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Mary Beard: «Roma nos da respuestas, pero no sirve para adivinar el futuro»

La historiadora y catedrática de Cambridge recogerá el día 21 su premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales. Acaba de publicar su maravillosa historia de Roma, «SPQR» (Crítica) No hay película sobre la Roma antigua más divertida que una conversación con Mary Beard. La catedrática de Cambridge, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, que recogerá dentro de dos semanas en Oviedo, ha pasado por Madrid esta semana. Lo conoce todo de Roma pero nos habla, como solo ella sabe hacerlo, de problemas muy actuales, como la inmigración, el urbanismo, la política y la vida de las mujeres. Sabe que nos vemos reflejados en los sueños y los fracasos cotidianos de aquellos romanos, a menudo brutales, que ella tutea. Y espolea nuestra imaginación, como en «SPQR», su último libro (Crítica). Pero nos advierte contra quienes quieren leer en la historia de Roma su propio destino. —¿Por qué estamos tan fascinados con Roma? ¿Es un modelo para nosotros?
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inRead invented by Teads Primero por geografía. Vivimos con los restos de Roma, da igual en España, Gran Bretaña o el norte de África. Luego están sus debates, los derechos de ciudadanía y sus conflictos políticos. Incluso la palabra libertad te lleva a Roma. Cómo asegurar la libertad de las personas es una parte seria de la política de Roma y está incrustada en nuestro discurso político. A la vez es divertido y mítico y fantástico, porque los romanos han llegado a representar para nosotros algo más grande que la vida, lujo y brutalidad. Nos vemos reflejados en ellos pero nos reconocemos a medias. Los gladiadores nos hacen pensar si seremos igual de brutales en el boxeo o el toreo. Y todo esto antes de entrar en la literatura romana, que es fabulosa: no vas a entender a Dante a no ser que sepas sobre Virgilio. Así que la cuestión es: ¿quién podría resistirse a los romanos? —¿No se harta de hablar de Julio César, de contar su muerte una y otra vez? ¿No es casi como apuñalarle? ¿Por qué es tan importante? —Shakespeare, obviamente, ayudó. Me gusta esa idea de que le apuñalamos constantemente al relatarlo. Su muerte shakespeariana se ha convertido en la plantilla, el molde de un asesinato político. Es la manera más cruda de asesinato pero también porque políticamente es un ejemplo de la futilidad. ¿Por qué le asesinaron, a fin de cuentas? Para frenar la dictadura, el control del poder en manos de un solo hombre. ¿Y qué consiguieron? —El Imperio. —Claro. He ahí el molde. El dictador asesinado por sus amigos se repite en otros muchos asesinatos políticos de la historia, todos igual de fútiles. —Usted relaciona la de César con la muerte de Remo a manos de Rómulo, como si ambos crímenes formaran un terrible retrato de Roma. —Puedes encontrar en varias culturas el mito de un hermano matando a otro hermano, pero en Roma hay algo específico, político, que va más allá. Los romanos se vieron a sí mismos como una cultura que siempre estaría bajo la sombra del fratricidio. Les gustaba el mito. Les explicaba por qué siempre estaría incrustada en su sociedad la guerra civil. —Nada que ver con Atenas, ¿no? —En Atenas todo el mundo es muy feliz y el primer olivo surge mágicamente de la tierra. En Roma está primero el fratricidio. Después llegan los primeros ciudadanos, cualquiera podía venir a habitarla, lo mismo un esclavo huido o un criminal de cualquier lugar. Y justo después la banda de criminales planea el rapto de las mujeres sabinas, lo cual significa que las esposas son violadas. ¿Qué puedes esperar de una ciudad así? Pero los escritores romanos tuvieron mucho interés en debatir y hacerse preguntas sobre si la violación de las sabinas fue una violación o el primer matrimonio romano… ¿Significa que todo matrimonio es también violación, como decían las feministas de los años sesenta? Ellos lo debatían hace dos mil años. —Había mujeres poderosas, matronas que movían hilos en la sombra. —Tal vez eso sea un tanto optimista, pero en cierto sentido tiene razón. El poder de las mujeres de Roma era mucho más grande que el del resto de féminas del mundo entonces. Las mujeres de Roma tenían derechos de propiedad que las británicas no tuvieron hasta la segunda mitad del siglo XIX. No podían votar ni desempeñar cargos políticos, pero lo cierto es que buena parte de la imagen que tenemos es por las especulaciones de los escritores romanos sobre su perfida influencia. Sobre todo la emperatriz Livia, esa mujer que se decía que pasó media vida envenenando a todo el mundo... (ríe, mueve la mano como echando veneno en distintos vasos). —¡Cómo no! Pero esa imagen también es culpa de escritores británicos, sobre todo Robert Graves. —¡Sí! Su afición al veneno es una buena posibilidad. Pero ninguno de nosotros sabremos jamás cómo era Livia. En aquella época era especialmente difícil saber si alguien había muerto envenenado y mucho más difícil saber quién era el responsable. Claro que siempre era más fácil pensar: «¡Ha sido la mujer! Los hombres matan con espadas, derraman sangre; pero las mujeres… (abre mucho los ojos, y se ríe) ellas contaminan lo que comes, cocina