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Luis Landero: "Cargo la culpa de decepcionar a mi padre"

Al hablar del último libro de Luis Landero, La vida negociable, puede decirse que trata de las andanzas de un peluquero contadas por él mismo y también que es una novela picaresca, dos cosas que, con ser ciertas, no son exactas. Posiblemente defina mucho mejor la obra la imagen de portada, en la que se ve (en blanco y negro) a un hombre sentado sobre unos raíles del tren (el camino) con la cabeza hacia abajo. «Es un hombre hundido, pero volverá a levantarse, a luchar por sus sueños y a negociar a la alta por sus proyectos, aunque vuelva a caerse otra vez», dice Landero.Y es que de eso trata, como en el fondo todas sus novelas, La vida negociable: De no rendirse, de luchar y sobrevivir lo más dignamente posible. Hugo Bayo, el protagonista, nos va contando sus aventuras, desde la adolescencia, en la que aprende a aprovecharse de los secretos y chantajea a sus padres, hasta rozar los 40 años, cuando ejerce de peluquero, un oficio circunstancial y patético para alguien que estaba lleno de ambiciones.«En este sentido», dice Landero, «es un personaje tragicómico. Quería ser actor famoso, aventurero, multimillonario, y después de aspirar a tanto, acaba condenado a trabajar en una peluquería». Quizás por ello, la novela, a pesar de que puede parecer amable o divertida, destila un poso de melancolía. Algo que no le sorprende al escritor, ya que, tantos sus novelas como él mismo tienen un fondo melancólico, que no es algo muy personal, sino una condición propia de la vida.Para Landero, su protagonista es un ventajista que se da cuenta de que vive rodeado de canallas e intenta aprovecharse; un tipo que pierde la inocencia de repente, entra en el mundo adulto y emprende el camino del mal. No se le puede definir como pícaro, en el sentido literario, porque no es pobre ni tiene un camino errante. Y aunque esté escrita en primera persona, como las obras picarescas, el recurso ya lo empleó antes en El guitarrista y en Retrato de un hombre inmaduro.Se podría decir que Hugo Bayo es pariente de Gregorio Elías, protagonista de su primera novela, Juegos de la edad tardía, premio Nacional y de la Crítica en 1990, y así lo señala el propio escritor: «Todos mis personajes tienen un aire de familia. Son soñadores que fracasan, que trapichean con la vida como pueden, ambicionando mucho y estrellándose una y otra vez, pero se levantan y siguen y siguen, y lo siguen intentando, y mantienen el tipo hasta el final».En ese aspecto, Landero se considera cervantino. Sus personajes son como Don Quijote, que recibe palos por todos los lados, pero el caballero sigue a lo suyo, se levanta y sigue soñando y luchando por sus ideales. «Yo creo», dice el escritor, «que la vida es así».A Luis Landero se le ha considerado un narrador cervantino ya desde su primer título. Y algo hay de ello. El Quijote es su libro de cabecera, el que tiene siempre en la mesilla de noche; su lectura le consuela y no se cansa nunca de adentrarse en sus páginas, que a veces lee al azar. «Donde mejor está contado el secreto de la condición humana es en El Quijote, y de un modo enciclopédico», afirma Landero, quien coincide con Antonio Machado en que «leyendo El Quijote tengo la impresión de entenderlo todo de pronto», y con Luis Cernuda, cuando resalta que Don Quijote no se cansa nunca de vivir, «y eso me parece admirable».La vida negociable podría titularse La vida justificable. En la novela, Hugo Bayo intenta, como todos, negociar consigo mismo para paliar su conciencia y justificar sus actos. «En la vida todo es negociable. Se negocia consigo mismo, con los demás, con el partido.., y los creyentes, negocian con Dios la salvación o la inmortalidad en la que creen».Para el escritor se puede negociar a la baja, y conformarse serenamente con lo que uno tiene, o negociar a la alta y seguir soñando. Landero lo hace a la baja en la vida, pero a la alta en la literatura. Y aquí no tiene dudas. «Hay que medirse con los mejores. Cuando tienes vocación, y en mi caso es innegable, hay que aspirar a estar en el grupo de los grandes. Otra cosa es llegar».La vida negociable aparece dos años después de El balcón en invierno, un libro autobiográfico que Landero escribió en un momento en el que estaba saturado de ficción, y le rondaban, desde hacía tiempo, las imágenes de su adolescencia, cuando su familia dejó el pueblo extremeño y se vino a vivir a Madrid, al barrio de la Prosperidad. Al poco tiempo fallece su padre y el joven Landero madura de repente y entra en el mundo adulto. «Cuando murió mi padre algo cambió de un modo brutal en mí, y de pronto cargué con una culpa que, de algún modo sigo cargando, pues yo sé que mi padre se vino a Madrid por mí y sé que le decepcioné. Entonces me di cuenta de que ya no me quedaba tiempo de reparar sus desengaños y las traiciones que le hice».El padre de Landero, que según confiesa es uno de sus motivos de inspiración, aparece en alguna de sus novelas, como Yo, Júpiter o Absolución. También en La vida negociable hay un padre, pero no tiene nada que ver, a pesar de su fijación, con el suyo. «El escritor debe saber cuál es su mundo. Qué es aquello que sólo él puede contar. Eso me parece más importante que escribir mejor o peor».Tras El balcón abierto, el escritor cerró, y cree que para siempre, sus confesiones autobiográficas, pero reconoce que a sus 68 años, y si tiene fuerzas e ilusión, seguirá con la novela.Ahora, jubilado, tras años de dedicación a la enseñanza, primero en un instituto y luego en la Escuela de Arte Dramático, Landero se dedica a leer, escribir y observar la vida a su alrededor y el panorama que nos acecha. Habla de esos políticos de piscifactoria, que tienen un desprecio absoluto por la cultura: «¿Tú crees que Rajoy o Pedro Sánchez habrán leído alguna vez un libro?». Y recuerda el triste destino de España: «Somos una tribu que no hay modo de cohesionar y llevamos cinco siglos intentándolo. Hay motivos para no amar a España, que ha sido gobernada por clérigos, militares y aristócratas, pero hay otros motivos para amarla profundamente: Cervantes, Jovellanos, Machado, Azaña... Para mí, a pesar de esa historia descarriada, a España siempre la llevo en el corazón».El problema de Cataluña lo ve más complicado, y cree que no se solucionará hasta que volvamos a embriagarnos de bienestar y de este modo poder negociar borrachos de prosperidad, ya que, en el fondo, todo se reduce a un asunto económico.

Fuente: EL Mundo

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