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El guardián de libros


Es día 20 de diciembre y mañana regresamos (siempre de regreso) a Campanario para pasar las fiestas de Navidad en casa. Este año coincidimos todos los hermanos en Nochebuena y eso es algo a celebrar... Pero no quiero irme de Carrión sin haberle deseado antes unas felices fiestas a mi querido padre Sebastián García, a quien ahora tengo tan cerca.

Las piedras de Loreto (Umbrete, Sevilla) son tan antiguas como las de Guadalupe, pero no son las mismas. Cada una de ellas narra una historia parecida, pero diferente; ambas bien conocidas por nuestro fraile... aunque en distinto modo añoradas. Cuando años atrás visitaba a fray Sebastián García en Guadalupe, nunca imaginé que terminaría sus días en otro lugar que no fuera al abrigo de las Villuercas. Las últimas veces que fui a verle, su salud había decaído bastante, ya no era el mismo, pero aún se acordaba de las caras y, aunque con mucha dificultad, era capaz de mantener una pequeña conversación.

Todavía tengo vivo en mi memoria la primera vez que lo conocí. Fue en Guadalupe, ¿dónde si no? en el verano de 1993. En compañía de mis amigos había peregrinado al santuario de la patrona extremeña desde Campanario para las fiestas del día ocho. Al llegar, algo tarde en comparación con otros peregrinos, nuestro también querido paisano el padre Rafael nos tenía guardados unos colchones en el auditórium del monasterio. Tras descansar unas horas y pasar la noche de fiesta, algunos nos levantamos pronto para acudir a la misa del peregrino y allí estaba él concelebrando. Al terminar la misa el padre Rafael nos presentó. Un primer encuentro fugaz pero que a la larga daría para mucho... Unos veranos después repetiríamos la experiencia como peregrinos estrechando, entonces sí, un fuerte lazo de amistad que se mantendría para siempre.

Incontables son las veces que hemos vuelto a vernos desde entonces, la mayoría de ellas en el baluarte de la biblioteca monacal, en la torre de Santa Ana; siempre, al menos, en tres citas anuales: Navidades, Semana Santa y verano; y, casi todas, en compañía de mis tíos Bartolo y Maruja, cuando no de mi tío Antonio Ventura. Cada visita era una experiencia distinta, ya sea por los libros que consultamos, ya por los lugares que (casi a escondidas) nos enseñaba. Recuerdo una tarde de invierno en la que, en mitad de la niebla, recorrimos los tejados de la basílica entre pináculos, arbotantes y rosetones y en la que a punto estuvimos de partirnos la crisma por culpa del musgo, toda una experiencia para quien ama el Arte. Y, ¿cómo olvidar aquella semana que en el verano de 2003 pasé en su compañía revuelto a legajos redactando mi memoria de licenciatura...?

Todas las visitas al padre Sebastián empezaban por el archivo-biblioteca, que conocía de memoria como nadie, y terminaban inevitablemente en la cafetería de la Hospedería. Sentados junto a la mesita más próxima a la barra, fray Sebastián, acompañado de su fiel Antonio Ramiro, daba rienda suelta a la lengua, tras una cervecita, y entre risas se deleitaba contándonos viejos chascarrillos del pueblo. Entre los más memorables, sin duda, todos los que tuvieran que ver con el difunto cura de Campanario don Antonio Carmona a quien alguien debiera dedicar un artículo (si es que no da para un libro).

* * *

Al llegar esta mañana a Loreto he llamado al timbre y me ha abierto el padre fray Lucas, guardián de la casa. Como ya sé el camino, no he querido que me acompañe y he subido solo a la parte que en el convento tienen dedicada al asilo de sus mayores. Las instalaciones nada tienen que envidiar a las de un hospital; todo está perfectamente equipado, limpio y ordenado y sus celadores y enfermeros son siempre muy atentos. Al llegar me he dirigido precisamente a uno de ellos para preguntar por Sebastián y me ha dicho que se encontraba en la sala de la televisión. Al llegar, Sebastián estaba sentado de los primeros, pues como es sabido ve poco (y últimamente apenas usa las gafas). Nos ha costado bastante sacarlo de allí, maniobrar con la silla de ruedas no es fácil en una sala poblada de sillones, andadores, muletas...

