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Manuel Godoy

El Cuartel General de la Armada conserva incorrupta la dependencia del valido de Carlos IV, trasladada hasta su actual ubicación pieza a pieza, incluido un posible dibujo de Goya

Era 18 de marzo de 1808 cuando al despacho de Manuel Godoy y Álvarez de Faria (Badajoz, 1767 – París, 1851) llegaban las primeras informaciones del Motín de Aranjuez. Una gota de sudor frío debió de caer por la frente del que fuera primer ministro de Carlos IV: o salía de allí o podía pagar con su vida las ansias de venganza que tenían los muchos enemigos que se había granjeado durante sus años en el poder. La silla en la que descansaba mientras decidía qué hacer se mantiene hoy intacta en Cuartel General de la Armada –en la confluencia entre el Paseo del Prado y Montalbán–, como la mesa, de una madera nobilísima, o los sofás e incluso la lujosa lámpara que pendía del techo; dos siglos de antigüedad intacta que conservan lamemoria congelada de una España pasada. La decisión estaba tomada: debía abandonar sus posesiones antes de que los levantados en el motín llegaran a él. Así lo hizo el 19 de marzo, cuando la Guardia de Corps lo escoltó hasta un lugar seguro al tiempo que decenas de madrileños golpeaban y zarandeaban al que fuera favorito de Carlos IV. Ese día cambió la Historia de España. Las tropas napoleónicas campaban a sus anchas por la Península gracias al «Tratado de Fontainebleau» y la Casa Real había sido obligada a renunciar a sus derechos en Bayona. Con este panorama, muchas de las lujosas posesiones de Godoy –primer generalísimo de la Historia de España–, fueron asaltadas; afortunadamente no su despacho, que permaneció intacto para siempre. Las dependencias privadas del Almirante Jefe del Estado Mayor de la Armada albergan este rincón fundamental de la Historia de España. Detrás de las cuatro puertas de madera noble que custodian la entrada se presenta magnífico el que fuera uno de los despachos más lujosos de todo el siglo XIX. La mirada, nada más poner el pie sobre la mullida alfombra de la Real Fábrica de Tapices que cubre el parqué, se escapa hacia la elegante lámpara de estilo chinesco que pende de un techo cuyas telas pintadas son la verdadera joya del despacho. Pintado en el siglo XVIII por el José del Castillo para el conde deFloridablanca, el predecesor de Godoy en el cargo, el techo cuenta configuras alegóricas del más alto valor artístico. El centro de la estancia está coronado por un grupo de angelotes que sostienen la bola del mundo –de la que se descuelga la lámpara–, rodeada por los doce signos del Zodiaco como representación del tiempo. Las armas están también presentes en los dibujos del techo, significando poder y paz –si vis pacem, para bellum, que dirían los romanos–, una simbología que Godoy, autoproclamado defensor de las Bellas Artes y apasionado de ellas, practicó con suma vehemencia a lo largo de su vida política. Pinturas y mobiliario fueron trasladados, centímetro a centímetro, pieza a pieza, desde su ubicación original en la plaza de la Marina hasta las estancias privadas del actual Cuartel General de la Armada en 1929, tal y como explica la conservadora del Museo Naval Ana Ros Togores.
Intercambio con Floridablanca La historia de cómo la estancia acabó siendo propiedad legítima de Manuel Godoy es otra de esas curiosidades que tanto abundan en nuestro pasado. El despacho fue proyectado por el genial Sabatini –arquitecto de la Puerta de Alcalá, entre otras joyas– para Grimaldi, ministro de Estado de Carlos III. A su muerte, el despacho pasó a ser ocupado por el conde de Floridablanca, que tras encargar las pinturas a los artistas Gregorio Ferro y José del Castillo, decidió que no lo ocuparía. En ese momento Godoy, ya muy poderoso, se lo cambió al conde por algunos de sus palacetes, pasando el despacho, hasta ahora propiedad de la Corona, a ser de su uso privado en 1792. A partir de ahí Godoy pudo disponer a su gusto. Amante excelso del arte, no dudó en encargar la decoración al francés Jean-Démosthène Dugourc. La madera de caoba, el bronce y la escayola dorada impregnaron de estilo «imperio francés» cada rincón. Dentro de la sala uno se siente abrumado. Apenas hay un centímetro sin un objeto histórico o artístico. No hay un solo vano; solo madera, telas, hasta cada pared es de una forma diferente, como retazos finales del barroco tardío. Sin embargo todo adquiere un perfecto orden lógico en su interior, bosquejando el nuevo estilo que ya se empezaba a imponer. Situado hasta 1929 en la antigua Plaza de la Marina, en la calle Bailén, a apenas unos metros del Palacio Real –el Rey quería a su Gobierno cerca–, el despacho fue trasladado pieza por pieza hasta el que fuera ministerio de la Marina y hoy Cuartel General de la Armada. La Marina se encargó de mantener impoluto el que por aquella época era considerado como uno de los despachos más lujosos que pudo incluso albergar a «La venus del espejo» de Velázquez (obra que perteneció a Godoy hasta que fue llevada por los ingleses a la National Gallery de Londres). Incluso la investigadora Selina Blasco cree que la autoría de uno de los dibujos del despacho pertenece a Goya. La Marina tiene la tradición de cuidar y proteger su patrimonio –al fin y al cabo el presente no es más que una consecuencia de la historia–, y para mantener honroso el legado de sus predecesores, la Marina Española no repara en cuidados sobre sus pertenencias. Las piezas del Museo Naval, un rincón semidesconocido para muchos madrileños queguarda joyas de nuestra Historia, son también cuidadas con mimo y detalle por todos ellos.
Visitas prohibidas; solo actos oficiales Sentarse en la bicentenaria silla o apoyarse en la noble mesa son privilegios exclusivos que solo se conceden en actos oficiales del más alto nivel para ratificar tratados importantes para nuestro país. La última gran personalidad en utilizar el despacho fue Su Alteza Real el Príncipe de Asturias en un acto con el ministro de Defensa. Por el momento no existe la posibilidad de que se abra al público para que sea visitado, debido al especial cuidado que requiere unmobiliario de más de doscientos años.

El posible dibujo de Goya
F.M.
La investigadora Selina Blasco cree haber encontrado los rasgos del pincel de Goya en una de las telas que decoran el despacho de Godoy. Pese a que no está comprobado ni se puede asegurar su autoría, no es descabellado pensar que el genio de «La maja desnuda» o «Los fusilamientos del 2 de mayo» pudiera haber deslizado su pincel sobre esta pared.
El pintor maño ya trabajó para Godoy retratándole, tras dirigir al Ejército español sobre los portugueses, en la «Batalla de las naranjas», cuadro de 1801.

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