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La huella vital de Federico en doña Carmen Ortueta de Salas

La reciente desaparición de la Excelentísima Señora Doña Carmen Ortueta de Salas me trae a la memoria el recuerdo de la única vez que tuve el honor de compartir mesa y mantel con ella. Fue en el curso de las III Jornadas del Humanismo, que organizó la Real Academia de las Letras y las Artes de Extremadura, en Fregenal de la Sierra, con motivo de la conmemoración del IV centenario de la muerte de Benito Arias Montano. En la comida para los congresistas, celebrada en un conocido hotel de la localidad citada, ocupábamos una mesita mis dos hijas mayores, como acompañantes mías, y yo mismo. Quedaba un sitio libre en la mesa y Doña Carmen nos pidió, muy cortésmente, permiso para ocuparlo. Por supuesto, le dije que nos sentíamos muy honrados en acompañarla y les presenté a mis hijas la señora para ellas desconocida: ella es Doña Carmen Ortueta de Salas, de la Real Academia de Extremadura, su marido fue director del Museo del Prado, etc. etc.

Los temas de los que se habló en la conversación no los recuerdo ahora con exactitud. Seguramente se interesó por los estudios de mis hijas, ya por esas fechas con sus licenciaturas terminadas. En seguida la conversación derivó hacia temas mucho más importantes para nosotros, pues resultaba obvio que la experiencia vital de Doña Carmen era incomparablemente más rica que la de nosotros, sus oyentes. El asunto que suscitó nuestro mayor interés fue, sin duda, el relacionado con el poeta García Lorca. Siendo veinteañera, Doña Carmen había tenido ocasión de conocer a Federico y sentir de cerca el aura vital que irradiaba, según el testimonio de quienes lo trataron y conocieron.

Doña Carmen recordaba a Federico dirigiendo a los actores de La Barraca, enseñándoles cómo debían interpretar, cómo recitar tales o cuales pasajes de la obra que iban a representar. Él iba delante detallando los matices del texto de la obra, los ademanes y gestos que acompañaban a cada expresión, metiéndose, en fin, en la piel del intérprete cabal y, sobre todo, en el corazón de la obra. Doña Carmen era una testigo de excepción de aquella personalidad arrolladora del poeta y esa experiencia suya lograba comunicarnos una chispa de aquella vitalidad incomparable. Y Doña Carmen no dejaba de lamentar la increíble acción que supuso el quitarle la vida a una persona tan maravillosa. Oyendo el relato de Doña Carmen, participábamos de aquella prodigiosa vitalidad que irradiaba el poeta, según el testimonio de quienes lo trataron y conocieron. ¡La simpatía de Federico García Lorca! Era su poder central, su medio de comunicación con el prójimo y de complicidad con las cosas, su genio: el genio de un imán que todo lo atrajese. Una brizna de esa simpatía, un rescoldo vivo, todavía perduraba, a través de los años, en las palabras de Carmen Ortueta de Salas. Y llegaba a nosotros como por arte de magia, como un tesoro intacto de experiencia vital. Juan García Gutiérrez

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