Feliciano Correa
Ante semejante red de perversión ¿quién protege a los menos favorecidos cuando el Estado de Bienestar hace aguas? ¿Quién limitará las “condescendencias legales” si son sus propios cacos de cuello blanco los que cuecen con sus manos el voto de la exculpación en el horno de los tribunales politizados? La inconsecuencia moral de los “unos” y de los “otros”, pudre a España. El comisario Joaquín Almunia dice que “es una estupidez bajar los sueldos el 10% como pide el Fondo Monetario Internacional, ¡que se los bajen ellos!”, agrega, mientras que en su casa entran 400.000 euros al año, al tiempo que su hijo pide beca del presupuesto público. Apunta el antiguo ministro de trabajo que en nuestro país han de hacerse más reformas, lo que quiere decir es que ha de aplicarse más palo fiscal a la mayoría social, mientras que el aparato hipertrofiado de políticos, sindicatos, banqueros y empresarios se sostiene apoyado en las espaldas exhaustas de las abejas domesticadas que ya no pueden ser más estrujadas.
Señoras y señores, el sistema capitalista no se enmendó en 1945 y ha vuelto por sus fueros, y lo peor es que debe ser tan apasionante el slogan de “todos queremos más” que ha contagiado incluso a los que se definían como de izquierda y amigos de la justicia distributiva. Con tal panorama el esclavo consumidor que madruga y cotiza siente en sus carnes el desvalimiento cuando recibe la nómina y comprueba cómo, antes de que él vea su sueldo, una serie de empresas y sociedades que cada año aumentan la cuenta de resultados, le han sisado, con la legalidad de su parte por supuesto, su achicada retribución.
¿Qué hacer ante tanta atrocidad? Una mayoría hasta ahora sumisa, está poniendo pies en pared. Los gobernantes la ven venir y ya ninguno querrá estar más de ochos años en el sillón, lo justo para cobrar una buena pensión por vida y escapar de la quema. Burgos, Rodear el Congreso, la Marea Blanca… son muestras de que las diversas formas del complot ambicioso caerá. La sociedad revienta por su base, mientras quieren recauchutarse los pinchazos del sistema endureciendo las leyes y poniendo cinchas y bridas a la libertad. La tribu abusadora ha de pensar que la era de los faraones votados un día para que luego hagan lo que les plazca, se acaba; y eso lo saben los tenderos, los taxistas, los policías, los médicos de guardia… que piensan que otro mundo más justo es posible; lo sabe hasta el Papa Francisco que va desguazando el vaticano de púrpura y boato.
El final de la sumisión de las masas en occidente se acerca como algo imparable, demostrando que la falsa democracia está agónica. Se anuncia un tiempo donde la participación ciudadana será mayor, donde la transparencia desde abajo hasta la Corona (si sigue) ha de estar al alcance de todos. Entonces conoceremos cómo se acortan tan separados escalones de renta.
La propuesta vendrá respaldada de la mano de ciertas mentes agudas que den forma a una nueva filosofía de la gobernación con propuestas de valores a estrenar. Si esto no se hace desde la cordura, acaecerá un periodo revolucionario de consecuencias imprevisibles. La sociedad será testigo del desguace de la arquitectura social tal como hoy la conocemos. Si ese trance llega sin remedio, no poco de lo bueno que habíamos alcanzado se destrozará.
El año 1929 aparecía la gran obra de Ortega y Gasset, “La rebelión de las masas”. Su diagnóstico de aquella realidad era bien distinta de la que hoy podemos hacer de la nuestra. Señalaba el filósofo que “las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos regentar la sociedad”. Aquel mundo de clases ínfimamente asalariadas y aisladas, incultas y sin capacidad de alianzas, nada tiene que ver con la de hoy. Si entonces hacían falta minorías rectoras como gestores únicos de la decisión, hoy vamos hacia un modelo donde una ciudadanía más participativa protagonice también el futuro. Y en esas estamos cuando las redes sociales son una tela de opiniones de decisiva repercusión; de tal modo que una democracia abierta vendrá por las buenas o por esa presión cada vez más fuerte de la calle que quiere pasar de ser un ente estático y marginado a tener un claro papel decisorio. Va a morir la “sumisión de las masa”, de la mayoría silenciosa y amilanada, y va a nacer una nueva “rebelión de las masas”, que frenará la pernada que hoy sufre el contribuyente con el abuso ignominioso de los que viven creyendo que nadie será capaz de asaltar su fortaleza.