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Espigas

 

Me lo trajo la voz de su paisana y amiga común, magnífica poeta, Efi Cubero. Yo conocía su firma, su palabra escrita, su nombre colocado en las páginas de la cultura de España, su nombre fielmente unido a este periódico, ABC, del que fue –permítanme decirlo- la cuarta letra, minúscula, para no molestar, para pasar inadvertido pero también para no separarse jamás de lo que fue una pasión carnal con el diario. Yo lo conocía de lejos, y en ese lejos lo tenía por mayor, por distante, por inaccesible, por imposible… Qué equivocado estaba. Efi me trajo una cercanía que yo desconocía, una cercanía que se me hizo paisana al saber que era granjeño, y sobre todo que era poeta de siete espigas. La primera vez que oí su voz, al poco de llegar yo a este periódico, me sonó a cura viejo y amigo de tabernas y de la gente, o a viejo cantaor, o a viejo juglar, o a torero retirado. Las elles pronunciadas como hay que pronunciarlas, para que nunca se pierda en el acento la sangre de la palabra heredada, y un sonido a punto de romper en cante en aquel decir suyo que sabía andar por Madrid sin quitarse las botas duras con las que hay que andar los rastrojos para no salir herido hasta las corvas.

Siempre lamentaré dos cosas, cuando su nombre salga en la conversación –que saldrá mucho- o cuando su voz me ronde la memoria, que me rondará muchas veces: no haberlo conocido muchísimo antes y no haber podido tratarlo muchísimo más. Era un vital tendero tras el mostrador de una tienda de vida, al menos hasta que “un manotazo duro, un golpe helado” le quitó a su hermana Lola. A partid de ahí, fue otro. Pero aquella alegría telefónica con una voz que sonaba a campana de fiesta, aquel calor en el acento, aquel “querido mío…” que tenía tacto, aquella Extremadura de la sangre que se le derramaba en su forma de hablar… Porque siempre habitó Granja de Torrehermosa, viviera donde viviera. Y el amor, siempre como un latigazo por dentro, restallándole como un tornado de sentimientos… Por él fui a Don Benito y allí me he quedado quizá para siempre en algunos amigos, sobre todo en Manolo Núñez; por él, aquel día, se me abrieron páginas de poemas y de nombres de poetas. ¡Cuánta generosidad siempre en su saludo, en su palabra, en su confianza…! Cuánta solicitud, entrega, ánimos, ayuda… Por él se me queda en el aire, ahora que es casi junio, “un sol redondo, grande, casi blanco de puro fuego, que se extiende abrasador y voluptuoso sobre las ondas recién afeitadas de los barbechales pardos…” Se va mucho amigo con José Miguel Santiago Castelo, se va mucha poesía, se va mucha Extremadura… Y se va mucho ABC. Descanse en paz.

A. García Barbeito
Fuente: ABC Sevilla

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