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Miguel Ángel Carmona del Barco: «El elitismo intelectual está matando el gusanillo de la lectura»

¿Cuáles son sus intereses como escritor?
La verdad es que no soy demasiado sofisticado. Siempre tengo en mente ese momento en el que les leo un cuento a mi hijos, por la noche. La expectación. El querer siempre más. Miran las palabras que salen de mi boca como si pudieran verlas.

Eso es lo que quiero conseguir en el lector. Por eso me preocupa mucho la tensión narrativa, me preocupa que el lector sepa en todo momento dónde están y quiénes son los personajes. Y aquello que decía Flannery O'Connor de que la emoción no se expresa con emoción, sino con acción. Sin embargo, no estoy de acuerdo con ella en esa opinión tan baja que tenía del lector medio. Creo que el elitismo intelectual de parte de la narrativa contemporána española está matando el gusanillo de la lectura. Yo quiero que quien lea mis libros, al terminarlos, diga: acaban de contarme una historia. Con eso me conformo.

¿Y como lector?

Dicen que el heroinómano siempre va buscando el ciego del primer pico. Yo creo que el lector también. Pero soy un lector caótico, inconstante, mal formado, y por eso mi relación con la lectura es angustiosa. Casi nunca tengo la sensación de haber acertado con el libro que tengo entre las manos. Si llevo veinte páginas y aún no he sentido nada, empiezo a mirar la estantería de las lecturas pendientes. Para un lector así, así de jodido, quiero decir, escribo yo.

¿Sobre qué temas suele escribir?

Necesito que mis libros sirvan para algo. Lo primero que he aprendido es que su escritura modifica mi visión de los fenómenos que trato. Cuando un tema me atrae lo suficiente como para querer escribir sobre él, aún estoy a años luz del conocimiento necesario para hacerlo. La adquisición de ese conocimiento me transforma y, por lo tanto, transforma también mi perspectiva. Para mí, abordar un proyecto de escritura es una forma de estudio de una realidad. Con mi última novela, «Kuebiko» (Pre-textos), hice cuanto pude por comprender las causas y consecuencias del éxodo sirio: viajé a Hungría, a Lesbos, a Alemania, entrevisté, fotografié y leí cuanto me pareció oportuno, para terminar entendiendo que no debía, porque no quería, escribir una novela política. Si debía recrear algún contexto, no era el histórico, sino el humano. Cuando caminas siguiendo una vía de tren hacia ninguna parte, persiguiendo una tierra prometida, lo que te quita el sueño no son las razones que unos u otros tuvieron para destruir tu país, sino dónde está tu padre o tu hijo, cómo mantenerte junto a quienes aún forman parte de tu vida, cómo sobrevivir a la pérdida, cómo no hundirte para no lastrar al grupo.

¿Dónde ha publicado hasta el momento?

Durante años autopubliqué. Aprendí a utilizar InDesign y Photoshop, a dejar los ferros listos para impresión, a negociar con las imprentas, a elegir papeles y laminados, y así saqué adelante tres novelas. Mi distribuidora era un transportín del Lidl que me acompañaba a las presentaciones y librerías. Fue una época maravillosa, de libertad e ilusión. También de límites y frustración. Juan Gómez Bárcena leyó la última de esas novelas, «La dignidad dormida», y cuando tuve listo el siguiente borrador me puso en contacto con Pablo Mazo. Fue así cómo publiqué en 2016 un libro de relatos titulado «Manual de autoayuda» con la editorial Salto de Página, y empecé esta nueva etapa. Acaba de salir mi última novela, «Kuebiko», en la editorial Pre-textos, después de haber ganado el premio Ciudad de Valencia.

¿Con cuáles de sus «criaturas» se queda?

