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La pobreza hizo grande al Greco

Imaginen el vademécum del Renacimiento europeo: las atrevidas composiciones de Alberto Durero, los brillantes colores de Tiziano y el dibujo riguroso de Miguel Ángel. Ahora piensen en un pintor que reúna esa inverosímil combinación. A los 36 años de edad, Domenicos Theotocopoulos es el pintor con mayor formación del siglo XVI, al partir de los iconos bizantinos cretenses y pasar por el filtro veneciano y romano. Donde hace un siglo y medio se veía locura hoy hay un laboratorio de I+D+I: el Greco sobre la mesa de operaciones, recibiendo la esencia de tres escuelas radicalmente distintas que hacen de él un pintor único. Sin embargo, la formación no lo es todo. A pesar de tener un sobresaliente currículo de casi tres décadas de aprendizaje, la radicalidad de los planteamientos por los que se le aprecia no revientan hasta que no es rechazado por el gusto de la sociedad reinada por Felipe II. Finaliza el siglo XVII y el griego se adentra en la pintura más radical de su trayectoria, la que el historiador José Manuel Pita Andrade llamó “expresionismo extremo”. Y que Manuel Cossío confundió en 1908 con naturalismo (de sueño): “El Greco no dormía, soñaba, era un soñador, y lo que aspiraba a pintar no eran las cosas reales que dan los sentidos, sino los ensueños. Así, y sólo así puede explicarse su arte”.
Leticia Ruiz asegura que, si el Greco se hubiese quedado en la corte de Felipe II, el pintor se habría acomodado a los gustos del monarca y entonces estaríamos ante un artista diferente “Cuanto más arrinconado está, más Greco es. Sólo cuando abandona toda posibilidad de aliarse con un gran mecenas es cuando el pintor muestra toda su fuerza. Lo que para él fue una desgracia, para la Historia del Arte fue una fortuna”, explica a este periódico Leticia Ruiz, jefa del Departamento de pintura española anterior a 1700 del Museo Nacional del Prado y comisaria del último pelotazo del año, El Greco: arte y oficio (exposición que se inaugura el próximo 9 de septiembre en el claustro del Museo de Santa Cruz, en Toledo).  
Leticia Ruiz, en el Museo del Prado.Leticia Ruiz, en el Museo del Prado. Sobre su despacho está la guía del Museo del Greco, en Toledo, que se ha encargado de realizar hace unos meses. Todavía le espera a la historiadora el proyecto más ambicioso: la actualización del catálogo del Greco en el Museo del Prado, que inició el espléndido Pepe Álvarez Lopera, y que Ruiz terminará en 2016, con la sustancia de los hallazgos que se han ido presentando a lo largo de este intenso año de grecomanía. Independiente e inadaptado Por ejemplo, Ruiz asegura que, de haberse quedado en la corte de Felipe II, el pintor se habría acomodado a los gustos del monarca. Quizás estaríamos hablando de alguien de segunda categoría y no de uno de los cuatro fantásticos, junto con Velázquez, Goya y Zurbarán. Si no se adaptó fue, precisamente, porque era un inadaptado gracias a su carácter indomable e independiente. “Pinta no pensando en un patrono, sino en su propio sentido de la pintura”, explica Ruiz, que también señala los quebraderos económicos que esto le provocó.
Las buenas ideas necesitan ejecutarse. Por eso el taller es una parte esencial en los pintores renacentistas, porque cuanto más tiempo se dedica a pensar, menos queda para actuar Radical, inadaptado y, por último, inteligente. El Greco ha bebido de todas esas tradiciones, se adecúa a ellas y luego se las apropia. Es una cabeza privilegiada unida a una mano audaz. “Los grandes creadores del Renacimiento fueron pintores inteligentes. Leonardo da Vinci lo era y el Greco también, como Tiziano y Miguel Ángel”, asegura la experta. Y por encima de ellos parece destacar a Durero. ¿Por qué? “Durero fue un buen pintor, pero sobre todo fue un gran pensador y lo pintó en unas estampas que se convirtieron en las partituras que, durante tres siglos, tocó cualquiera de los grandes pintores”.
'La Anunciación', del Greco, del Prado.'La Anunciación', del Greco, del Prado. El Greco tampoco faltó a la cita con las ideas de Durero. En La Trinidad, explica Ruiz, lo que hay detrás es una estampa de Durero. Al griego no le servía cualquier cosa. “Esto no quiere decir que la calidad y la capacidad del Greco disminuyeran, para nada”.  Ayudantes para un genio Tampoco debería rebajar la idolatría por el griego que se sirviese de su taller para hacer frente a los encargos que la creciente fama multiplicaba. De ahí el título de la exposición: arte y oficio. Las buenas ideas necesitan ejecutarse. Por eso el taller es una parte esencial en los pintores renacentistas, porque cuanto más tiempo se dedica a pensar, menos queda para actuar. El mejor ejemplo es Leonardo. Cuenta Leticia Ruiz que en la exposición veremos todas esas estampas de Durero y cómo eran utilizadas por sus discípulos para armar la composición del encargo. Es decir, su intención es que el visitante vea más de lo que observa. “Espero que esta exposición sirva para mirar y que el público distinga entre lo que es un gran Greco, lo que es obra de taller exclusivamente y lo que es Greco más taller. El mundo greco está conformado por un elenco de obras exclusivamente de su mano, pero para un pintor del Renacimiento lo importante era la idea y la idea la ejecutaba también el taller”. Con él trabajaron Francesco Prevoste, Luis Tristán, Giraldo de Merlo y su hijo Jorge Manuel.
La comisaria subraya la inspiración en las estampas de Durero, a las que recurrió el Greco para construir las composiciones Los tratadistas renacentistas nos dicen que los pintores deben saber trabajar con su taller y ayudantes, a quienes deben proporcionales materiales para luego corregir si no han conseguido ejecutar el arte del maestro. Recuerden la versión del taller de La Gioconda del Prado. “La nuestra es una pieza estupenda que pone en valor a la del Museo del Louvre. De hecho, no sé si tiene sentido limpiar la de Leonardo. El que quiera mirar una idea aproximada de lo que fue La Gioconda de Leonardo debe mirar la del Prado”, reconoce Ruiz. Dibujo de san Juan Evangelista (Biblioteca Nacional de España).Dibujo de san Juan Evangelista (Biblioteca Nacional de España). Para mostrar ese taller del Greco –ubicado en la casa del marqués de Villena, donde también vivía– dispondrá de los cuatro dibujos que se conservan de su mano (uno de ellos, un san Juan Evangelista, en la Biblioteca Nacional), así como todas las telas que se conservan del Apostolado de Almadrones, vendidos tras la Guerra Civil (cuatro están en el Prado y cinco en EEUU), junto a la serie completa del Apostolado del Marqués de san Feliz. En total, 92 obras que regresarán (hasta diciembre) cuatro siglos después a Toledo. En la misma línea de investigación crítica de la exposición El griego de Toledo y La biblioteca del Greco, y lejos de las fanfarrias de la agenda marcada por la política, Ruiz se arriesga a mostrar las tripas del modo pictórico de quien idolatramos: “Cuando pensamos en su profunda originalidad, creemos que se inventa todas las composiciones, pero muchísimas de las composiciones son derivas de otros maestros, como Durero. Es importante que el público vea que un pintor, importante como El Greco, no está aislado”. Fuente: El Confidencial

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