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Picasso regresa al Prado

Son solo diez cuadros -ocho se ven por primera vez en España-, pero conforman una pequeña gran retrospectiva, una antología esencial de Picasso. Abarca sesenta años de su prolífica carrera, de 1906 a 1967, y están representadas sus principales etapas: la rosa, el cubismo, su periodo neoclásico, la reinterpretación de los grandes maestros, sus años finales… Picasso regresa al Prado, el museo del que fue nombrado director el 19 de septiembre de 1936 mediante un decreto firmado por Azaña. Aceptó el cargo, pero nunca lo ejerció, ya que jamás volvería a España. Ahora lo hace, y con todos los honores. Recibido como un jefe de Estado en la pinacoteca, cuelga en su galería central, espacio reservado solo para los más grandes de la Historia del Arte. Y él, sin duda, es uno de ellos. El Kunstmuseum de Basilea ha cerrado por trabajos de reforma y ampliación durante poco más de un año y, gracias a un acuerdo con España, ha cedido gratuitamente sus obras maestras al Reina Sofía (166) y al Prado (diez Picassos). El maestro español solo estuvo una vez en su vida en la ciudad suiza: el 7 de septiembre de 1932, camino de Zúrich, donde iba a inaugurar una exposición, hizo un alto en Basilea. Acompañado por su esposa Olga y su hijo Pablo se alojaron en el hotel Les trois Rois. Quería ver a Paul Klee, aunque el encuentro no se produjo. La historia de Basilea con Pablo Picasso, de quien atesora una de las mejores colecciones del mundo -más de 300 obras, entre óleos, dibujos y estampas-, es una historia de admiración mutua, de amor correspondido. En el último siglo se han celebrado en esta ciudad más de ochenta exposiciones dedicadas al artista español. En 1947 llegaron al Kuntsmuseum dos obras maestras de Picasso, depositadas por los herederos del coleccionista Rudolf Staechelin, que en 1931 creó una fundación familiar: la Rudolf Staechelin Family Foundation. Según sus estatutos, las obras no se podrían enajenar a menos que uno de sus descendientes sufriera problemas económicos. Pero en 1967, un año crucial en la fiebre picassiana de Basilea, se produjo el accidente de uno de los aviones de Globe Air AG, la compañía de vuelos chárter propiedad de Peter Staechelin, hijo del coleccionista. La empresa se declaró en concurso de acreedores. Sus dueños habían perdido 29 millones de francos suizos. Ello provocó que Peter Staechelin pusiera a la venta dos importantes lienzos: «Los dos hermanos», pintado en verano de 1906 en Gósol, que forma parte de su codiciado periodo rosa; y «Arlequín sentado» (1923), uno de los cuatro retratos que hizo al pintor Jacinto Salvadó vestido con un precioso traje de arlequín que le había regalado Jean Cocteau. Forma parte de su periodo neoclásico, en el que vuelve la mirada a artistas como Ingres. Hubo por ambos cuadros una jugosa oferta, pero los propietarios -un trust familiar- prefirieron ofrecerlos en primer lugar al Cantón de Basilea por 8,4 millones de francos suizos. El Gobierno concedió un crédito extraordinario de 6 millones, aunque para ello convocó previamente un referéndum: los basilienses debían decir si estaban de acuerdo o no con la concesión de dicho crédito. El resultado fue: 54% a favor (32.118 ciudadanos) y 46% en contra (27.190).
«All you need is Pablo» Pero seguían faltando 2,4 millones para que los dos Picassos no salieran de la ciudad. Se consiguieron gracias a una suscripción pública, un pionero crowdfunding cultural, hoy tan en boga. Los ciudadanos se movilizaron bajo el lema «All you need is Pablo» (Todo lo que necesitas es Pablo), en alusión a la canción de los Beatles «All you need is love». Desde su casa de Mougins, un octogenario Picasso siguió con mucho interés los hechos y, conmovido por la movilización ciudadana para «salvar» sus obras, llamó al entonces director del museo, Franz Meyer, para que acudiera a su casa. Le entregó cuatro obras como regalo a la ciudad de Basilea: «Hombre, mujer y niño» (1906), considerada antesala y compendio de gran parte de los paradigmas artísticos de «Las señoritas de Aviñón»; «Venus y amor» -se cree que pudo inspirarse en la «Venus ante el espejo» de Tiziano- y «La pareja» -hay claras alusiones a Rembrandt-, pintadas el 9 y el 10 de junio de 1967, respectivamente, cuando Picasso tenía 86 años; y un boceto a pastel de «Las señoritas de Aviñón» (1907). Las tres primeras, junto a «Los dos hermanos» y «Arlequín sentado», cuelgan en el Prado. La lista de préstamos se completa con las tres primeras adquisiciones picassianas que hizo el museo suizo -«Panes y frutero con fruta sobre una mesa» (1908-9), obra clave de la fase protocubista, comprada en 1951, en la que los personajes sentados en torno a