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El himno, como instrumento de identidad de Extremadura

SI preguntásemos a los extremeños cuáles son las referencias que más los vinculan a su tierra, no me extrañaría que el himno de Extremadura se situase a la cabeza de sus preferencias. ¿Quién no se ha emocionado escuchando a los niños de una escuelita rural, a los mayores o a los adolescentes entonando aquello de «nuestras voces se alzan, / nuestros cielos se llenan / de banderas, de banderas / verde, / blanca / y negra». Y es que Extremadura anda escasa de razones y símbolos que faciliten su identidad. Razones de oportunismo político la alejaron de aquellas señas históricas de las que se abusó durante los tiempos del viejo régimen, y así, de forma improvisada, hubo necesidad de reinventarla. Ni los Conquistadores, por la razón indicada, ni Guadalupe, por la indolencia de los extremeños, sirvieron para alimentar nuestra frágil naturaleza identitaria. Así es como surgió, hace treinta años, un nuevo elemento aglutinador: el himno de Extremadura, que ha sido santo y seña del sentimiento regional y ha nutrido la imprecisa personalidad de los extremeños. Dos generaciones al menos se han hermanado entonando la música de Miguel del Barco Gallego y la letra de Rodríguez Pinilla. El caso es que en los estertores de la anterior legislatura, aprisa y corriendo, la Asamblea de Extremadura tomó el acuerdo de hacer una nueva grabación del himno limpiando los estragos del tiempo y presentando nuevas versiones -coro, bandas, incluso flamenco-respetando la partitura de su compositor. Treinta años es ocasión excelente no sólo para limpiar los sonidos, sino para ahondar en los sentimientos y en las oportunidades de futuro. La música, al fin y al cabo, es un buen elemento para equiparse para las batallas de futuro que Extremadura necesita. El progreso de la región va a seguir necesitando mucha cohesión, muchos ingredientes identitarios, fuertes y emotivos, para afrontar el reto de construir una sociedad, económica y socialmente sostenible. Los terribles sucesos terroristas de París han dado prueba del poder de cohesión del himno nacional por antonomasia, la Marsellesa. Nadie dudará de que la identidad y la cohesión social se logra y se facilita a través de las emociones. Imposible construir una región o cohesionar un territorio, y menos el extremeño, solo a través de la razón. Así lo entendieron a la perfección los grupos políticos extremeños cuando, en 1985, acordaron por unanimidad encargar a un joven, pero ya prestigioso extremeño de la diáspora, componer el himno de su tierra. Y miren por dónde, como homenaje involuntario a la «otra» Extremadura, la de la emigración, la música del himno nació, como tantas otras cosas, fuera. Esa música que nos emociona y nos identifica surgió en un tren en el itinerario Madrid-León, cuando Miguel del Barco se trasladaba a la capital del reino que alumbró en buena parte a Extremadura para asistir a un congreso de organistas. El encargo ha surtido efecto y ahora, a treinta años vista, Extremadura continúa necesitando de mucha inteligencia emotiva para construir un futuro más sólido y de progreso. Extremadura ha maltratado su legado histórico musical y sus instituciones culturales apenas se ocupan de dar valor a aquellos personajes que han puesto su nombre en la historia musical de España. ¿Cuántas veces las instituciones han apoyado la interpretación de las partituras de Juan Vásquez o de Hernando Franco? Todavía no me he repuesto del pasmo cuando descubrí que la responsable de la promoción de la música en la región desconocía el nombre de Marcos Durán, el primer tratadista de música en castellano a finales del siglo XV, o que en una iglesia extremeña existiera el órgano probablemente más antiguo de la Península ibérica. ¿Quién se ocupa de reparar el olvido en que permanece la figura singular de Cristóbal Oudrid? ¿Y de Esteban Sánchez? ¿Reconocen los extremeños los esfuerzos casi heroicos que hacen gentes como Alonso Gómez Gallego al cargo del 'Coro Amadeus', Miguel del Barco Díaz inventando conjuntos y coros de instrumentos antiguos, o aquellas semanas musicales que capitaneaba Pilar Barrios, o los esfuerzos para subsistir del 'ensamble' que dirige Pascual Climent Mata, todos ellos, sin apenas medios, sacrificando tiempo y dinero? ¿Saben los extremeños que su riquísimo patrimonio organístico está arrumbado, ni siquiera catalogado, sumido en el más completo descuido y desinterés? Y no es lo menos relevante el hecho de que se haya tardado más de 28 años en otorgar la Medalla de Extremadura, que con tanta prodigalidad se ha concedido, al inventor de la música del himno. La música en Extremadura no es solo, ni principalmente, el 'redoble' o el 'candil', ni siquiera su himno. Son también los autores de partituras que se interpretan y se graban en grandes conciertos fuera de la región. ¿Conocen nuestros gestores culturales el amplísimo, estupendo, repertorio compuesto por el autor del himno de Extremadura: conciertos, música de cámara, para órgano, oberturas, fantasías, recreaciones orquestales del folklore extremeño, etc.? ¿No es éste el momento oportuno en los nuevos tiempos de gestión cultural de recuperar para la región la música de Miguel del Barco Gallego, un compositor de enorme prestigio, no sólo catedrático e intérprete de órgano y director histórico del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid? Han pasado treinta años desde que sonó por vez primera el himno. El tiempo ha demostrado que es hoy el elemento más poderoso para identificarnos a los extremeños. ¡Qué lástima de ocasión perdida de haber conmemorado la feliz idea y la espléndida realización del himno probablemente más atrayente de los que surgieron al calor del estado de las Autonomías!

Fuente: HOY

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