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Genín Andrada retrata el mito de Vulcano en una exposición de fotos barrocas

A mediados de los noventa, ya como fotógrafo profesional, se recorrió medio mundo por encargo de National Geographic y otras editoriales y más allá de los temas del momento, en su cámara siempre traía fotos propias con esa atmósfera mitológica. El cuerpo y el trabajo como expresión artística. Cuando se topó con los operarios de una destilería de México tratando el tequila no puedo evitar el paralelismo con Montánchez. En Guatemala le deslumbraron los cortadores de caña de azúcar y en Extremadura encontró vulcanos en las almazaras de aceitunas, en los chozos de Alburquerque o en los cortadores de corcho de San Vicente de Alcántara. El rastreo mitológico tan personal se puede ver desde ayer en la sala de la Diputación de Badajoz de la calle Obispo San Juan. De la muestra destaca un políptico que forman seis piezas de tres metros por dos que muestran el interior de los chozos de paja de la Raya en el que vivían pastores. «Es un trabajo más sugerente que evidente», explica el autor. Andrada también se ha preocupado por facilitar el diálogo entre las más de treinta fotos que integran la presentación. Cuesta encontrar más de tres del mismo tamaño. Hay algunas de un metro cuadrado y otras de 13 centímetros por 18. Cada una tiene su propio espacio y hay una armonía en el conjunto. Andrada cuenta que ahora su vida tiene poco que ver con la de los noventa. La financiación de las editoriales a fotógrafos para grandes proyectos de viajes forma parte del pasado. «Todos nacemos con una bandera que pertenece a nuestra generación, que en realidad es tu identidad. Yo no digo que mi mundo profesional de aquella época sea mejor que éste, era mi mundo y era en el que me hubiera gustado seguir viviendo, pero acepto los nuevos cambios». A sus 52 años, lleva media vida atrapado por la fotografía. Empezó a los veinte como profesional, siempre tentado por la pintura, en la cámara encontró como justificar lo que no podía hacer con el pincel. Tras pasar algún tiempo como fotógrafo en Extremadura, se mudó a Madrid y halló el Museo de El Prado. «Mi gran contenedor de ideas, descubrí lo que es la luz, los colores, el volumen y esa fue mi formación». El barroco está muy presente en todo su trabajo. El rojo y el negro son dos colores básicos en su obra. «Uno es la pasión y el otro el misterio y la sugerencia». Con esta paleta ha conseguido una personalidad propia. «Es como un sello, hay gente que por los tonos y los colores puede intuir que se trata de una foto mía». Ahora espera que parte del público que pase hasta el 12 de diciembre por la Diputación se identifique con algunos de los personajes de las fotos y recuerden su infancia y sus pueblos. «Estoy muy de acuerdo con Luis Landero, son seres que corresponden a otro tiempo y otro lugar. Pertenecen al pasado, pero se recordarán en el futuro».

Fuente: HOY

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