Creo que con «Manual de autoayuda» conseguí descubrir mi voz. Fue la primera vez que sentí claramente cómo los personajes hablaban desde mi interior. Fue una experiencia fabulosa. Tenía claro que quería noquear al lector y toda esa gente hablaba desde dentro de mí para contar su historia, sin filtro, a tumba abierta. Me divertí muchísimo. Con «Kuebiko», he intentado llevar esa misma visión a la novela, con todas las dificultades que eso supone. Mantener la tensión con cuatro voces diferenciadas, en primera persona y presente, durante 250 páginas, sin caer en los extremos de la crónica periodística o el monólogo interior, pero bebiendo de ambos, ha sido todo un reto. Los lectores dirán si lo he conseguido.
Supo que se dedicaría a esto desde el momento en que…

Desde el momento en que entendí lo que significa la palabra «oficio».

¿Cómo se mueve en redes sociales?

Con cautela. Les dedico el tiempo estrictamente necesario. Pero sé que eso que hago a través de las redes no puedo hacerlo de ninguna otra manera.

¿Qué perfiles tiene?

Facebook y Twitter.

¿Cuenta con un blog personal?

Sí. Tengo una página de autor donde comparto textos de diversa índole, reseñas, vídeos, etc.

¿Qué otras actividades relacionadas con la literatura practica?

Coordino el Club de Lectura Viva, un programa a través del cual acerco novedades literarias y autores a Badajoz. Vamos por la tercera edición, y está teniendo muy buena acogida entre libreros, lectores, editoriales y autores. Además, cada año tenemos una editorial invitada. La idea es que los lectores puedan ubicar las líneas editoriales y acercarse al tipo de literatura que les gusta a través del criterio de los editores, que suelen ser muy buenos explicando su trabajo.

¿Forma parte de algún colectivo/asociación/club?

Dirijo el CELARD, una asociación que se dedica a diseñar y coordinar actividades de fomento de la escritura y la lectura, entre ellas, el Club de Lectura Viva que he mencionado antes, pero también talleres, charlas, etc.

¿En qué está trabajando justamente ahora?

En un libro, probablemente novela, que aborda el tema de la prostitución.

¿Cuáles son sus referentes?

Para mí, Steinbeck y «Las uvas de la ira» fueron como un chute. Los cuentos de Flannery O’Connor; «Claus y Lucas», de Agota Kristoff; Salinger; «Abecedario de Pólvora», de Yordán Radíchkov; Mohamed Chukri; varios cuentos de José Ignacio Aldecoa; «La isla de los jacintos cortados», de Torrente Ballester; «Los tipos duros no bailan», de Mailer; Akutagawa y Dazai han sido algunos de los posteriores. Pero también la fotografía de Sylvia Plachy o Sally Mann.

¿Y a qué otros colegas de generación (o no) destacaría?

El trabajo de Eduardo Halfon ha sido importante para mí. Me ayudó a ser capaz de escucharme. Daniel Monedero, por ejemplo, me ha enseñado que lo importante no es saber exactamente qué decir, sino saber cómo decir que uno no lo sabe o no está seguro. Juan Gómez Bárcena tiene una manera de acercarse a la Historia de la que todos, escritores y lectores, tenemos mucho que aprender. Sabina Urraca es inteligencia y empatía, y tiene en su infancia un tesoro que, ojalá, sea inagotable, como aquél que propugnaba José Luis Sampedro en su «Escribir es vivir». El Fernando Clemot de «Polaris» tiene un talento especial para crear tensión a partir del silencio y la quietud que comparte con pocos escritores. Mario de los Santos, quizá no sea excepcional en un aspecto concreto, como los anteriores, pero es muy bueno en todo, que es lo que significa tener oficio; tiene, además, una visión del mundo que yo, personalmente, compro.

¿Qué es lo que aporta de nuevo a un ámbito tan saturado como el literario?

Nada. Si me dedico a esto es por lo que la literatura me aporta a mí, no a la inversa.

¿Qué es lo más raro que ha tenido que hacer como escritor para sobrevivir?

Llevo desde los 16 años trabajando en cualquier cosa para sobrevivir, así que supongo que lo más raro que he hecho ha sido seguir escribiendo.

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