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El convento de Garrovillas, pendiente de su última oportunidad

«Fue hace cinco o seis años. Había tenido una reunión en Cáceres e iba de vuelta a Madrid. Me sobraba tiempo y me acordé de que me habían hablado muy bien de Garrovillas de Alconétar, así que decidí desviarme del camino para acercarme a visitar el pueblo, y me quedé asombrado con lo que vi». Lo único que Carlos Morenés y Mariátegui, marqués del Borguetto y vicepresidente de honor de Hispania Nostra, no recuerda con precisión de aquella visita es la fecha exacta. Pero todo lo demás lo evoca con detalle. Paseó por la apabullante plaza porticada. Conoció las iglesias. Y finalmente se acercó al convento de San Antonio de Padua, una joya en ruinas que hace un par de semanas recibió la mejor noticia en mucho tiempo. «Solo había una valla –rememora Morenés–. La salté. Aquello se estaba hundiendo, pero me jugué el tipo y lo recorrí entero, haciendo fotos. Me quedé enamorado de ese convento y empecé a pelear por recuperarlo».
Acababa de descubrir una joya en ruinas. El primer y único monumento español incluido en el programa ‘Los siete más amenazados’, una iniciativa de Europa Nostra, organización dedicada a la defensa del patrimonio cultural en el espacio comunitario, con presencia en más de cuarenta países. Esa lista es una selección de los monumentos más abandonados del continente, y a ella se entra tras pasar una criba exigente, entre otros motivos porque el programa mueve cantidades importantes de dinero público. En él participa el Banco de Desarrollo del Consejo de Europa, que esta semana envió a un consultor a Extremadura.Campbell Thomson llegó desde Luxemburgo, durmió en la hospedería de Garrovillas –un hotel con más comodidades que clientes– y cumplió con el objetivo principal de su viaje: sentarse a charlar sobre esa maravilla extremeña agonizante. El pasado día 26 compartió mesa en Mérida con representantes de la Junta –en concreto, con la secretaria general de Cultura y el director general de Bibliotecas, Museos y Patrimonio– y de Hispania Nostra (Asociación española para la defensa del patrimonio cultural y natural), que promueve en nuestro país la iniciativa ‘Los siete más amenazados’.

El asunto a despachar era básicamente uno: encontrar una solución que evite que el convento de San Antonio de Padua acabe muriendo. «Si fuera una persona podríamos decir que está terminal», ilustra Carlos Morenés, que el día que lo recorrió era vicepresidente de Hispania Nostra. «El monumento –amplía– está que se cae, pero estamos perfectamente a tiempo de actuar, porque lo que queda es muy importante. La iglesia sigue siendo preciosa».
La iglesia es un palomar
Ese templo al que se refiere lo conquistaron hace tiempo las palomas, con sus excrementos cargados de ácidos corrosivos que se meriendan las piedras por muchos siglos que tengan. Despojos animales integrados en una miscelánea de basuras, tan generosa y variada que obliga a mirar al suelo en vez de a la espléndida cubierta y su «elegantísima bóveda estrellada». Así la definía María del Carmen Díez González, profesora de la Universidad de Extremadura (UEx), en el estudio que presentó en junio de hace dos años en Trujillo, durante la trigésima reunión de asociaciones y entidades para la defensa del patrimonio cultural y su entorno.

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