Si tuviéramos que otorgar un galardón a la institución que más ha remado en la sociedad extremeña en favor de la cultura, sería sin duda el periódico HOY el beneficiario. Tal vez algún licenciado en periodismo acometa un día una tesis doctoral para medir la enjundia que ha supuesto desde el año 1933 la diaria tarea de ilustrar a unos habitantes que al nacer el rotativo eran en gran parte analfabetos. HOY no solo ha ido suministrando información, nuevas ideas o noticias poco conocidas sobre Extremadura, sino que, en solitario o con diversos patrocinios, ha puesto a disposición de los lectores magníficos trabajos como coleccionables. No puedo dejar de referirme a su colaboración para distribuir “Alminar”, ni olvido ediciones como “Espacios naturales protegidos de Extremadura”, “Extremadura un sueño (Guía de alojamientos rurales y balnearios); “Extremadura en todos los sentidos para recorrer…, descubrir y sorprenderse”; “Extremadura Patrimonio de la Humanidad”, “Extremadura. Todo un descubrimiento. Monumentos”; ”La botica de la abuela. Los mejores remedios y recetas”; “Itinerarios y encrucijadas. Calles del viejo Badajoz”; “Cáceres. Guía para la visita a la Ciudad Antigua”… Y no son de menor interés los “Extras de Pueblos”, donde eruditos locales insertan trabajos inéditos sobre valores humanos, históricos o costumbristas.
Es imposible hacer aquí el barrido que sería propio de ese gran intento investigador que queda pendiente. Pero esta tierra ha de agradecer a los distintos grupos empresariales que han sostenido el diario, y a la voluntad por la cultura de sus directores, desde el primero, Santiago Lozano García, hasta el actual Ángel Ortiz; pues todos han apoyado una labor sin tacañería en favor de la difusión cultural. Buena muestra de esa inquietud por el déficit cultural de la región es la Carta del Director firmada por Ortiz y aparecida el pasado día 15 de enero de 2017.
“El secreto del Agua”
Y en una apuesta más por el fomento cultural, ha utilizado, por primera vez, un sello o logo: “Selectos de HOY” para referirse a una obra que ha creído oportuno dar a conocer. Y creo que se ha hecho bien lo hecho, porque es justo dar respaldo a la calidad creativa y también a quienes han servido con larga lealtad y probada constancia en las páginas de opinión. En la historia del diario Tomás Martín Tamayo es la persona que más columnas ha escrito, y eso debe tenerse en cuenta.
La flamante ganadora del Premio Nadal, Care Santos, dice en una entrevista reciente que “escribir novelas es un trabajo de picapedrero”. Antes, Antonio Gala, había dejado dicho que “escribir es un oficio modesto y molesto”. Y yo digo que escribir es como tener en las manos un arado romano. Siempre hay que empujar y solo algunas veces, pocas, se hallan senderos de tierra magra y logras que ese arado que escribe se deslice con especial complacencia y facilidad. Francisco Umbral señalaba que el escritor es “una bestia de carga de la literatura”. Todos coinciden por tanto en que esta tarea es ardua, pero si además uno es bestia provinciana, todavía es más duro el quehacer. Vemos a mediocres autores que son mimados por compañeros de oficio en los platós de tv y en las mesas de redacción de las emisoras. Valgan mucho o poco; “algo hay que hacer por los nuestros” decía con todo descaro un periodista refiriéndose al último título de un amigo. En las provincias es difícil que alguien encargue una obra y menos se puede contar con el respaldo de editoriales punteras, de tal modo que a igual calidad el de provincias pierde. Añadamos a ello que en estas sociedades donde tanto nos conocemos, quedan apelmazadas como rastros de un viejo maleficio esas granzas de envidia removidas por los comentarios de algunos próximos. Por ello hay que valorar más el esfuerzo de una novela como la que hoy me ocupa. Ahí no solo ha de apreciarse la dura brega que ha supuesto escribirla, sino la puntería de la palabra en ella. Acertar con la palabra es algo prodigioso, ya lo avisó con singular ingenio Gómez de la Serna cuando nos dejó escrito que “la palabra no es una etimología sino un puro milagro”.