una mesa se metamorfosean en objetos de una naturaleza muerta; «Mujer con sombrero sentada en un sillón» (1941-42), retrato a la manera renacentista de su por entonces amante y musa la pintora y fotógrafa surrealista Dora Maar, la «mujer que llora» del «Guernica»; y «Muchachas a la orilla del Sena, según Courbet» (1950), un homenaje al artista francés- y dos de los cuatro Picassos cubistas que el coleccionista Raoul La Roche donó al museo suizo entre 1952 y 1963: «Mujer con guitarra» (1911-14), estupendo ejemplo de su cubismo sintético; y «El aficionado» (1912). Esta es de tema taurino. Picasso retrató a un aficionado a los toros -él mismo lo era- tras asistir a una corrida en Nimes. En la superficie del lienzo se advierten letras como «Nimes», «Le torero», «Tor»… No fue Picasso la primera opción para esta muestra. Se pensó en Holbein, de quien el Kunstmuseum de Basilea atesora una excepcional colección. Pero como esos cuadros no se prestan nunca, se pensó en otro artista clave de su colección y se escogió a Picasso. Dice el director del Prado, Miguel Zugaza, que han querido corresponder a la generosidad del museo suizo «de forma solemne, recibiendo a los Picassos mayores de Basilea por la puerta grande, en la galería central, en el eje simbólico del museo, como una ofrenda». Y es que, como recuerda Zugaza, «el Prado fue una de las principales cunas artísticas de Picasso. Recorrió de niño con su padre esa galería repleta de obras de los maestros del pasado, los estudió ya como alumno de San Fernando antes de instalarse en Francia y colaboró en su salvaguarda aceptando la simbólica dirección del museo durante los años de la guerra. Como «Los dos hermanos», Picasso vuelve a caminar por el Prado, con una naturalidad pasmosa, como Pablo por su casa». Así es. ¡Qué bien le sienta Picasso al Prado y el Prado a Picasso! Se le nota a gusto entre los genios del Renacimiento y el Barroco españoles e italianos. Allí se mide con los grandes maestros a los que admiró toda su vida en unos juegos de espejos y miradas cruzadas muy interesantes: el cézanniano bodegón «Panes y frutero con fruta sobre una mesa» se mide con «El entierro de Cristo», de Tiziano; el gótico cubismo de «El aficionado», con los Grecos del retablo de María de Aragón; el «Arlequín sentado» medita sobre la historia de «Cristo y el centurión» de Veronés… «Venus y amor» y «La pareja», de su última etapa, custodian a «La familia de Carlos IV», de Goya. No perdió Zugaza la ocasión para reprochar a España no haber tenido el mismo interés que Suiza por representar en sus colecciones a Picasso, «el artista más importante del siglo XX».
«No hay pasado o futuro en el arte» La exposición, que cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid, se completa con la proyección de dos documentales en la Galería Jónica norte de la primera planta. Por un lado, «El misterio Picasso», en el que Clouzot desvela el proceso creativo del artista. Por otro, un documental realizado por el Kunstmuseum de Basilea que cuenta la historia del referéndum de los Picassos a través de sus protagonistas. Habrá una entrada conjunta, al precio de 18 euros, para aquellos que quieran visitar las dos exposiciones con fondos del museo suizo: el Prado y el Reina Sofía. Los conservadores de las distintas escuelas del Prado han querido rendir su particular homenaje a Picasso elaborando las fichas de las diez obras que han sido prestadas por Basilea. El Estado español acordó el año del nacimiento de Picasso, 1881, para dividir sus colecciones entre el Prado y el Reina Sofía. Pese a ello, el primero se resiste a acabar su colección con Sorolla y no con Picasso. Se abortó el intento de recuperar el «Guernica» para sus colecciones y, antes de esta muestra, fueron ya dos las veces que este artista colgó en el museo que le nombró director. En 2004 siete Picassos formaron parte de la exposición «El retrato español» y en 2006 tuvo lugar la muestra «Picasso: tradición y vanguardia», en la que el malagueño se midió con los grandes maestros en el Prado (donde colgó una treintena de obras) y el Reina Sofía. En este caso, los directores de ambos museos se han puesto de acuerdo a la hora de hablar de Picasso para «evitar susceptibilidades». «Se ve muy bien su obra en el Prado, donde cierra la historia que cuenta este museo. También Picasso abre la que cuenta el Reina Sofía». «Para mí no hay pasado o futuro en el arte -decía Pablo Picasso-. Si una obra no puede vivir siempre en el presente, no debe ser tenida en cuenta». Esta exposición es un buen ejemplo de ello. Solo hay arte con mayúsculas, sin pasado ni futuro, viviendo siempre en el presente. Y en nuestra memoria.

Fuente: ABC

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