Este completo conjunto revela la vida de los poblados en la Edad del Hierro. Ubicado en Botija y en Plasezuela, su protección se amplía a terrenos de Cáceres Cómo era la vida hace 2.400 años en los actuales territorios cacereños? ¿De qué modo se organizaban y defendían los pobladores en la II Edad del Hierro? ¿Qué se sabe de su organización? ¿Dónde ubicaban sus asentamientos? ¿Cómo entendían la muerte? ¿Cuáles era sus rituales? Aunque desconocido por muchos, la provincia cacereña alberga uno de los conjuntos arqueológicos más completos y de mayor interés para entender los poblados fortificados conocidos como castros, que centrarían la forma de vida de los vettones. Datado en el siglo IV a.C., el yacimiento de Villasviejas del Tamuja junto con sus necrópolis de El Mercadillo, El Romazal I y el Romazal II están en trámites para su declaración como Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de zona arqueológica. Su importancia histórica, sus características constructivas y los objetos hallados en las excavaciones motivaron una resolución de la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Extremadura el 13 de mayo de 2015, que el pasado 11 de febrero se publicó en el Boletín Oficial del Estado y que supone la apertura del expediente para convertir el conjunto en BIC. De este modo se pretende no sólo la protección de los restos sino del paisaje circundante para preservarlo de edificaciones y otras acciones que puedan impedir su visualización. Abarca una amplia zona de los términos de Botija (Villasviejas y El Mercadillo), Plasenzuela (El Romazal I y El Romazal II), y algunos terrenos de Cáceres. Los castros se asentaban en lugares estratégicos y se protegían con murallas. Villasviejas se ubicó en la Sierra de Montánchez y Tamuja, en un paisaje adehesado de la penillanura pizarrosa, no excesivamente alto pero sí cobijado por los meandros encajonados del río Tamuja. Aunque ya hubo presencia humana en la Prehistoria (se han hallado puntas de palmela, núcleos de talla lítica...), fue en la Edad del Hierro cuando se formó este conjunto que debió de controlar la producción minera de la zona y otros asentamientos menores como El Cerro del Tamuja (Cáceres) y el Cerro Castrejón (Plasenzuela). Sus funciones centralizadoras de la minería del territorio y la posible acuñación de monedas le convirtieron en una plaza fuerte. También hay muestras de un posible traslado de población desde la Celtiberia hasta Villasviejas, con el fin de trabajar en las minas, lo que explicaría las influencias en el armamento aparecido en las necrópolis y la epigrafía de tipo celtibérico en algunos recipientes cerámicos. Además, probablemente sirvió como lugar de acantonamiento de tropas durante la conquista romana y las guerras civiles, siendo tal vez una de las castra contributa de Norba Caesarina. El yacimiento fue descubierto por Marcial Calzado y estudiado por la investigadora Francisca Hernández (Universidad Complutense) con sucesivas excavaciones entre 1968 y 1990. En realidad, el castro consta de dos recintos fortificados en sendas lomas junto al Tamuja. El llamado 'Recinto A' fue protegido con una muralla en la casi totalidad de su perímetro, de pizarra en las zonas más seguras y de granito en las más expuestas, alcanzando hasta cuatro metros. Se complementaba con fosos y torreones como el del ángulo sureste, una gran estructura que no conserva todo su volumen porque sirvió de cantera para la construcción del Ayuntamiento de Botija en la década de los 50. El 'Recinto B' tiene la muralla casi perdida y se localizan restos de torreones defensivos. RITUALES FUNERARIOS En cuanto a las necrópolis, se han excavado decenas de enterramientos de cremación. El ritual característico era la deposición de los restos en una urna junto a elementos del ajuar. La de El Mercadillo parece la más antigua (s. IV a.C), mientras que El Romazal I se sitúa a finales de la vida del poblado (siglo II-I a.C). Los objetos hallados informan de las creencias, organización social e influencias de los pobladores. La mayor presencia de armas y el tipo de éstas evidencian las influencias célticas de la meseta. Entre los hallazgos destaca la Frontalera de El Romazal, una pieza decorativa ecuestre de la que solo se han descubierto cuatro en la Península, y únicamente ésta en un contexto arqueológico. Junto a ella aparecieron otros objetos relacionados con el ajuar personal de un guerrero vettón: un bocado de hierro y bronce, un cuchillo afalcatado y restos de su vaina, dos estrígilos o espátulas para cuidado personal. Estos elementos muestran los cambios que se produjeron en el mundo vettón con la llegada de los romanos, iniciando un proceso que culminaría con el abandono de los castros en favor de colonias más adaptadas a la economía y sociedad romanas.
Fuente: El Periódico Extremadura.