverdad: El término se debatió de forma extraordinaria en el Pleno de la Academia. Tardó menos de un año en incluirse en el diccionario, convirtiéndose así en una de las palabras más veloces.
-Huérfilo: Se rechazó su entrada en el diccionario por su parecido significado a huérfano (en su segunda acepción) y deshijado.

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