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«El monarca de las sombras», el héroe de Ibahernando

Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) ha escrito la novela de su vida. No únicamente porque su historia personal se halle presente (en realidad no ha dejado de estarlo en casi todos sus libros), sino porque difícilmente llegará a escribir una mejor, o una que muestre igual su radicalidad de escritor. De dos cosas termina convencido el lector y las dos son literariamente importantes.

La primera es que solo la ficción puede contar la verdad de las cosas, sometidas a los vaivenes y puntos oscuros que toda historia guarda encerrados. La segunda es que Javier Cercas parece haber ido dando vueltas a esta novela desde que comenzó a escribir y quizá no lo supiese. Me refiero a que si hay un núcleo germinativo que sus diferentes novelas han ido desarrollando se encuentra en el héroe que no quería serlo, aquel a quien el destino situó en un lugar inesperado. Llámese Miralles en «Soldados de Salamina», Adolfo Suárez en «Anatomía de un instante» o su contrafaz en la voluntad de pasar por héroes sin merecerlo, como ocurre en el Zarco de «Las leyes de la frontera», o Enric Marco de «El impostor». Su indagación en torno al héroe, que quizá comenzó en la película de John Ford «El hombre que mató a Liberty Valance», ha ido en esta novela al origen, nada menos que a los dos héroes homéricos, que el novelista, casi al final de la obra se da cuenta que son haz y envés, al percibir que Aquiles en la «»Ilíada elige morir joven y glorioso, y Ulises en cambio muere viejo, en casa, tras su periplo. Del diálogo entre ambos en el Canto XI de la «Odisea», toma Javier Cercas el título de su libro, pues «monarca del reino de las sombras» llama Ulises a Aquiles, y de la contestación de éste -«Más querría ser siervo en el campo de cualquier labrador sin caudal, que reinar sobre todos los muertos que allá fenecieron»-, se extrae la verdad no dicha sobre la figura del tío abuelo de Javier Cercas, Manuel Mena, joven falangista que murió en la batalla del Ebro el 21 de septiembre de 1938, cuando tenía tan solo diecinueve años, dato con el que comienza la novela.

 

Proceso de búsqueda

Como le ocurrió a Miralles y a Adolfo Suárez, también Manuel Mena se beneficia de una constante de la literatura de Javier Cercas, quien concibe sus novelas como un proceso de búsqueda, en el que se implica como narrador, bien creando una figuración ficcional como ocurre en «Soldados», o bien directamente como en «Anatomía» y «El impostor». Pero siempre está el proceso cervantino de una novela que se va haciendo y se va comentando en sus dudas, en sus opciones, en la propia dimensión de su verdad (o de sus posibilidades de verdad). La variante aquí es que ese proceso de búsqueda no le implica únicamente como escritor interesado en la verdad escondida tras los pliegues de una historia, sino también como persona, es decir, concibiendo el libro como un fragmento autobiográfico de descubrimiento de su propia dimensión y aceptación última de su filiación familiar y social. De tal forma que el rastreo pertinaz de Manuel Mena, sobre el que se sabe muy poco, converge a lo largo de la novela con la búsqueda de sí mismo, y en cierto modo el pago de una deuda con los suyos, su madre principalmente, sobrina favorita de Manuel Mena, héroe de la familia, sacrificado en el altar de sus ideales en defensa de un bando injusto y reprobable.

 

El título se extrae de la «Odisea», donde «monarca del reino de las sombras» llama Ulises a Aquiles

Que la verdad ética y la trágica no coincidan es una conclusión a lo que nos lleva el desarrollo de la novela, una vez que la verdad ética puede ser formulada. No es inferior la generosidad personal del soldado falangista que la del republicano. Diecinueve años no es edad de muerte para ninguno, sobre todo si como el narrador asegura Manuel Mena es perdedor de esa guerra por tres veces: porque murió sin merecer su causa que lo hiciera, porque su bando ganó la guerra pero perdió la Historia, y porque, finalmente, al ser de origen humilde en un pueblo perdido, falleció por defender los intereses de otros.

Esta es una novela también sobre la Guerra Civil del 36, y esconde otro plano anidado en su seno profundo: el de querer conocer, mejor aún, entender, qué pudo llevar a esos jóvenes falangistas a tal sacrificio, pero también cómo pudo desatarse tanta violencia en un pequeño pueblo. Hay impagables escenas en la novela como la entrevista con El Pelaor, cuyo padre republicano fue sacado a rastras de su casa y fusilado por fascistas. En sus silencios, en su negativa final a decir mucho, en esa necesidad de ocultar todo cuanto podría decir y ya no merece la pena, existe una profunda lección de memoria que solo la literatura puede ofrecer.

 

Grados de pobreza

También las reflexiones sobre la realidad social de Ibahernando y cómo la guerra se vivió en los pueblos de una forma distinta, porque la diferencia era tan elemental como defender unos el derecho de comer, y otros, quienes tenían con qué hacerlo, el temor a perder ese privilegio. Pero lo peor es que en el fondo contendían grados de pobreza.

Hay otra dimensión importante que me parece crucial: en las magistrales treinta páginas del final, cuando llega con su madre al caserón de Bot, que fue hospital donde murió su tío, Cercas consigue un ritmo de la frase y una dimensión poética arrancada al «dictum» confesional que revelan al lector que la verdad honda del libro también es literaria. Una novela como ésta solo podría escribirla él, y quizá haya hecho bien en esperar a hacerlo hasta encontrarse en la cima de su madurez como escritor, uno de los mejores que tenemos.

Fuente: ABC

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