El sábado 13 de febrero, mientras celebrábamos sesión académica en la RAEX, conocimos la noticia de la muerte de Alberto Oliart Saussol (Mérida, 1928- 2021), uno de los extremeños más ilustres de los últimos cuarenta años y uno de los españoles que más contribuyeron al éxito de la Transición, el periodo más fecundo de la España contemporánea.
Desde el instante que conocimos la noticia de su muerte, la sesión se convirtió en una especie de sesión necrológica en su homenaje. La mayoría de los académicos habíamos tenido relación personal con Alberto Oliart y así pudimos, de forma improvisada pero también emocionada, glosar una personalidad que sobresalió en todas las facetas de una trayectoria larga en el tiempo, y relevante en todas sus dimensiones.
Difícil, imposible condesar en unas líneas una biografía casi inabarcable: en la política (tres veces ministro del Gobierno de España); jurista (abogado del Estado); empresarial (alto directivo de corporaciones financieras); emprendedor (fundador de asociaciones), empresario ( conservador de razas autóctonas); en actividades literarias (autor de libros autobiográficos de referencia); impulsor cultural (asociado a el grupo poético de Barcelona de los años 50), impulsor de la cultura y del patrimonio de Extremadura ( ex presidente del Consejo Social de la UEX, miembro de la Fundación de Estudios Romano, medalla de Extremadura); y tantas y tantas otras cosas.
De alguna de estas facetas hablaban los académicos en la sesión del 13 de febrero antes de tomar acuerdo de hacer constar en acta la condolencia por la muerte de este extremeño tan destacado. Sí hubo tiempo para glosar su estrechísima relación con aquel grupo de poetas de los años 50 en Barcelona que tejieron uno de los momentos más brillantes de la lírica española: sus andanzas y convivencia con Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Jaime Ferrán y Alfonso Costafreda. En sus años de retiro gozoso gustaba Alberto Oliart de hacer el relato de aquellos años rebeldes, en los que la literatura, la poesía, se mezclaba en el ansia por construir la democracia todavía imposible. En uno de sus libros, “Contra el Olvido”, se narran con prosa académica, aquellos años prodigiosos de una generación que ya se desvanece. Este título y el ultimo, “Los años que todo lo cambiaron”, sirven para mantener la memoria de un legado incomparable.
La sesión de la Academia sirvió además para describir su temperamento creador y de activista del progreso, que lo mismo impulsaba el desarrollo agroganadero de Extremadura como promoviendo la conservación del patrimonio arqueológico de su Mérida natal. Presidió el Consejo Social de la Universidad de Extremadura y luchó por el progreso de la tierra de sus antepasados en todos los campos que se pusieron a su alcance. Porque, en definitiva, la presencia de los Oliart y los Saussol en Extremadura serviría para explicar el sempiterno mestizaje entre estirpes foráneas, en este caso francesas y catalanas, con la sociedad rural extremeña, en este caso procedentes de Almendralejo, Don Benito y Mérida. Una historia familiar interesante escrita con la brillantez de una prosa impecable en su primer libro de memorias.
Pero la biografía poliédrica de Alberto Oliart no debe hacernos perder la perspectiva de su legado principal referido al ámbito de la política en unos tiempos difíciles con un balance extraordinario. Oliart desempeñó durante la Transición tres carteras ministeriales, bajo los gobiernos de Adolfo Suarez y de Leopoldo Calvo Sotelo. Fue nombrado ministro de Defensa días más tarde del golpe de estado del 23-F de 1981. Desde esta responsabilidad, en circunstancias terriblemente difíciles, logró apagar los últimos rescoldos del golpismo militar y sentar las bases para la definitiva modernización de las Fuerzas Armadas. Además, lideró la incorporación de España a la OTAN, un acontecimiento decisivo en la democracia española. Dos acontecimientos que justifican la categoría histórica de quienes los promovieron y ejecutaron en circunstancias extremadamente difíciles.
A pesar de todo ello el legado principal de Alberto Oliart tal vez sea su talante, su espíritu conciliador. En ese rincón extremeño en el que Alberto Oliart recibía a sus amigos, en la Nava de Santiago, entre Aljucén y Mérida, quedará la huella de una de sus últimas declaraciones: “Todavía tengo pasión por la democracia y la libertad (…) continuando el combate por la dignidad de las personas contra cualquier fanatismo». Casi un epitafio.
José Julián Barriga Bravo.