Hace casi dos décadas, Andrea Accomazzo tuvo un problema con su novia. Ella descubrió en su poder un trozo de papel con un número de teléfono y un nombre de mujer: Rosetta. El científico italiano tuvo que explicar a su celosa compañera que no tenían era ningún affaire, sino que Rosetta era el nombre de una misión para aterrizar en un cometa por primera vez. Accomazzo se casó con su novia, pero tampoco dejó a Rosetta. Como director de vuelo de la misión de la Agencia Espacial Europea (ESA), este expiloto de pruebas de la Fuerza Aérea Italiana ha guiado a la nave durante 18 años en un viaje de 6.400 millones de km desde la Tierra hasta la roca 67P/Churyumov-Gerasimenko, donde el pasado noviembre liberó un módulo, Philae, que se posó sobre ella. Era la primera vez que la humanidad conseguía una hazaña semejante. [Así te lo contamos en directo]. Philae se posó a 120 metros del centro del área de aterrizaje prevista. Cuando sus sistemas de anclaje fallaron, el artefacto quedó en una zona de sombra que no le permitía recargar sus paneles solares, así que se quedó sin energía en 64 horas. Al menos, durante ese tiempo consiguió recoger un buen número de datos que permitirán conocer la estructura y composición del cometa y ayudar a los científicos a comprender mejor el origen y la evolución del Sistema Solar. Accomazzo se prepara ahora para otras misiones interplanetarias de la ESA a Mercurio, Marte y Júpiter, pero confiesa a la revista Nature que le cuesta decir adiós a ese viejo amor llamado Rosetta. Incluso sueña con ella y tiene intuiciones. «Esta mañana me desperté a las cuatro de la madrugada pensando que algo no iba bien», recuerda. «A las 7.30 recibí una llamada: Rosetta había perdido brevemente el contacto con la Tierra a las cuatro de la mañana. A menudo me pasan este tipo de cosas. Estoy totalmente conectado».
Fuente: ABC