Andalucía despide a uno de sus hijos predilectos en el mundo de las letras porque ayer, en el hospital de la Cruz Roja de Córdoba, moría a los noventa y cuatro años el poeta Pablo García Baena. Lo fue así incluso oficialmente, al recibir el nombramiento de Hijo Predilecto de Andalucía, reconocimiento que se sumaba a otros muchos de enorme calado, como el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1984, aparte del Premio Andalucía de las Letras en 1992, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2008 y el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca en 2012. El poeta murió por causas naturales donde nació, en 1929, donde se formó como estudiante en el colegio Francés y en la Escuela de Artes y Oficios. Precoz lector de poesía mística, la vocación literaria penetró pronto en él, en especial gracias a san Juan de la Cruz, sobre el que estrenó en su ciudad natal una obra a partir de cuatro de sus poemas en 1942.
Esa década de los años cuarenta resulta clave para García Baena, al debutar como poeta con su poemario «Rumor oculto», en 1946, y con la creación, junto con los poetas Ricardo Molina, Juan Bernier y Julio Aumente, y los dibujantes Miguel del Moral y Ginés Liébana, de la que sería la mítica revista «Cántico», que aglutinaría algunas de las mejores poéticas de la época. El que sería llamado asimismo Grupo Cántico se sentiría deudor de los poetas de la Generación del 27, y en el caso de García Baena, también de Juan Ramón Jiménez, como se aprecia en ese primer libro. Le seguirían otros como «Mientras cantan los pájaros» (1948), «Antiguo muchacho» (1950), «Junio» (1957), «Almoneda» (1971), «Antes que el tiempo acabe» (1978), «Fieles guirnaldas fugitivas» (1984)...
La obra vastísima de García Baena –el lector podrá conocer toda su evolución en «Poesía completa (1940-2008)», que publicó la editorial Visor hace diez años– se basa en una entrega estilística encomiable; una poesía de gran brillantez léxica, sonora y sensitiva que, según Fernando Ortiz, «aúna sensualidad y profundidad en un lenguaje de complicada y precisa perfección técnica que, en parte, viene de los grandes maestros del Siglo de Oro, señaladamente Góngora». El propio autor se reconocía en esa inercia y hasta la adscribía a su origen cordobés, en referencia al verso ornamentado de su ilustre antecesor. Siempre se sintió poeta de nacimiento, para quien valores como la belleza y la imaginación primaban por encima de todo, como expresaba el Grupo Cántico, y sin embargo, desde 1965, cuando se trasladó a Málaga para dedicarse a regentar una tienda de antigüedades, dejó de escribir y publicar durante más quince años. Pero entonces su llama poética volvió a arder, y con ella la mirada de los historiadores de la literatura, como el caso del estudio y antología de Guillermo Carnero «El grupo Cántico de Córdoba. Un episodio clave de la historia de la poesía española de postguerra», con el que se hacía justicia a toda una generación y a un poeta que ya se convertiría en todo un clásico vivo.
Fuente LARAZON