Abracadabra. Este conjuro resonó en la cabeza de Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) de pequeño y él se empecinó en que también quería ser inventor y dueño de una palabra única. Un día, cayó en manos de este chaval nacido en una familia campesina extremeña emigrada a Madrid en plena posguerra un libro de Antonio Machado. “Yo voy soñando caminos de la tarde”, ha recitado esta mañana rememorando ese momento. “Soñar, caminos y tarde…¡Son las palabras de cada día, pero él las había convertido en mágicas!. Así, se dio cuenta de que él también quería llegar a ser ese tipo de mago. Tras casi 30 años de carrera ha llegado a la conclusión de que “un escritor debe hacer poderosas las palabras humildes e interesante a la gente vulgar”. Ante un centenar de adolescentes de entre 15 y 17 años, el autor ha desgranado el camino que le llevó hasta las letras, en un encuentro organizado por EL PAÍS en la Feria del Libro. Otro escritor, Juan Cruz, ha sido el encargado de moderar la charla. Aunque comenzó a escribir poesía en su adolescencia, el azar llevó a Landero por otros caminos hasta que publicó su primera novela, Juegos de la edad tardía (Tusquets), en 1989. Lo de esperar el momento adecuado le salió bien porque aquella ópera prima ganó el premio de la Crítica y el Nacional de Literatura de ese año. Landero ha animado a los jóvenes a que hurguen y conozcan su mundo interior a través de la escritura: “Todos somos únicos, pero tenemos que dejar que esa semilla de originalidad arraigue en nosotros. Y para eso hay que currárselo”. Retrasó su noviazgo con la literatura para vivir un amor de juventud con la guitarra. Un instrumento que le permitió alejarse de un futuro como oficinista y viajar por toda España en una gira junto a Manzanita. Luego llegó el traslado a París donde también dio clases de música y su licenciatura en Filología Hispánica en la Complutense. Y por fin, el momento de enviar su trabajo a una editorial. Su primer contacto con Beatriz de Moura, en aquel momento directora de Tusquets, no fue alentador. Landero escuchó a la editora al otro lado del teléfono criticando que alguien le hubiera enviado “esa basura” y asegurando que “aquello no tenía ningún valor”. En realidad, el trabajo al que se refería nada tenía que ver con el borrador de Landero y se estaba dirigiendo a otra persona mientras el autor en ciernes ya estaba al otro lado del aparato. La confusión duró unos segundos, pero la “enorme tristeza” que el escritor sintió durante ese tiempo, la sigue recordando casi 30 años después. “Con el tiempo he descubierto que la de escritor es una profesión muy solitaria. En media hora pasas de considerarte el mejor del mundo a un paria. La verdad es que hay que ser un poco inseguro para estar muy fuerte”. En el encuentro ha salido a la luz esa piel de profesor, una profesión que ejerció en un instituto de Madrid: “Escribid, escribidlo todo, cómo os sentís, lo que pensáis…La memoria es muy selectiva y si no pones las cosas por escrito, te acabas olvidando de todo”, ha pedido a los estudiantes. “¿Tú crees que eres único?”, le ha preguntado una asistente. “Sí claro. Y tú, y todos. Todos estamos condenados a la originalidad”, ha respondido y ha añadido que cuando era profesor de Literatura obligaba a sus alumnos a escribir al menos dos horas a la semana sobre ellos mismos. A través de la lectura es como él descubrió que su musa era su padre, y que se puede conocer más a alguien imaginario como Robinson Crusoe que a una persona de carne y hueso como Mariano Rajoy. La literatura no estaba en el destino de alguien que nació en el seno de una familia muy humilde y que aborreció un bachillerato de ciencias en una escuela nocturna mientras dedicaba las mañanas a trabajar para pagarse los estudios. Por eso, al ver dónde le ha conducido el azar, Landero solo ha podido resumirlo en una frase que ha brindado a los estudiantes: ”La vida es un viaje que sólo tiene un billete de ida y merece la pena ser uno mismo”. Fuente: El País