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La Vera, para comérsela

La España húmeda también se extiende hacia el Sur. Más allá del Sistema Central llueve en abundancia: desde luego en la comarca cacereña de La Vera, que repta por sus faldas meridionales. Y eso explica casi todo lo que tiene de especial. Su natural remedio contra el calor: innumerables pozas que se forman al remansar los ríos que bajan de Gredos cargados de agua. Una gastronomía que se alimenta de una tierra feraz y no necesita recrearse en recetas sofisticadas, limitándose a servir un producto exquisito. Y los densos bosques de robles, cuyo tamaño se equipara a los que se ven en el extremo norte de la Península. Mientras, sus pueblos, de bella estética de madera y roble, resisten con dignidad al turismo invasor, lo que parece un milagro si se tiene en cuenta su distancia a poco más de dos horas de Madrid.
Habitantes de Losar de la Vera. Como bien indica su nombre, Garganta la Olla se cobija en la geografía, ahí metida entre montes. En la garganta llamada Mayor proliferan los charcos donde zambullirse y los mitos y leyendas. La ninfa del agua espera que se le declare un amor incondicional para librarse de su hechizo (si no te clavará tres puñales de oro); en la noche se aparecen duendes de color verde brillante que huyen a cuatro patas y en zigzag; y serpientes peludas acechan a vacas, cabras y hasta mujeres lactantes para robarles su leche. Más famoso es el mito de la Serrana de la Vera, referido por Lope de Vega. Alude a una bella cazadora o amazona que, después de emborracharlos o haber yacido con ellos, lleva a los hombres hasta su cueva situada a los pies de la Sierra de Tormantos para matarlos. Seguro que las ocupantes de la Casa de Muñecas, pintada en azul por ser un prostíbulo, se sintieron vengadas en más de un ocasión por este ser de fuerza sobrenatural. Se dice que de clientes tuvieron al séquito que siguió a Carlos V hasta el vecino monasterio de Yuste. Aquejado de gota y muy pío en sus últimos días, el emperador prefería quedarse en sus aposentos y ver misa desde la cama a través del hueco creado a tal efecto.
Con vistas a Monfragüe Nadie diría que aquí vino a jubilarse el gran emperador de Occidente, pues sus dependencias son a todas luces modestas. Lo prueba que le sucediera como inquilino el guardés del complejo jerónimo. No obstante, el de Gante supo escoger un entorno de gran belleza natural. Y sin ser grandioso, el cenobio se diseñó con gracia, aprovechando su posición como atalaya: desde sus jardines la mirada se pierde hasta el Parque Nacional de Monfragüe, ya un paisaje plenamente mediterráneo. Desde luego, se nos ocurren peores asilos.
Valverde de la Vera. Más abajo, en Cuacos de Yuste, el pimentón está viviendo una aventura gourmet en ultramar. Alicia López Sánchez, nieta del fundador de la fábrica de pimentón Los Extremeños, le ha dado un nuevo giro a esta creando una nueva marca, Las Hermanas, más moderna y atractiva con la que salir a exportar. Gracias a la difusión dada por cocineros mediáticos como José Andrés o Jamie Oliver, este condimento conocido por su nombre húngaro, paprika, está conquistando medio mundo y Alicia no ha querido desaprovechar la oportunidad de subirse a la ola. Tiene un as en la manga. El que exhibe la D.O. de La Vera se produce a partir de pimiento de primera cosecha de la vega del Tiétar, está molido seis veces y se seca con madera de roble y encina. Precisamente, el aroma ahumado es lo que le hace único, como ya están comprobando gracias a los esfuerzos de Alicia –y de su padre, supuestamente jubilado–, en Reino Unido, Francia, Australia, Estados Unidos... Ya se ve que en su negocio tampoco se pone el sol.
Tabaco, palmeras y madroños En esta pródiga tierra todavía se cultiva tabaco –secado de la misma forma que el pimentón, en hangares con celosías de ladrillos–, crecen palmeras, exuberantes madroños y coloridas rosaledas. Y abundan las huertas rebosantes con las hortalizas y plantas que se trajeron de las Indias, probablemente aquí antes que en cualquier otro lugar de Europa: los cacereños fueron baluarte de la conquista. Para el soldado que lo consiguiera, seguro que tuvo que resultar el paraíso el retiro en cualquiera de los pueblos que exhiben el apellido «de La Vera»: Jarandilla, Losar, Valverde, Madrigal... Todos conservan hoy su antigua fisonomía y, en Valverde de La Vera, los canalillos de agua de torrente aún bajan por sus callejuelas como jugueteando. Ejercen de llamada para conquistar las cumbres.

Fuente: EL Mundo

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