Vicente Aleixandre necesitaba amar y ser amado. Por eso decía que «amo con frenesí, con inmenso deseo de sacrificio, de dedicación, de dar mi sangre y mi vida». El contenido de su corazón incluso se filtró en buena parte de su producción literaria, hasta el punto de que su yo poético se fundía con su propio yo.
Todo eso queda patente en la biografía que Emilio Calderón ha escrito sobre el Premio Nobel de Literatura y que obtuvo el II Premio Stella Maris de Biografías y Memorias. «Vicente Aleixandre. La memoria de un hombre está en sus besos», que llega la próxima semana a las librerías, documenta la vida y la obra del autor de «Espadas como labios», siendo especialmente significativos los nuevos datos sobre sus relaciones sentimentales, algunas de ellas fundamentales para entender su producción literaria. Calderón, en una laboriosa investigación, acaba con varios tabúes sobre el escritor, entre ellos, su relación con Carlos Bousoño.
El biógrafo ha podido acceder a la correspondencia hasta ahora inédita que Aleixandre mantuvo con Carlos Bousoño. En ella para nada oculta el tono de lo que evidentemente era algo más que una amistad. Bousoño, quien falleció el pasado 24 de octubre a los 92 años, fue una de las principales relaciones sentimentales de Aleixandre, que debió iniciarse probablemente a principios de 1948, aunque ambos se conocían de años atrás.
La vecina de velintonia
La relación siempre fue conocida por aquellos que formaban parte del círculo más íntimo, del poeta, como Carmen Conde, que vivía en el piso de arriba de la mítica residencia de la calle Velintonia, la hoy abandonada casa de Aleixandre. Ella misma anotó este hecho en sus diarios personales el 16 de marzo de 1949. En estas agendas tampoco faltan los reproches hacia Aleixandre o la desconfianza hacia Bousoño, Carlitos para la escritora. Véase, por ejemplo, lo que escribió la académica el 8 de julio de 1950: «Cena en Mariano, con Vicente y Conchita. La comida de fin de curso que todos los años da Amanda [Junquera]. El padre de Carlitos viene y quiere que su hijo vaya con él a Europa, en coche..., y Vicente se prepara a que le lleven a él, o a ellos dos hermanos, también. –Lo de siempre: habilidad, economía, ¡y el chico en la mano!». Conde llegó incluso a sopesar la idea de dedicarle un libro a Aleixandre, proyecto del que solamente parece ser que escribió un índice. El capítulo número 10 debía titularse «Se define un muchacho: Carlos Bousoño».
Gil de Biedma, testigo
Carmen Conde no fue la única testigo de aquella relación. Uno de los grandes admiradores literarios de Aleixandre, Jaime Gil de Biedma, adelantó un día su visita al domicilio de Velintonia. Para su sorpresa, fue el mismísimo Bousoño quien abrió en albornoz la puerta.
Las cartas recogidas por Calderón nos ilustran que Bousoño, además de amante, fue el receptor de las confidencias de Aleixandre. En este sentido, se sabe que existen misivas en las que el autor de «La destrucción o el amor» le hace partícipe de otras relaciones. Es el caso, por ejemplo, de la que redacta el 7 de julio de 1945, desde Vistalegre, donde le habla de Clara, la «niña rubia» que inspiró «Historia del corazón»: «Porque a ti puedo hablarte de Clara. He sufrido un engaño, y es que creí que aquí sufriría menos del mal de ausencia [...]. Sufro tanto que resulta que estoy un poco enfermo». Ese tono contrasta con el del epistolario que mantiene en la misma época con su buen amigo José Luis Cano, a quien le afirma, en referencia a Clara, que «pienso cómo amé a la rubia, preciosa, bellísima niña cuyo nombre no he puesto aquí. Y tengo sin embargo conciencia de que amo más a mi tremendo amor de hoy. Amo como no amé nunca».
Porque Aleixandre se volcaba cuando amaba. Eso es algo que no puede evitar reprimir cuando se pone en contacto con Bousoño. Así lo demuestra el 24 de marzo de 1948 cuando le dice «Carlitines: qué gusto, voy a escribirte como me de la gana. Libertad: diosa mía. Acabo de recibir tu carta hermosa: dulce, alegre, fresca. Una pura delicia. Ah malísimo: lo que me has dicho [y cantado con tus versos]. Qué chispeante eres, chiquillo. [Borro eso, que era un piropo]. Da gusto decir eso: “piropo”. Me da la gana de decirlo. A Carlitos le digo eso, y mucho más. Porque es guapísimo [¡mentira!] y porque le adoro, y porque es mío y me lo como a amor. A AMOR, qué gusto escribirlo con todas sus letras, y no llamarlo filosofía ni eufemístico circunloquio que le estrujan a uno el alma y le hacen a uno polvo. Pues sí: Te Amo ¿Ves? Lo he dicho y no se ha hundido el firmamento. Soy feliz. Estoy como el nadador por el agua, por el cielo. Carlitos: vente conmigo y vámonos... “a Sevilla por amor”. A donde sea». En la misma carta, el poeta apunta «ay, cómo me desencadeno cuando te amo [que quiere decir a toda hora]».
