La Residencia de Estudiantes publica la correspondencia amorosa del premio Nobel, que incluye poemas inéditos
Hablamos de un libro pensado como un «Monumento de amor» que nació de una premonición. Reúne, trenzados en más de 700 cartas (650 inéditas), las vidas y los sentimientos de Juan Ramón Jiménez y su esposa, Zenobia Camprubí, tal y como fueron expresados. Pocos meses después de su primer encuentro el poeta escribe a su amada: «Todos mis arrebatos se han trocado en dulzura. Creí que iba hoy a amanecer loco, y he amanecido como si hubiera esta noche hablado con los ángeles. Quiero que de este amor, único en mi vida, quede algo perdurable, además de mi dolor. ¿Será usted tan buena que quiera permitirme que, sin nombres, claro está, escriba yo un breve libro dulce y espiritual? Irán en él los versos y prosas que le he escrito, y trozos de cartas, los trozos más puros y más altos. Algo levantado y noble, digno del amor que mi corazón le ha dado».
La aparición del libro es un acontecimiento editorial. Juan Ramón ya pensaba llamarlo así: «Monumento de amor», incluso escribe una portada para incluir las misivas hasta 1916. Pero pasaron los días, la vida pasó y las palabras se acumularon unas sobre otras, como hojas de otoño. Y sin embargo cobran, con el paso de los años, sentidos diferentes, manuscritas sobre las hojas perdidas que el tiempo ha vuelto a reunir.
Un siglo después, el volumen editado por la Residencia de Estudiantes tiene más de 1.300 páginas. Carmen Hernández-Pinzón, sobrina nieta del poeta, reconoce que ha sido un rompecabezas porque muchas cartas estaban sin fecha y se ha tenido que usar la información que narran para datarlas. La estudiosa María Jesús Domínguez Sío ha reunido 702 cartas, 9 tarjetas y 16 notas, plagadas de amores cotidianos, sueños compartidos, deslumbrantes hallazgos, dolor, poemas, confesiones y soledad, mucha soledad, como la que llena los vacíos de todas las vidas.
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Hay textos que son tesoros escondidos en ellas, como el magnífico poema que reproducimos más abajo. Está escrito en un momento de enfado de Zenobia durante el noviazgo. Pero sin duda vibra en esos versos el desvalimiento del poeta cuando su mujer fallece tres días después de recibir el premio Nobel en 1956.
Un mal pretendiente
Lo primero que Juan Ramón recuerda de Zenobia es una risa clara, oída a través de una pared, en la pensión Arizpe. Le llega desde la casa de sus vecinos, Arthur y Mildred Byne, marchantes de arte al servicio del fundador de la Hispanic Society, Archer Milton Huntington, entre otros. Pero la risa que resuena aquel febrero de 1913 no tiene rostro todavía...
J. R.-¡Me da una pena cuando tengo que cambiar mi letra en los sobres! ¡Si tu madre pudiera desechar esas ideas y me viese como de verdad soy, Zenobia Mía, y como seré siempre!
El primer encuentro con Zenobia tendrá lugar -no podía ser de otro modo- en la Residencia de Estudiantes, ya que Giner de los Ríos fue su mentor. «En el preciso momento en el que la ve por primera vez ya sabe que es la elegida», comenta María Jesús Domínguez Sío. ¿Y qué rostro nuevo de Juan Ramón vemos en estas cartas? «Perfiles inusitados: el pretendiente enamorado que despliega todas las artes de la seducción, todas, desde la lírica a la mentira; el novio desdeñado al que cuesta dos años lograr que Zenobia se ablande, en parte por la prohibición familiar debido a su falta de ingresos y posición; el poeta casado y feliz que se entiende a la perfección con una mujer que le complementa, y también el esposo desolado con la pérdida de familiares y la enfermedad de su mujer», añade Domínguez Sío.
Z.-Por Dios, Juan Ramón, no vengas. Es Imposible que mamá no te descubriera. ¡Qué disgusto terrible tendríamos! Piensa que ella no tiene nada en el mundo más que yo
Uno de los mitos que estas cartas destruyen es la leyenda de Juan Ramón eclipsando el talento literario de Zenobia. Ella, ciertamente, sacrifica su ambición literaria por el poeta, pero lo hace voluntariamente y manteniendo una independencia nada común en aquella época.
