Apenas estrenadas sus primeras obras, el compositor Wolfgang Rihm (Karlsruhe, 1952) ya se había convertido en alguien imprescindible en el mundo musical contemporáneo. El Festival de Salzburgo lo ha reconocido en varias ocasiones: se han celebrado conciertos y ciclos dedicados a su obra, además del encargo y estreno de la ópera «Dyonisios» (2010). En la actual edición, bajo el argumento del choque de intereses (maestros y sirvientes, poder e impotencia, opresión y protesta), se repone el drama musical «La conquista de México», en el que Rihm describe el histórico encuentro de Hernán Cortés y Moctezuma, conflicto entre civilizaciones, retahíla de incomprensiones, vejación y muerte. Hace dos años se vio en el Teatro Real, que ahora ha colaborado con Salzburgo enviando la grabación de las partes corales. La emisión desde los rincones más insospechados de la Felsenreitschule es un elemento indispensable en el entramado de una producción que alcanza lo extraordinario. La cotidianeidad teatral de Rihm es obvia, no tanto por la abundancia de obras escénicas en su catálogo, sino por la naturalidad con la que muchos intérpretes participan de ella. El director musical Ingo Metzmacher fue el responsable del estreno de «La conquista» en 1992 y de otras versiones, si bien reconoce que nunca había disfrutado de las condiciones que le ofrece Salzburgo. La calidad acústica de espacio es una formidable caja de resonancia para los instrumentistas de la ORF Radio-Symphonieorchester Wien colocados, a su vez, en el foso y en otros lugares del perímetro de la sala. Nadie escapa al gesto parco e impecable de Metzmacher, a una expresividad que trasciende lo visceral, que ya sería mucho, para convertirse en una forma de agitación. Se suma a ello el trabajo de la soprano Angela Denoke y el barítono Bo Skovhus. Es difícil imaginar otra opción, por el encaje vocal y por la visceralidad con la que resuelven la compleja interpretación que propone Peter Konwitschny. Podría parecer una simpleza la conversión de Moctezuma y Cortés en un matrimonio mal avenido, por cuanto la dualidad femenina-masculino es algo explícito en la propia obra. Pero la lectura de Konwitschny actúa desde estadios más profundos enmarcada por una realización técnica impecable de la que no es ajeno el ritmo escénico pegado como una segunda piel a la música y una muy personal transcripción del «teatro de la crueldad» de Artaud, a quien el propio Rihm toma como principio de su obra. Del foso salen y en él se refugian los cuatro solistas que en la partitura son eco, prolongación o reverberación de la voz de los protagonistas. Rodean a estos un coro de voyers que colabora a enmarcar la cruel explicitud de una relación que trasciende lo sadomasoquista y acaba por matar a Cortés como expiración de la behetría. Mientras, en el apartamento construido sobre un cementerio de coches destartalados, se suceden momentos culminantes. El más sublime, el más tenso, quizá sea el parto de Moctezuma. De una camada de tabletas surge, según se muestra en el escenario convertido pantalla gigante, un desfile de imágenes con videojuegos: el acceso, por fin, a un tiempo de virtual incomunicación.
Fuente: ABC