pervertida…» —¿Ha cambiado cómo vemos Roma en los últimos cincuenta años? —Mucho. Hay todo tipo de nuevos descubrimientos, gracias a nuevas técnicas. Podemos coger un esqueleto en Gran Bretaña y con el ADN de sus dientes sabemos de dónde proviene. Eso ayuda a trazar las migraciones dentro del imperio. Hemos empezado a ver que había un gran movimiento de población entre los habitantes urbanos, mucho más de lo esperado. Otros materiales antiguos se ven con ojos nuevos, las inscripciones aparecidas en España han contribuido a conocer cómo funcionaba el Senado. —¿Pero nuestra visión de la historia también cambia? —Hacemos preguntas diferentes, porque la historia no va solo de encontrar el pasado, sino que es una conversación con el pasado. A medida que nuestros intereses y preocupaciones cambian, el pasado nos cuenta cosas distintas. Cuando yo era estudiante de la historia romana no importaban las mujeres. La historia de Roma era solo la de los hombres ricos. Ahora nos preguntamos sobre la ciudadanía, la integración, los inmigrantes... —¿Tenemos nostalgia de la unidad que supuso el imperio romano en nuestra civilización desde Carlomagno? —No lo llamaría nostalgia, pero el imperio romano proporciona una manera de pensar, una especie de unidad política y gran movilidad. Imaginamos esa parte «liberal» de Roma. Boris Johnson escribió una vez un libro en el que decía admirar a Roma por este sentido de la Europa unificada. Se llama «El sueño de Roma». Ahora ha debido de cambiar de opinión (se ríe). Sostenía que debíamos tender hacia el mismo lugar. Pensaba que Roma era mejor que la UE, pero ahora... —¿Y qué opina del Muro de Adriano, perdón, quiero decir del Brexit? —(Risas) No hace falta ni que pregunte. Es una decisión colosalmente estúpida. Tenemos que tomarnos en serio el descontento que afloró en las elecciones pero es muy dañino que ese descontento se canalizase para tomar una decisión enteramente irrevocable de esa dimensión. Dentro de doscientos años nos parecerá algo absolutamente tonto. —Visto desde Roma, ¿vivimos nosotros el declive de un imperio? —El Reino Unido lo fue y muchos países europeos también mantuvieron sus imperios. Estoy encantada con el hecho de que cayeran. Creo que Roma es muy útil para nosotros, nos ha ayudado a vernos desde fuera, ver dónde están las raíces, cómo hacemos las cosas. Nos da consciencia y nos hace pensar. ¿Está a punto de caer el imperio americano como el romano? Todos los periodistas me preguntan: ¿Quién sería Trump en la historia de Roma? Y quieren las respuestas. Roma es importante pero no te adivina el futuro. —Sus historias atrapan porque cuenta la vida cotidiana de los romanos. ¿Tenemos los elementos para conocerla o hay parte de imaginación? —Sabemos más de lo que hacían las personas de a pie de lo que nos podemos imaginar. Ya no son todos hombres ricos luchando en el campo de batalla. Conocemos lo que pensaba la gente normal, qué hacía en el lavabo, cómo se comportaba. Pero no se puede ser un historiador de Roma sin añadir algo de imaginación. —¿Piensa a veces si habría decidido lo mismo que un emperador en algún momento dado? —No se puede evitar hacerlo. Da igual lo tozudo o analítico que seas, siempre está esa pregunta latente. Al mismo tiempo lo intentas hacer de un modo muy general. Si dices a los estudiantes: ¿quién querrías haber sido en Roma? Dicen: Julio César, Claudio… Yo les digo: estáis equivocados, seríais esclavos o un campesino pobre con cinco hijos siempre a punto de morir. Así que el objetivo es no dejar de hacer esas identificaciones, pero con un rango más amplio de personas. —Dígame algo relevante de Roma para este mundo tan intolerante. —Veamos... En Pompeya te haces muy consciente de qué es lo que Roma ofrece: mucho más que Grecia, vivir en comunidades urbanas. A Roma la define el urbanismo. Vemos experimentos muy tempranos de cómo vivir. No es tanto sobre individuos sino intentos de organizarse. En nuestras ciudades hoy hay zonas pobres y ricas, hay divisiones, comunidades valladas y chabolas. Está claro que eso no ocurría en Roma, vivían unos junto a los otros. Nos resulta poco familiar. La idea de vivir en una ciudad como esa, con esa geografía social, es interesante para nosotros.
«En Oviedo hablaré sobre las mujeres» —¿Qué es para usted el premio Princesa de Asturias? —Estoy tan emocionada, no me lo creo aún. Tengo ganas de pasar esa semana en Oviedo. Visitaremos villas romanas y museos. ¡Será fabuloso! —¿Sabe de qué hablará? —No voy a hacer spoilers. No he decidido exactamente lo que voy a decir, pero le adelanto que será sobre los romanos y sobre las mujeres. —¿Cómo podían romanizarnos los romanos con tanto éxito? —Pensamos en las carreteras y los edificios cuando hablamos de romanizar. Pero más que eso para la mayoría de la gente lo que pasaba en sus pueblos era lo importante. Una moneda única, la hora única, compartida con personas que vivían a mil millas. Roma es eso y también es el ridículo, enorme acueducto de Segovia, una ciudad pequeñita que no necesitaba algo como eso. —Oiga, que yo soy segoviano y el acueducto es precioso (risas). —Claro, pero no era necesario allí (ríe). Era un alarde, una romanizadora muestra de poder.

Fuente: ABC

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