Esposo moderno
Es un esposo moderno. Zenobia viaja sin él y emprende proyectos propios continuamente. Su comercio de exportación de Arte Popular Español, el alquiler de pisos amueblados para diplomáticos extranjeros, escribe cuentos para la editorial Calleja... Y por si esto fuera poco, Juan Ramón le expresa en una carta de 1915: «Me hablas de un modo hoy..., Zenobia: el casamiento a la americana, en el cual el hombre se pasa el día, solo, reventándose, mientras la mujer va y viene y se divierte sin él, no me gusta, te lo digo con el corazón en la mano (pero nunca la imposición, sino el convencimiento). El matrimonio a la española, en el que sucede lo contrario, menos. Un matrimonio de amor verdadero, con ternura, con respeto, con amistad, con pasión, con fidelidad, con fe, en el que mujer y marido participen juntos de las ventajas y desventajas de la vida...»
Otro rasgo poco reivindicado en Juan Ramón es el agudo sentido del humor que despliega en ocasiones. Cuando Zenobia aún se negaba a la relación sentimental con el poeta, él presionaba con toda su capacidad de persuasión (que era mucha) y no llevaba bien que ella no cediese. Un día le cita a Sem Tob: «Non ay lança que pase/todas las armaduras/nin que tanto traspase/como las escrituras», y añade: «Pero usted, alma mía, es invulnerable como cualquier diputado en Cortes».
Crean una alianza entre ambos. Se sienten iguales, se aman iguales, por encima de prohibiciones familiares. Ella le dice poco después: «quiero ser útil para ti, para ayudarte a ser valiente, para no ser una carga y para empujarte siempre para arriba en todo lo que alcancen nuestras almas. Quiero que te refugies en mí contra toda desilusión y contra lo mediocre y mezquino de la vida». Él corresponde: «Los defectillos insignificantes que tú puedas tener me parecen meras gracias y por ellos te quiero tanto como por tus mejores cualidades. Me gustan aunque no me gusten».
Portada del libro preparada por Juan Ramón Jiménez
Portada del libro preparada por Juan Ramón Jiménez
Por las cartas desfila la familia y también los grandes amigos de la época. Juan Ramón le comenta todo y le consulta todo a su esposa. La mantiene al corriente incluso de los chismes, como de la mezquindad de un comentario de Ortega contra Azorín, o le habla de libros y proyectos en curso.
J. R.-Zenobia, vida mía: acabo de saludar al jardín en tu nombre. Buenos días, mi corazón.
Llegará poco después el destierro, en diferentes puntos de los Estados Unidos, topónimos asociados a sus libros de poemas, Coral Gables, Riverdale... un mundo algo sombrío, sentido como hostil en muchas cartas, que tanto afecta al poeta que no habla inglés ni quiere aprenderlo y que se marchita hasta que un médico da con la clave: debe volver a algún lugar donde se hable español. Puerto Rico le sanará y le llenará de reconocimientos y satisfacciones...
Z -Los dos nos hicimos el uno al otro de nuevo y nuestro amor ha sido mejor en la vejez que nunca
Y entonces se instalan «en el otro costado» del mundo hispánico y la obra de Juan Ramón llega a su cumbre. Pero la enfermedad de Zenobia tiñe esta etapa de angustia y de tristeza. Ella acude a operarse de un cáncer en 1951 y no quiere que él la acompañe. Desde el hospital sigue ocupándose de todo e incluso deja cartas escritas para que le lleguen a sus manos diariamente hasta que ella pueda escribir de nuevo. Es un gesto propio de un amor adolescente que revela, una vez más, la profunda preocupación de quien mejor conocía la fragilidad de Juan Ramón.
J.R.-Te mando mi triste corazón en un abrazo eterno. Yo soy culpable de todo lo que sufres. ¡Que el doctor haga el milagro por ti, Dios mío!
En 1956 el cáncer reaparece y ante la imposibilidad de operarlo Zenobia prepara incluso la llegada de familiares para que atiendan al poeta cuando ella ya no esté. En las cartas de esta etapa a veces reflexionan sobre el camino andado: «Los dos nos hicimos el uno al otro de nuevo y nuestro amor ha sido mejor en la vejez que nunca. Ahora, si quieres vivir para mí, vamos a dedicarnos los dos a ordenar tus papeles lo mejor que podamos», dice ella. Pero la enfermedad vuelve y la salud del poeta también se hace lentamente más frágil. El horizonte es una soledad insoportable.
El libro guarda para el final una enorme sorpresa: 41 poemas en su mayor parte inéditos, tan buenos como este Epílogo:
«Qué gusto este volver las cosas que viví de novios a nuestra casa de casados: los libros...»
Poema inédito
Llamo en la noche cóncava, y sólo me responde
mi voz, que va de sombra en sombra
hasta caer.
¡Mujer, mujer, mujer!
No oyes mi voz, mi voz, mi voz, que ahora te nombra,
la misma voz de ayer.
¿En dónde estás, en dónde?
Mujer, mujer, mujer, mujer.
¿Nunca ya podrá ser? ¿Nunca ya podrá ser?
¡Nunca ya podrá ser!
Fuente: ABC