Volviendo a Bousoño, de la correspondencia, como apunta Calderón en su ensayo, se sabe que le comentó a su amigo Francisco Brines que estaba formada por unas sesenta cartas de amor, pero nunca habían visto la luz hasta ahora. El biógrafo ha tenido acceso a algunos de estos documentos, hoy guardados entre los numerosísimos papeles que Bousoño atesoraba relacionados con el Premio Nobel, entre ellos, su archivo personal, el mismo que trató de vender en octubre de 2007 junto con su esposa Ruth Crespo por unos cinco millones de euros a la Junta de Andalucía y la Diputación de Málaga. Sin embargo, la sobrina y heredera del poeta, Amaya Aleixandre, reclamó el legado de su tío, llevando a los Bousoño a los tribunales. Finalmente, el Supremo sentenció en enero de 2014 que los papeles eran propiedad de quien los había tenido siempre. No se conoce cuál será el destino definitivo de todo este fondo, probablemente uno de los más importantes de la literatura española en manos privadas.
Algunas de las cartas
7 de julio de 1945. «Querido Carlitos, sólo recibir tus cartas y escribirte es mi alegría. Porque a ti puedo hablarte de Clara. He sufrido un engaño, y es que creí que aquí sufriría menos del mal de ausencia [...]. Sufro tanto que resulta que estoy un poco enfermo. No digiero, duermo mal y me he desmejorado. En Madrid tenía a José Luis, al menos, con quien me desahogaba; aquí estoy absolutamente solo y no puedo sacar mi alma un poco a [la luz]. Como consecuencia no duermo, y al mismo tiempo no tengo ganas de comer, y tampoco digiero. Mi hermana está preocupada conmigo. Pero tú no te preocupes conmigo, porque creo que lo físico pasará, aunque lo moral no pueda pasar hasta octubre».
«Te haré la cuartilla de biografía, y esa otra que quieres sobre Pasión de la tierra; de la biografía ya he empezado esta tarde y te la mandaré en mi próxima carta, que será enseguida. ¡Qué lástima no poder decir algunas cosas! En broma, se me ocurriría escribir: “de otros datos de mi vida íntima no existe, por el momento, documentación accesible. Hemos pretendido alguna declaración directa del poeta; pero éste nos ha remitido a las memorias que está escribiendo y que anuncia para después de su muerte. Cuando hemos insistido en solicitar algún adelanto sobre su contenido, se ha sonreído ofreciéndonos mostrarnos depositarios o testamentarios de sus papeles”. ¿Qué dirá la gente?».
Marzo 1948
«Otro día. Otro día hacia ti. Qué impaciente estoy. Esperándote te escribo. Qué bonito estás Carlitines. Qué guapo y dulce para mi amor. Has entrado en mi cuarto; es de noche, como cuando cenaste aquí y nos vinimos a esta habitación, y yo me acosté y tú sentado en el borde de la cama reclinaste tu cabeza de niño sobre mi pecho. ¿Te acuerdas? ¡Cómo nos mirábamos! Yo creo que fue el día más feliz de mi vida, aunque el día de nuestro desposorio fue aún más por ser el más sagrado. ¡Qué verdadera mística es el amor! ¿Te acuerdas de aquellas horas, en el cuarto, mirándonos, besándote, sonriéndonos, fundiéndonos?
«El amante, el amado [qué graciosa palabra] es entonces eso: pedazo de cielo arrojado a los brazos de su amor para su con-fusión y su gloria. [¿Quién sabe lo que es gloria, divinidad [sí, divinidad], si no sabe lo que es estar enamorado y tener para él al ser entero que nos enloquece? Yo sé que mi capacidad de amor es inmensa y toda se desencadena para mi Carlitos. Para mi chiquillo. Chiquillo mío, te amo. Te amo: qué hermoso decirlo así, libre, feraz, reidor, latidor. Agresor también [...]».
«Oye, Carlitines [qué precioso nombre, Carlitos, niño mío, mi amor, mi dicha, mi locura, mi único destino]. Te querré hasta la muerte. Tú, español mío, chiquillo mío, no te irás nunca. ¿Verdad que nunca? ¿Verdad que no nos separaremos jamás?»
«El otro día estaba yo arriba con [nombre ilegible] y Carmen y Amanda. Aquél me preguntó “¿Tienes algo en preparación?”. Y yo contesté “Un libro de poemas amorosos”. Amanda y Carmen supieron. Tienen gran curiosidad... pero ni me piden que les lea nada. Cuando lean el poema con pausa, dirán: “Malísimo Carlitos” que “no le ama”. Pero yo las tranquilizaría diciéndoles: “Me ama... y le amo. Nos amamos. Nos amaremos [...]”.»
Poema inédito sin fecha dirigido a Bousoño
Bésame en la boca, me dijo el faraón
y yo le di mi cuerpo de varón
Ah, malo,
es un palo,
me dije después.
Qué talle más duro:
es un puro
ciprés.
Un detalle: el beso
era tan mojado
que había que pedir un paraguas.
“¿Me quieres?”, me dijo.
“Hombre, como a un hijo
no hay inconveniente”.
“Pero entonces, fijo,
quiéreme Vicente.
Pero no le quise. Sólo le di por...
fin amablemente
gracias por su amor.
Fuente: La Razón