Miguel Hernández, mitad hortelano, mitad desbordante, fue un poeta que se acechaba a sí mismo. Tenía el ánimo popular y el verso hecho de rastros deGóngora. Encarnó la dignidad alerta del que mira hacia donde pocos se asoman. Su obra, tan coreada en la superficie, encierra una hondura mayor que la leyenda que atiende. Miguel Hernández es el poeta del pueblo que ríe y llora, y ama, y gime, y muere en el penal de muerte asestada, de humillaciones. Sus versos los cantan flamencos y cantautores. Su poesía estuvo prohibida, que es otra forma de gloria adversa. Miguel Hernández escribía con las herramientas del sudor y el esfuerzo del hombre que empieza a sentir y siente la vida como una guerra.
Pero su obra aún no estaba fijada. En 1992, tres de los estudiosos más solventes de su escritura (Carmen Alemany, Agustín Sánchez Vidal y José Carlos Rovira), reunieron lo que hasta entonces era todo el material conocido de Miguel Hernández. Ocupaba dos volúmenes editados por Espasa Calpe en tapa dura. Pero el tiempo y la insistencia de otro investigador de sus cosas, Jesucristo Riquelme, ha propiciado un nuevo volumen de obra completa que toma como punto de partida la del 92. En esta ocasión se hace cargo la editorial Edaf, que conmemora así el 75º aniversario de la muerte del poeta con un libro de 1.899 páginas donde se presentan 3.000 modificaciones y novedades respecto a la edición completa anterior. También una treintena de textos no incluidos previamente.
Esta quiere ser la versión definitiva, con dos cuentos infantiles inéditos, biografías de toreros (de sus años como redactor de El Cossío), teatro, prosas literarias, discursos escritos y crónicas periodísticas. «Me atrevo a decir que se anticipa a lo que después se denominó Nuevo Periodismo», apunta con arrojoJesucristo Riquelme. «Escribe como un reportero para periódicos como La Verdad de Murcia, Lucha, Combate... Es un adelantado. Hablamos de los años 36 y 37 del siglo pasado, mucho antes de la publicación de A sangre fría». Lo más claro, más allá de entusiasmos, es que Hernández es uno de los grandes poetas españoles de la primera mitad del siglo XX.
Llegó tarde a la Generación del 27 (nació en 1910) y llegó pronto a todo lo demás. Tuvo de cómplices a Vicente Aleixandre y a Neruda. De frustración, Lorca. De amor a Josefina Manresa y a Maruja Mallo. Uno de sus libros más acalambrados,El rayo que no cesa, habla de una y de otra. Es un libro de amor. De soledades. De sed de más. «Pero no es, como hasta ahora se ha hecho creer, un testimonio único de su ruptura con Mallo sino que tiene una lectura más interesante: tiene que ver con la carnalidad, con la imposibilidad de mantener con relaciones con su noviaJosefina por culpa de la mojigatería de la socieldad oriolana de entonces», apuntaRiquelme.
Más allá de las interpretaciones, de las sospechas, de las presunciones y otras supercherías líricas, Miguel Hernández es lo que sabemos que es: un poeta que nace en Góngora, pasa por el surrealismo de segunda mano, llega al compromiso político y vincula su biografía al drama de la revancha franquista contra aquellos que apoyaban la República democrática y la democracia. Pero aún más, es un poeta de intuiciones, destellos y apetito insaciable por la escritura. Alguien contorneado en un comunismo más arterial que intelectual. Un ser untado de idioma en el que pesa más (para el público) la peripecia que la palabra. Es un poeta de plenitudes dentro de un hombre de pueblo, pantalón de pana, camisa de miliciana. Un ser hecho de contradicciones, con su prodigio y con su llanto.
«Miguel era un amante de la vida, un hombre vitalísimo», recordó su nuera, Lucía Izquierdo, depositaria del archivo del poeta que se conserva desde 2012 en laFundación Miguel Hernández-Josefina Manresa en Quesada (Jaén). «Siempre tenía una broma que hacer o un chiste que contar (aunque esa faceta era algo que no gustaba a su mujer). Era un ser lleno de entusiasmo, no debe quedar la imagen del hombre triste de sus últimos años». Una vez sola, el único del «grupo de poetas de Madrid» que mantuvo contacto con Josefina hasta el final fue Vicente Aleixandre. También la ayudó económicamente en más de una ocasión. El epistolario entre Aleixandre y Hernández supera las 200 cartas, de las cuales unas 26 tiene como destinataria a la viuda del poeta alicantino. Y este es el próximo propósito de Jesucristo Riquelme, actualizar esta otra parte de la escritura del autor de Viento del pueblo. «Cada semana recibimos noticia de alguna carta nueva de Miguel. Hace poco aparecieron más de 10 desconocidas, así que aún estamos trabajando en este apartado. Tenemos transcrita y estudiada por completo la correspondencia entre Miguel y Josefina, incluso recuperando como en un palimpsesto aquellas palabras que ella tachaba por miedo, como cuando le dice que la quiere «revolucionaria»».
El tiempo ha hecho su labor de surco en la escritura del poeta oriolano. A Miguel Hernández se le lee poco. Se le canta más. Esta edición de obras completas no revela al poeta ya revelado, pero filológicamente lo asienta y hasta puede que empuje a acercarse a su eléctrica zona, a su poco de olvido. A su mucho de fama.