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Adam Zagajewski, la conciencia elevada a la categoría de poesía

En un género, la poesía, que en muchas ocasiones no es de los más favorecidos a la hora de la difusión, el poeta polaco Adam Zagajewski (Lwów, Ucrania, 1945) es, desde hace años, uno de los más conocidos autores de nuestros días y uno de los grandes poetas contemporáneos. Gran europeísta, Zagajewski es de los mejores escritores con los que cuenta una Europa por fin sin adjetivos, ni occidental ni oriental. Muy pronto trasladado, junto con su familia, desde la bella Lwów (antigua capital de Galitzia, zona que tras la Segunda Guerra Mundial pasaría a formar parte de la Unión Soviética y luego de Ucrania) a la parte occidental de Polonia, a una ciudad industrial de Silesia, Gliwice, este destierro temprano, casi bíblico, sobrevuela por no pocas partes de su imaginario.

Tras estudiar Psicología y Filosofía en la Universidad de Cracovia, Zagajewski debutó en 1967 en la revista «Zycie Literackie» (Vida Literaria). Uno de los poetas más destacados de la «generación del 68» o «nueva ola», en 1982, con la dictadura, emigró de Polonia, estableciéndose en los alrededores de París. Tras haber pasado unos años –desde 1989–, como profesor en la Universidad de Chicago (EE.UU.), en 2002 volvió junto con su esposa Maya, psicóloga, traductora y ex actriz, a Cracovia. La ciudad de su querida amiga Wislawa Szymborska, poeta a la que estuvo muy unido hasta el final.

Desde comienzos del presente siglo, Zagajewski formaría ya parte permanente de nuestras bibliotecas hispánicas como una presencia familiar. Sería uno de los poetas contemporáneos, más regularmente editados en nuestra lengua. Y lo haría a través de maravillosos libros de poesía del exilio y de la rememoración elegíaca, aunque también de la iluminación epifánica y sagrada, sencilla y terrenal, emotiva y estremecedora de lo cotidiano (en volúmenes como «Tierra del fuego», «Deseo», «Antenas» y «Mano invisible», espléndidamente traducidos al español por Xavier Farré, todo ellos en Acantilado).
Pero también a través de unas obras suyas muy personales «de todos los ámbitos de la vida», «de renovadas funciones de la literatura», que eran sus magníficos libros de género variado, entre narración y ensayo literario o, si se prefiere, entre retazos autobiográficos y meditación histórica, filosófica y ética, en torno a los años de plomo comunista, en torno a su exilio obligado a Francia –tras la declaración de la Ley Marcial de 1981 en su país, durante el comunismo– y, por fin, en torno a la llegada ansiada de la democracia.

Composición mestiza
Estos libros de fascinante y cautivadora composición mestiza son el dietario «En la belleza ajena» (Pre-Textos, 2003), «En defensa del fervor» (Acantilado, 2005) o el bellísimo volumen «Dos ciudades» (Acantilado, 2007), que contiene magníficos retratos literarios (como los dedicados a Ernst Jünger, Gottfried Benn, Bruno Schulz o Paul Léautaud), relatos irónicos y kafkianos, así como piezas inolvidables de carácter autobiográfico.

Libros todos ellos que darían buena muestra de la excepcional altura literaria de este autor y que lo sitúan, de forma incontestable, entre los más grandes, singulares e imprescindibles creadores de nuestros días, merecedor de los más altos reconocimientos, entre ellos el premio Princesa de Asturias de las Letras, que ayer le fue concedido por «el sentido ético de su obra y su experiencia poética, una de las más emocionantes de la Europa heredera de Rilke, Milosz y Antonio Machado».

Libros en los que Zagajewski nunca abandonaría la reflexión ética y las consideraciones morales, esa mínima moralia necesaria para mantener incólume la dignidad humana a través de las épocas y a través, en ocasiones, de «realidades únicas y abominables». Versos en los que destaca siempre, en cualquier momento, una deslumbrante y exquisita captura de ese instante único e irrepetible, esas epifanías o «inicios de remembranza», ese milagro del mundo continuamente renovado y de carácter subyugante.

Un despojado y escrupuloso estilo literario, imbuido casi permanentemente de una sutil e irónica melancolía, así como de una absoluta independencia alejada de ismos, modas y escuelas, que convierten su muy elaborado trabajo de lenguaje y su más que notable erudición en una forma de resistencia ética y estética. Su amigo, el escritor irlandés Colm Toíbin, dijo recientemente: «Para Zagajewski, la Historia no ha sido nunca algo que pudiera descartarse a la ligera, a pesar de sus esfuerzos». «Mi educación como escritor –ha escrito el premiado– lucha permanentemente para liberarme de los caprichos y las muecas de la Historia».

Héroes de lo cotidiano
En 2005, para celebrar su 70 aniversario, su editorial de Cracovia le dedicó un volumen de homenaje con textos de amigos de todas las partes del mundo. Ahí estarían, entre otros, el poeta alemán Michael Krüger, los americanos Carles Simic, Edward Hirsch y C. K. Williams, o la crítica literaria y eslavista Clare Cavanagh. Mi contribución la titulé «Héroes de lo cotidiano». En aquella realidad, vivida día a día «bajo la funda gris del comunismo», los «héroes de lo cotidiano» de las dictaduras estarían personificados a través de multitud de personajes humildes y secundarios, así como de un gran número de sutiles referencias, a lo largo de toda la obra de Zagajewski.

Personajes reunidos como en una auténtica Arca de Noé retratada con una entrañable y sincera emoción y compasión que traspasa espacios y tiempos. Quizás, su más perfecta impronta la ofrecerían esos «modestos tíos y humildes tías» del autor, que aunque «no escribieran libros ni pintaran cuadros» fueron héroes firmes e indoblegables de la sobrevivencia. Con dignidad, «sin un gramo de fanatismo, hostilmente indiferentes al comunismo, se salvaron de persecuciones en el período de la ocupación y el estalinismo; prudentes, experimentados oyentes de audiciones radiofónicas, consumados lectores de periódicos, nunca concedían crédito a la primera capa del texto. Los ocupaba la vida diaria, la defensa de la vida cotidiana».

Compromiso político
A lo largo de su obra, Zagajewski ha hablado mucho del compromiso político, de la toma de conciencia en determinadas etapas de la Historia que así lo requieren. En esa permanente tensión, que siempre se ha dado en todos los artistas, entre «solidaridad y soledad», Zagajewski siempre ha puesto de ejemplo como intelectual a su admirado Thomas Mann. Un escritor que siempre guardó, como dice él, «un equilibro entre los dos polos, el político, y luego ese otro lado inmemorial, por así llamarlo, clásico, tradicional».

Fuente ABC

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