Imaginar una ciudad también es vivirla. Adentrarse en ella incluso antes de pisarla impulsado por el entusiasmo y la expectación, con los ojos clavados en un mapa recreando lo que algunas calles alojan, lo que revela una arquitectura, una brisa íntima como una pequeña plaza (García Lorca), un secreto otoñal de fríos con sol y un ondear de largos silencios a la hora punta de cualquier tarde cualquiera. Este sex appeal lo dispensan sólo un puñado de espacios, lugares de convivencia que no disimulan su prolífico enigma. Son rincones que espolean el afán, y no sabemos porqué ni cómo sólo esa ciudad lo es de tal modo. Sucede así con Cáceres