Su habitación, escasos metros distante de aquella sala, parece como si estuviera en otro lugar. Su escritorio, lleno de papeles que ya casi no llega a leer, parece una prolongación de aquella enorme mesa de la torre de Santa Ana. Sobre ella destacan: el almanaque y la revista Guadalupe, el premio de la Hispanidad que le concedieron los Caballeros de la Virgen y una estampa de la Morenita.

Alguien (no sé quién) ha tenido el acertado detalle de decorar las paredes de la habitación con fotografías en las que, de algún modo, se resume su vida. Distingo algunas de cuando fue superior de La Rábida, otras concelebrando misa en Guadalupe, un par de ellas de cuándo recibió el premio Hispanidad y varias del homenaje que le organizamos en Campanario con ocasión de su nombramiento como Hijo Predilecto de nuestro pueblo.
El enfermero nos ha dejado solos y comienzo la conversación como siempre, recordándole quién soy, mi nombre y aludiendo a vivencias comunes. Mi empeño es en vano, pero me ilusiona contárselo y a él parecen gustarle, o al menos entretenerle, las historias que le cuento.
Como en otras ocasiones, le leo algo. Esta vez toca la Crónica de la Puebla de Guadalupe que en la revista del monasterio escribe nuestro común amigo Antonio Ramiro. Lo primero que hago es enseñarle la foto de quien lo escribe y que siempre encabeza el artículo, ¿te acuerdas de él Sebastián? -Sí; responde balbuceando. ¿Cómo se llama?, le insisto; a lo que le sigue un nuevo balbuceo pensativo en el que nada dice. Tras unos instantes le recuerdo el nombre, a lo que añade igual de pensativo: -Bueno... y se sonríe.

Su cabeza no da para mucho más, ¿quién lo iba a decir? En ocasiones resulta frustrante, pero no me desanimo y pongo todo mi empeño en que la visita sea para él lo más entretenida posible. Para lograrlo hay un truco que nunca falla. Como en internet, siempre hay palabras clave. No hay nada como llamarle "chambra vieja", para que salte como un resorte diciendo entre risas: - No, no, eso no. O soltarle al final de una frase un "Aeerrr...".  
La última vez que lo visité observé que en la habitación no tenía ninguna estampa de la Virgen de Piedraescrita y he querido traerle una. Una de esas en las que se ve la imagen con el manto pero sin la saya, dejando a la vista la talla de madera. Al entregársela le he preguntado quién era la Señora de aquella foto. Él, agarrando la estampa con ambas manos, se ha quedado pensativo mirándola fijamente durante dos o tres minutos en los que ninguno de los dos hemos articulado palabra. ¿La conoces? -le he vuelto a preguntar- es la Virgen de Piedraescrita, le he dicho mientras me miraba. Con cara de estupefacción y sin decir nada, ha vuelto la cabeza para mirar la imagen nuevamente y ha seguido observándola, esta vez esbozando una sonrisa y dejando caer alguna lágrima. No estoy seguro de que la haya reconocido pero, sin duda, algo se ha despertado en él.

Aún me quedan preparativos que hacer antes de volver al pueblo por lo que no he podido prolongar mi visita por más tiempo. Al irme he pedido un bolígrafo al enfermero y le he dejado escrito una dedicatoria en el reverso de la estampa: "Querido Sebas, la recuerdes o no, Ella siempre estará contigo".

Tras devolver el bolígrafo al enfermero en su garita del pasillo y departir un rato con él, he vuelto a la habitación de Sebastián para despedirme. Se había dormido... sonriendo.

 

(En la foto: el padre Sebastián García y la alcaldesa de Campanario, doña Piedraescrita Jiménez, durante su nombramiento como Hijo Predilecto de su pueblo natal)

Fuente: Bartolomé Miranda Díaz / HOY-CAMPANARIO

 

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