En las aulas de la Institución Libre de Enseñanza no había libros de texto ni tampoco exámenes. Sí había por contra grandes ventanas con vistas al jardín y una obligación muy clara: construir un pensamiento crítico, individual y autónomo. Con esa voluntad nació a finales del XIX la organización educativa más renovadora de la historia de España, un lugar donde el conocimiento fluía de forma natural y el deporte y la cultura convivían sin mirarse de reojo.
El más famoso rector de la ILE fue Francisco Giner de los Ríos, un hombre de cuya muerte se han cumplido cien años y por eso tanto su fundación como Acción Cultural Española han preparado una muestra por los principales hitos de la organización.
Los orígenes de la Institución Libre de Enseñanza están en la llamada «cuestión universitaria», un proceso por el que Giner de los Ríos y otros tantos catedráticos fueron suspendidos de empleo por pedir algo tan sencillo como la libertad de cátedra: corría el año 1867 y más de la mitad de España era completamente analfabeta. Con la Revolución Gloriosa de 1868 recuperaron su lugar en las aulas pero la Restauración borbónica les volvió a dejar fuera del sistema. Así, de las cenizas de aquella represión nació el deseo de una universidad libre y moderna.
«Los que suscriben -Giner de los Ríos, Nicolás Salmerón o Fernando de Castro, entre otros- declaran su opinión a favor de la libertad de religión y de la igualdad de cultos (…). Y se obligan a constituirse en asociación permanente para defender y propagar estos principios hasta lograr que se realicen en nuestra patria. Madrid. Diciembre de 1868». Este manifiesto con aroma a revancha fue la primera piedra de la Institución Libre de Enseñanza, una forma de entender la docencia que quiso poner a España en igualdad con los países de su entorno.
La Edad de Plata
Siete años después de lo que parecía un triste pacto entre caballeros nació la ILE, el entorno en el que encontró inspiración la Edad de Plata de nuestra Cultura. Por allí desfilaron de una u otra forma cuatro de los ocho premios Nobel que tiene España: Ramón y Cajal, Severo Ochoa, Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre. El ambiente que se encontraron no tenía nada que ver con la escuela tradicional; no había libros de texto ni clases magistrales: «Giner defendía que la educación no era solo instruir y acumular conocimientos», explica José García-Velasco, comisario de la exposición. «Lo cual no significa que acumular conocimientos fuera malo. Significaba que la prioridad era educar y formar ciudadanos de una forma integral».
A los alumnos célebres se unieron con el paso del tiempo conferenciantes de lujo como Howard Carter, descubridor de la tumba de Tutankamón, o Albert Einstein, que explicó su Teoría de la Relatividad a los alumnos de la Residencia de Estudiantes.
El proyecto educativo de Giner de los Ríos no tenía parangón en España. Él defendía que un día de campo valía mucho más que un día de clase y peleó con todos los poderes públicos a su alcance para erradicar los exámenes. El malagueño fue de los primeros en instaurar la evaluación continua. «Si veis en la escuela niños quietos, callados, que ni ríen ni alborotan es que están muertos: enterradlos —decía—. Transformad esas antiguas aulas: suprimid el estrado y la cátedra del maestro. En torno al profesor, un círculo poco numeroso de escolares activos, que piensan, que hablan, que disputan, que se mueven, que están “vivos” en suma, y cuya fantasía se ennoblece con la idea de una colaboración en la obra del maestro».
Después de Giner
En 1915 murió el célebre pedagogo pero la institución siguió creciendo. Decía Ortega que seguir a Giner era seguir hacia delante y por eso consolidaron otras instituciones como la Residencia de Señoritas, que pretendía la igualdad educativa y profesional entre hombres y mujeres. Casi nada. El proyecto educativo de la Institución era tan ambicioso, tan rompedor, que con el tiempo se ganó el rechazo de los sectores más conservadores de la sociedad: «Hay que pasar por las armas a la señora institución», rezaba un artículo de ideología franquista.
Llegó la dictadura y los peores presagios se cumplieron. Lo que nació en un folio manuscrito murió con poco menos que un telegrama, una especie de postal (presente en la exposición) con la que la Falange ponía fin a más de 60 años de evolución educativa.
¿Qué habría sido de España de haber seguido activa la Institución Libre de Enseñanza? «Habrían salido promociones y promociones de maestros», valora el comisario de la muestra. «El desarrollo de España habría sido muy distinto y habría estado a la cabeza de los países de su entorno porque la masa crítica que había era bestial. Uno de los objetivos de la depuración a pequeña escala fueron los maestros. Persiguieron a los maestros en todas partes. La dictadura se dio un tiro en el pie porque se produjo un retroceso de décadas en la capacitación en los españoles».
Fuente: ABC