El cine y la televisión están disuadiendo la sana costumbre de leer. Las últimas estadísticas son una palpable paradoja pues en España cada vez se publica más y cada vez se lee menos. Yo aquí quiero subrayar el gozo inigualable de leer. TMT ha podido escribir una novela importante, y eso no se improvisa jamás. Él es el último columnista en HOY de una época donde otros también militamos, es “el último mohicano de esa tribu”. Y hemos de saber para comprender al autor que el que escribe arrastra en sus nuevas líneas la experiencia y el discurrir mental de lo ya escrito, de tal manera que sin caer en el precipicio atroz del autoplagio, las nuevas letras son acumulativas porque llevan en su genética creadora el kilometraje de todo lo recorrido. Como autor tiene en su biografía una larga caminata, de tal modo que sin ese poso de pretéritas novelas, cuentos y artículos, esta obra no habría sido posible. Necesitaría yo un espacio mayor, que el que aquí generosamente se me concede, para abrir en canal “El secreto del agua”, un texto con mensaje anclado en esta tierra de fronteras, guerras, aventuras increíbles y a un tiempo sendero de caciques y desgracias. En la trastienda de lo que uno lee en el texto de Martín Tamayo, parecen degustarse estampas del disfrute sensual de Reyes Huerta, pero sin caer en el bucólico caldo dulzón cargado de sensualidad del de Campanario. Por otro lado, aunque en un segundo plano, he presentido barruntos de Felipe Trigo y su Jarrapellejos, autor muy bien conocido por TMT del que custodia todos sus libros. Lo cierto es que en esta historia cercana que se nos cuenta, vemos todavía rebufos de aquella sociedad estamental pegada como una lapa al latifundio de la España meridional.
Todo lo que aquí TMT ha escrito tiene la garantía de las vivencias del autor; como profesor, como político vinculado al regionalismo y donde ha censurado el aprovechamiento y la comodidad de algunos militantes que siempre, siempre, tuvieron como lema de sus acciones el pro domo sua. De todo ello nos ha dado muestra en sus columnas retratando frecuentemente a la realidad sociopolítica con sutil ironía. Podrá hallar el lector secuencias del viejo abrazo entre el trono/poder y el altar, o descripciones imaginativas que sorprenden por la agudeza con que enseña con letras la pulcra fotografía: “En uno de sus arrebatos había arañado la pared hasta desprenderse las uñas, que permanecían agarradas por su base como el capó levantado de un coche”. Como esta lograda imagen, muchas otras se ofrecen, apreciándose la profundidad narrativa para descubrir una trama que nos hace participar en el escenario argumental. Tal es así que acabaremos poniendo cara a los protagonistas, olor a la miseria opaca de unos y a la desfachatez con brillantina de otros. Hallaremos tipos de esa postguerra larga, tan nuestra, cuya resaca ha vivido este país como si 1936 fuera un signo de penitencia que ha condicionado más de lo que parece a los hombres y mujeres de las décadas posteriores. El suspense que encierra la novela es traído sin estridencias ni forcejeos, de tal modo que vamos deslizándonos por los párrafos como por una rampa que nos muestra un paisaje físico y humano que va cambiando con impecable naturalidad. Los conocidos protagonistas enlazan con los que van apareciendo en una conciliación argumental llena de naturalidad y sin postizos ni rellenos.
La novela ayudará a las generaciones de jóvenes a completar el esqueleto de hechos históricos con el músculo y nervio de una época que les es ajena. Para los que somos hijos de la postguerra, la obra es, en cierta medida, retazos de un ayer que, a pesar de las adversidades y carencias, no nos dejó huellas graves, ni frustraciones; nos eran desconocidas las depresiones y tampoco había servicios de psicólogos para ayudarnos a achicar los duelos. Al contrario, sobrevivimos a todo y salimos duros y capaces e hicimos del esfuerzo y el afán de superación un lema.
La sorna, la retranca, el humor, el dibujo verosímil de un arco diabólico va en la novela y de hacen bien visibles desde escenas con el olor a hollín de una atmósfera sin ventilación al poder económico perfumado de la beautiful people. En ese recorrido, tanto en lo costumbrista como en el de la ingeniería financiera, el autor se ha documentado y ha unido a su información de primera mano cual conocedor de lo popular, su sagacidad para atrapar modelos de vida privilegiados, expuestos aquí con innegable maestría.
Lamentaría mucho que esta novela no sea valorada debidamente entre los extremeños. Si eso ocurriera se haría otra vez verdad el llamado “Maleficio de Miravete”, donde con mucha frecuencia parece mejor lo de fuera.
Pasen y lean. Los autores podrán resultarnos más o menos simpáticos como personas, pero importa el escritor. Hemos de valorar la obra que es lo que quedará. Yo he disfrutado, me he hecho parte de los personajes, andaba entre ellos, y he dejado el libro inundado de anotaciones y subrayados. A TMT jamás lo vomitará Dios por tibio, como señala el Apocalipsis, por eso su chispa ayuda a aliñar las letras.
En algunas ocasiones las novelas sirven para despertar nuestras propias memorias que yacen dormidas o aletargadas. Con la lectura revivimos el ayer porque volvemos a dejarnos seducir por lo olvidado. Este es el caso.
Feliciano Correa