Hay unos 6.600 kilómetros desde el Art Institute de Chicago hasta el Museo Van Gogh de Amsterdam. Y alrededor de 1.300 desde la capital de los Países Bajos hasta la Galería de los Uffizi en Florencia. Esas son las distancias que separan a Edward Hopper de Vicent Van Gogh; y al genio holandés de “El nacimiento de Venus” pintado por Sandro Botticelli. Imposible ver en un mismo día la icónica esquina del Grenwich Village de Manhattan que Hopper pintó en “Nighthawks” (tan reconocible gracias al cine y a la televisión que, incluso sin saber el nombre del artista, cualquiera puede revivir el lugar) y fascinarse con el amarillo de “Los girasoles” (“Ahora tenemos un calor magnífico e intenso y no corre nada de viento, es lo adecuado para mí. Un sol, una luz que, a falta de un calificativo mejor, sólo puedo definir con amarillo, un pálido amarillo azufre, un amarillo limón pálido. ¡Qué hermoso es el amarillo!”, escribió Vicent a su hermano Theo). Mucho menos dejarse subyugar por la precisión y armonía renacentista de una de las más grandes obras del Quattrocento.
Son sólo tres ejemplos, pero se podrían poner muchos más en este atlas figurado. Podríamos hablar de la fiereza colorista de Frida Khalo, del urbanismo radical de Banksy, de la melancolía de Paul Cezánne o de la genialidad incontestable de Francisco de Goya. Todos ellos están tan cerca como el monitor de un ordenador. Tan cerca que puedes pegar tu nariz a muchos de sus cuadros hasta apreciar los trazos, incluso las dudas retocadas, ver las pinceladas y recrearte en la forma de la firma del autor, intentando adivinar en su grafía algo de las musas o los demonios que animaron su genio. Están así de cerca gracias al Google Cultural Institute, un proyecto del gigante tecnológico, cuya misión, según Laurent Gaveau, su máximo responsable, es tan ambiciosa como “hacer accesible la cultural mundial para todo el mundo en cualquier parte”.
Por diversidad y amplitud, el radio de acción del Google Cultural Institute es casi inabarcable, porque propicia colaboraciones con multitud de instituciones, centros de arte, organismos educativos, curadores y artistas. Dentro de este abanico, destaca la digitalización recogida con cámaras de alta resolución de miles de obras de algunos de los más grandes creadores de la historia. Esto convierte Google Arts and Culture en la galería más grande e importante del mundo. Por supuesto, asegura Gaveau, no hay nada que pueda sustituir la experiencia de enfrentarse en vivo a una obra maestra, pero hay mucha gente que jamás tendrá esa oportunidad. Gracias a Internet, sin embargo, podrán acceder a estos fondos con una calidad imposible de imaginar hasta ahora.
Una de las iniciativas que más ha llamado la atención del Cultural Institute son las Google cardboard, nacidas en su laboratorio. Estas gafas fabricadas con algo tan sencillo como un kit de cartón, se convierten en un dispositivo de realidad virtual con cualquier teléfono android. Económicas y versátiles, las aplicaciones para las cardboard crecen constantemente y ya han demostrado su utilidad como herramienta educativa. “Estamos sólo al comienzo de esta historia, asegura Laurant Gaveau, y lo mejor de este proyecto es que todas las líneas maestras y la forma de trabajo está marcada por expertos del ecosistema cultural. Así que ellos nos dirán qué es lo siguiente”.
Fuente: El País