Si el original literario de «El nombre de la rosa» es una novela muy libresca, que aúna la intriga y los guiños cultos, la adaptación teatral de la obra de Umberto Eco es también inteligentemente libresca, pues la función, que en la noche del pasado jueves abrió el XXIV Festival de Teatro Clásico de Cáceres, se desarrolla literalmente entre las páginas de un libro escrito en griego: se supone que la segunda parte de la «Poética» de Aristóteles, dedicada a la comedia, un volumen desaparecido o que tal vez nunca existió que el escritor y semiólogo italiano convirtió en corazón del suspense de su primera aproximación a la ficción narrativa. Así, un gran mamotreto de lienzo montado sobre un engranaje de bastidores de madera se pliega, repliega, abre espacios y crea los distintos ámbitos de la abadía de los Alpes donde transcurre la acción, de tal suerte que la escenografía concebida por Markos Tomas tiene una poderosa y muy adecuada presencia simbólica en el desarrollo del montaje.
El debutante Juan José Ballesta
Al público que abarrotaba el Gran Teatro de Cáceres le gustó mucho el espectáculo dirigido con nervio por Garbi Losada, que firma también la adaptación junto a José Antonio Vitoria. Los aplausos hicieron salir a saludar repetidamente a la compañía, lo que entusiasmó al debutante Juan José Ballesta, quien después de la representación, con la emoción y la alegría desbordándolo, confesaba que preveían saludar unas tres veces como máximo y que las expectativas se habían superado. «Yo solo había hecho cine y televisión y es la primera vez que hago teatro, pero yo de aquí no salgo, quiero repetir», decía mientra acribillaba a besos al protagonista, Karra Elejalde, que interpreta a un Guillermo de Baskerville sentencioso, una pizca redicho y monástico, tal vez más próximo al padre Brown de Chesterton que al afilado Sherlock Holmes franciscano acuñado por Sean Connery en la versión fílmica de la novela dirigida por Jean-Jacques Annaud en 1986. Aunque resulta casi imposible apartarse de la cabeza el referente cinematográfico, tenía razón el actor vasco cuando, tras el estreno, comentaba que sobre el escenario hay que realizar una composición mucho más completa del personaje que en la pantalla.
Ballesta, que encarna al novicio Adso de Melk, narrador de la historia, tiene a su favor el tesoro de la espontaneidad con el que saca adelante su papel de forma más que convincente. El resto del reparto está también estupendo, con nota de altura para Cipriano Lodosa, impresionante como el venerable Jorge de Burgos, trasunto borgiano engarzado en la trama por Eco como homenaje al escritor argentino. Aún faltándole, como es lógico, rodaje, el montaje funciona muy bien y rebosa calidades plásticas, desde el sobresaliente vestuario de Tytti Thusberg a la formidable iluminación de Xabi Lozano.
Buen arranque para el Festival de Cáceres, que termina el 30 de este mes y cuya programación incluye dos piezas de Sófocles, «Antígona siglo XXI», adaptada y dirigida por Emilio del Valle, y «Ayax», en versión de Miguel Murillo con dirección de Denis Rafter; amén de «El caballero de Olmedo», adaptación lopesca firmada por Eduardo Galán y dirigida por Mariano de Paco Serrano; «El lazarillo de Tormes», aplaudido montaje recuperado por Rafael Álvarez «El Brujo»; «La dama duende» de Calderón, en versión de Pedro Víllora dirigida por Miguel Narros, y la peculiar aproximación al cervantino «El coloquio de los perros» de Els Joglars, entre otros