«El Gigante Extremeño» vendió su cuerpo, de 2,35 metros de altura, al Museo de Antropología por 3.000 pesetas
Agustín Luengo, el esqueleto del hombre más alto del España, a pocos pasos de Atocha
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En plena España decimonónica de 1849, cuando la estatura media rondaba los 160 centímetros, nacía Agustín Luengo Capilla, el español más grande de todos los tiempos. La exagerada estatura del muchacho –alcanzó los 2,35 metros (20 centímetros más que Pau Gasol)– obligó a sus padres a abrir un butrón en la pared para que pudiera dormir con las piernas completamente estiradas.
Luengo murió con tan solo 26 años. Su triste y corta historia acumuló una larga lista de de penalidades a sus espaldas: desde ser una atracción de circo hasta que un médico experimentara con su cuerpo. Sus huesos descansan hoy en el Museo Antropológico de Madrid, a pocos metros de la estación de Atocha.
Con doce años dejó de ser Agustín para encabezar el cartel de un circo ambulante bajo el sobrenombre de «Gigante Extremeño». Estos fueron motivos suficientes y atractivos para un «cazatalentos» del circo. Sus padres le vendieron por 70 reales, dos hogazas de pan blanco, media arroba de arroz, miel del Alentejo, una garrafa de aguardiente, dos paletas de jamón y un daguerrotipo de los que hacían en la feria. Allí se ganaba la vida entre hombres elefantes, enanos y mujeres barbudas.
Agustín Luengo, el esqueleto del hombre más alto del España, a pocos pasos de Atocha
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Luengo con sus padres
El éxito de sus exhibiciones circenses llegó a oídos del doctor Pedro González de Velasco, catedrático de Anatomía de la Universidad de Madrid. Impresionado por las peculiaridades y rareza antropológica de aquel esqueleto, hizo a Agustín una oferta que no pudo rechazar: le compraría su cuerpo en vida a cambio de una renta de 3.000 pesetas.
Agustín recibiría 2,50 pesetas al día mientras viviese y a su muerte, su cuerpo pasaría a una especie de museo anatómico que por aquellos años González de Velasco estaba montando en su propia casa del barrio de Atocha. El acuerdo fue más frutífero para el atropólogo que para Luego, ya que no pudo disfrutar apenas unos meses de aquella suculenta renta vitalicia.
Sus restos, resguardados en una vitrina acristalada, están custodiados por un vetusto armario repleto de cráneos, por la llamada «Momia guanche» y una escultura a tamaño natural del propio Agustín que áun conserva minúsculos restos capilares.
Fuente: ABC